THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Donald Trump y la amenaza de la ficción

Donald Trump es un personaje de ficción. En un artículo en The New York Review of Books, el escritor Mark Danner consideraba su candidatura como una temporada más de sus realities, The Apprentice y The Celebrity Apprentice. En Twitter, muchos analistas estadounidenses bromean con que el último giro de la trama de su serie -alguna declaración altisonante, alguna palabrota- ha estado muy bien. Sus series tampoco eran solo series, sino una manera de autopromoción. Por eso su candidatura no se tomó en serio en un inicio: quizá era solo otra forma de vender su marca personal, colocada en hoteles, campos de golf, filetes y vodka. Lo sigue siendo, pero ahora con posibilidades de llegar a la Casa Blanca.

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Donald Trump y la amenaza de la ficción

Donald Trump es un personaje de ficción. En un artículo en The New York Review of Books, el escritor Mark Danner consideraba su candidatura como una temporada más de sus realitiesThe Apprentice y The Celebrity Apprentice. En Twitter, muchos analistas estadounidenses bromean con que el último giro de la trama de su serie -alguna declaración altisonante, alguna palabrota- ha estado muy bien. Sus series tampoco eran solo series, sino una manera de autopromoción. Por eso su candidatura no se tomó en serio en un inicio: quizá era solo otra forma de vender su marca personal, colocada en hoteles, campos de golf, filetes y vodka. Lo sigue siendo, pero ahora con posibilidades de llegar a la Casa Blanca.

Trump siempre ha sabido usar bien la prensa. Desde que anunció su candidatura, los medios le han dado demasiada publicidad gratuita, y el candidato se jacta de que muchas cadenas de televisión sobreviven solo gracias a que él les hace atraer mayores audiencias. Pero, como escribe Timothy Shenk en el Guardian, “el auge de Trump es en realidad un síntoma de la debilidad de los medios de masas, especialmente en el control de los límites de lo que es aceptable decir”. La sociedad posfactual, junto a la cultura de lo políticamente incorrecto, que desconfía de los intelectuales, las élites académicas, los medios de comunicación de masas, y critica la mercantilización y oligarquización de los partidos (la alt-right, o derecha alternativa que apoya a Trump, llama a los republicanos Conservatism Inc.; lo extraño es que su solución sea un oligarca putinista), ha encontrado en las redes sociales un perfecto acomodo. En Twitter y Facebook, una noticia es muchas veces verdad si tiene apariencia de verdad. Las redes sociales crean “cámaras de eco” que replican nuestros propios prejuicios; el algoritmo de Facebook nunca nos ofrecerá una noticia que cuestione nuestras creencias. Los votantes de Trump se fían más de opiniones personales y evidencias anecdóticas que les resulten familiares, y que suelen encontrar cada vez más en internet, que de los grandes medios de comunicación.

Los periodistas suelen tener una opinión muy alta de sí mismos, a veces ridícula: son guardianes de la democracia, el despido de cualquiera de ellos es el fin de la libertad de expresión, y una crónica cualquiera es un pilar imprescindible de la civilización occidental. Pero una prensa que coloque los hechos en el centro parece más que nunca una manera de salvar la democracia.

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