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Jorge Freire

Recomendaciones para el Día del Libro

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Recomendaciones para el Día del Libro

Diez libros estupendos que pienso regalar hoy, 23 de abril:

Las armas y las letras, de Andrés Trapiello (Destino). Con este libro pasa como con los hijos de aquellos amigos o conocidos a los que no vemos con mucha frecuencia. De tanto huronear entre libros olvidados, Trapiello no ha dejado de alimentar este organismo vivo, que apenas reconocerán quienes leyeron la edición anterior. Esta nueva edición ampliada y revisada, con motivo de su vigésimo quinto aniversario, obliga a reconocer que no pocas cosas han cambiado desde su publicación en 1994, no pocas cosas han cambiado: Chaves Nogales es leído y celebrado, y ni los galanteos fascistas de Gómez de la Serna ni las veleidades totalitarias de Alberti escuecen ya a casi nadie; en el ínterin una veintena de mojones han ido jalonando la obra diarística de Trapiello, acaso la tentativa más ambiciosa que la literatura española haya contemplado durante las últimas décadas. El interés por la guerra civil no ha hecho sino redoblarse, y no desaparecerá mientras miles de españoles sigan reposando en cunetas. Que a dicho interés no cesen de adherírsele engrudos partidistas y proyecciones deformantes denota la pertinencia de Las armas y las letras. Desconozco cuántos años son preceptivos para poder plantarle a un libro la plica de clásico, pero han bastado cinco lustros para convenir en que éste sin duda lo es.

Recomendaciones para el Día del Libro

Un guiso de lentejas, de Mary Cholmondeley (Nocturna; traducción de Ricardo García Pérez). El mejor libro de Cholmondeley (1859-1925) es una de las cotas cimeras del movimiento de la New Woman surgido a finales del XIX. La dura brega de la autora durante los tres años que le llevó la redacción de su manuscrito, bajo terribles padecimientos físicos, no se traslada al estilo de la obra, que es ligera y jovial; hay, eso sí, una cierta acrimonia que da pimienta a la narración y convierte a la autora en una especie de versión áspera y avinagrada de Austen. La prosa es sutil y perceptiva y la trama, efectista en ocasiones, mantiene el pulso, por lo que sus quinientas páginas se leen de una sentada. Puede que el título de la novela, que no queda esclarecido, se refiera a la dificultades que encuentra una escritora para llevar un plato de lentejas a su mesa: el personaje de Hester Gresley, de clara índole autobiográfica, describe a la perfección las cuitas de toda mujer que quisiera vivir de las letras: su ambición literaria es para los demás algo “absurdo y desproporcionado, como las largas patas de un potrillo”, una “brasa de entusiasmo” que se apagará al madurar y volverse “pasiva, contemplativa” (p. 125).

Recomendaciones para el Día del Libro 1

Oriente, de José Carlos Llop (Alfaguara). Es muy conmovedora la reconstrucción filosófica que el protagonista hace de las vidas de sus progenitores, moldeadas, deformadas y desportilladas por la pasión y la posesión. El libertinaje de su padre es revelado como una batida sin término, como si, inasequible al desaliento, royese los zancajos del anima junguiana que, en unción alquímica, pudiera suturar la fisura que lo escindía. “Pero detrás de su afición por el desorden amoroso había una búsqueda. Creía que las mujeres llevaban en el interior el secreto del perdón de las culpas. […] Que ellas, las mujeres, eran una especie de balneario para curar sus fracasos, el lugar donde esos fracasos caían en una sima -la que el amor abre ante sus pies- y desaparecían para convertirse en algo superior. Había algo de búsqueda metafísica de lo inalcanzable en sus actos amorosos” (p. 27). También es bella la descripción de los amoríos estambulitas de su madre: “Cuando estaba en la cama con mi marido, oía las campanas de la basílica, y cuando estaba con mi amante, los cánticos del muecín” (p. 42). Con todo, no es en la finura de su prosa, que obliga a detenerse de tanto en tanto para degustarla, donde reside el interés de esta novela, sino en la poderosa fuerza de sus intuiciones sobre la posesión, la sensualidad y las variedades del amor. En esta obra exquisita y brillante, la pareja es «como un pecado secreto / donde el tiempo crea los oasis / del afecto y la construcción», como rezaba un poema de En el hangar vacío (1991). No es pequeña la deuda de gratitud que guardo con mi amigo Daniel Capó, que, con su habitual buen tino, fue quien me recomendó está novela.

Recomendaciones para el Día del Libro 2

El tutor, de Anna Maria Bunn (Tres Hermanas; traducción de Raquel Vicedo). Publicada en su momento de forma anónima, El tutor es una interesante novela gótica que transcurre en Irlanda, donde se crió la australiana Anna Maria Bunn (1808-1889). La sombra de la tragedia parece asomar por entre los cotilleos banales que se cruzan la protagonista y su mejor amiga, cuya correspondencia cruzada no envidia la de toda una Lady Susan. Las “enardecidas promesas y olvidadas pasiones” que promete el frontispicio de la novela no tardan en llevar a la catástrofe, que Bunn recrea con buen pulso. Meditando acerca del amor imposible que la consume, la protagonista desprecia a “aquellos que sacrifican sus sentimientos en el templo de la vanidad mundana”, pues “plantan una flor decorativa alegre y efímera en la tierra en la que podían haber excavado una mina de oro” (p. 337). Dramas aparte, no faltan las ingeniosas frases que, como es de rigor, satirizan con dulzura y elegancia las convenciones de la moral victoriana, por lo que El tutor se lee con mucho agrado.

Recomendaciones para el Día del Libro 4
Gente que se fue, de David Gistau (Círculo de tiza). Empezamos mal si digo que el universo mental del autor no puede resultarme más ajeno. No me gusta el fútbol ni el boxeo, y la estricta generación orteguiana que nos separa parece un muro de hierro: no vi de niño Aplauso, con Giorgio Aresu, ni Vacaciones en el mar; Mazinger Z no atiza mi nostalgia y tampoco recuerdo a López-Iturriaga ejecutando un tiro en suspensión. Sin embargo, su barrio se parece mucho al mío y su Madrid es inequívocamente la ciudad que habito. He frecuentado los mismos conciliábulos de escritores noveles, “barcos cargados de ánimas errantes”, y me he hecho fuerte en bares cuyos camareros son muñidores, compinches y escuderos. Hasta las reglas que en este mundo rigen son también las mías: lo que lleva al Martillo Guzmán a aventar sus últimos cartuchos vitales es lo que lleva al propio Gistau a hacerse pasar por una vieja gloria del Madrid, exponiendo los tobillos a los tacos homicidas de varios borrachos, y lo que mueve a Arturo Osuna a afear a los parroquianos de un bar de carretera que no sepan lo que es un negroni, so peligro de que le partan la cabeza con una porra en que se lee “Recuerdo de Calatayud”; comprendo, en suma, que Mauro Gentile se disfrazase del Zorro y enarbolase una espada de juguete delante de la policía: porque es mejor morir como El Zorro que vivir como Mauro Gentile. Sirvan estos ejemplos, que sonarán a chino a quienes no hayan leído el libro, para expresar mi queja ante el hecho de que dichas reglas no dominen también la realidad. Como nadie me creerá si digo que acabé su lectura entre aplausos, baste afirmar que lo pasé como un enano. Para descubrir quién es la “gente que se fue” lean el relato homónimo, obra maestra de ochenta páginas que se cuenta, a juicio de quien esto escribe, entre lo mejor de Gistau.

Recomendaciones para el Día del Libro 5
Los zapatos más feos del mundo, de María Jesús Mingot (Azulete). Cuando Pablo se calza sus horrendos zapatos verdes, puede caminar durante días sin cansarse; si salta, rebasa las nubes. El divorcio de sus padres no puede hacerle mella cuando sus expediciones por la imaginación lo llevan a lugares distantes y desconocidos. Es como si al ponerse esos zapatos el tiempo quedase abolido. En un verso de su magnífico poemario Aliento de luz (Vitruvio, 2015), Mingot proponía “devolver a la fugacidad su relevancia hurtada”. No es mal plan, pues, como formuló Quevedo e intuyen los más pequeños, solo lo fugitivo permanece y dura. Después de andar y andar, Pablo llega al más remoto de todos los lugares imaginados, el país del invierno, y frente a la blancura infinita de la nieve experimenta una suerte de libertad sin límites. ¿Qué hacer ahora? No hay respuesta posible, aunque uno se acuerdo de otro verso del citado poemario: “nieve, el más bello anticipo de la nada late en ti”. Hay pocas tareas más ímprobas que tratar de escribir una buena novela infantil, y Los zapatos más feos del mundo lo es. No es casualidad que comparta dos virtudes con Alfanhuí, a mi juicio la mejor novela para niños que se haya escrito: por un lado, una gran prosa; por otro, la capacidad de enseñar más acerca del mundo interior de los niños que dos o tres docenas de ensayos pedagógicos.

Recomendaciones para el Día del Libro 7

La mente de los justos, de Jonathan Haidt (Deusto; traducción de Antonio García Maldonado). Leyendo este ensayo me he acordado de Benito Cereno, el capitán de la novela de Melville cuyo barco es secuestrado por unos esclavos: aunque todos creen que él guía la embarcación, en realidad es un rehén. Bien sabido es que algo similar ocurre con muchas de nuestras decisiones. A despecho de su apariencia racional, son en ocasiones cautivas de un sinnúmero de procesos inconscientes. Que tantas personas inteligentes caigan en una inexplicable cerrazón a la hora de enunciar juicios morales o políticos tiene mucho que ver con ello. La mente justa, entendida por el autor como una suerte de propensión a la rectitud, antecede al juicio moral pero, también, nos lleva a uncirnos yugos tribales y a batirnos en justas atávicas. Haidt ha escrito un ensayo de envergadura. Su ambiciosa tentativa de sintetizar los hallazgos e intuiciones de la psicología social y la filosofía moral durante los últimos años (esfuerzo que, en expresión de Elena Alfaro, es comparable a una “labor de ingeniero que sistematiza y depura») convierte este ensayo en un libro de referencia.

Recomendaciones para el Día del Libro 11

En la mitad de la vida, de Kieran Setiya (Libros del Asteroide; traducción de Ramón González Férriz). Un paseo por aquella selva oscura que, según Dante, encontramos nel mezzo del cammin di nostra vita y por la que la filosofía habitualmente rehuye transitar. Que la “crisis de la mediana edad”, entendida como hecho psicológico, trocase durante los últimos años en una especie de leyenda urbana obliga a Setiya a referir un buen número de estudios multidisciplinares, si bien termina recalando en Lucrecio y Aristóteles. Y es que bueno es recordar /  las viejas palabras / que han de volver a sonar. Antes de que se popularizase el síndrome del burnout, John Stuart Mill narraba en su Autobiografía -su gran obra- los síntomas de su aflicción: “Me encontraba en uno de esos estados de ánimo en los que lo que en otras ocasiones resulta agradable se convierte en algo insípido o indiferente […] Hallándome en esta situación espiritual se me ocurrió hacerme a mí mismo esta pregunta: “Supón que todas tus metas en la vida se hubiesen realizado; […] ¿Sería esto motivo de alegría y felicidad para ti? Y mi conciencia, sin poder reprimirse, me contestó claramente: “¡No!” (citado en p. 43). También Tolstói, Schopenhauer, Hume y Lucrecio desfilan por estas páginas, acompañando al lector en tal amargo trance, obligándole a sacudirse la nostalgia y a hacer de la necesidad virtud, como haría un buen amigo. Un libro de filosofía práctica muy iluminador y muy ameno, interesante no sólo para quienes frisen la cuarentena: a mí, que aún me queda, me ha gustado mucho.

Recomendaciones para el Día del Libro 8

La soberanía del bien, de Iris Murdoch (Taurus; traducción de Andreu Jaume). Aunque se trate de una obra menor, no son poca cosa las pretensiones de este libro. Las tres conferencias contenidas en él dan cuenta de la determinación de Iris Murdoch (1919-1999) por abrir una nueva senda en la filosofía occidental, que en los años sesenta solo ofrecía dos caminos: o el camino tortuoso del existencialismo francés o la pragmática travesía de la filosofía analítica. Aunque su vocación filosófica, florecida en Oxford en compañía de Mary Midgley y Philippa Foot, quedó en segundo plano cuando a finales de los cincuenta comenzó a descollar como novelista, libros como El fuego y el sol (1977) o este que nos ocupa resultan estimables. Respecto a la dificultad de definir el bien y la relación de éste con la verdad, Murdoch escribe: “Podemos saber más o menos con certeza dónde está el sol, pero no es fácil imaginar cómo sería mirarlo. Quizá es verdad que sólo el hombre bueno sabe qué es eso o quizá mirar al sol supone estar gloriosamente cegado por el resplandor y no ver nada. Lo que sí parece tener sentido en el mito platónico es la idea del Bien como fuente de luz que nos revela a todos las cosas tal como son” (p. 174).

Recomendaciones para el Día del Libro 10

Conversaciones con Ian McEwan, editado por Ryan Roberts (Gatopardo; traducción de María Antonia de Miquel). Hay de todo en este libro, que recopila cuatro décadas de entrevistas a quien es, a juicio del que esto escribe, el mejor escritor vivo. Son interesantes sus juicios sobre el proceso creativo (“solía ser una fuente de placer-dolor, una especie de autotortura compulsiva. Pero ahora sé que el elemento esencial del placer de la escritura es la sorpresa. Sorprenderte a ti mismo con un pensamiento, o con una manera de formularlo. Hacer algo que parece proceder de una mente mejor que la tuya”, p. 95) y sus observaciones acerca de la predilección por las novelas largas entre los autores consagrados (“en el ámbito literario existe una poderosa fijación con la virilidad. Si publicas una novela corta, la gente cree que lo que pasa es que no consigues que se te levante durante mucho rato”, p. 253); también sus juicios acerca de otras cuestiones, como la desconfianza en el progreso (“hay que desconfiar de los placeres, deliciosos y seductores, del pesimismo. En el arte puede competirse en un manierismo vacío. Y en las universidades, en las humanidades, se requiere que todos los intelectuales sean pesimistas ilustrados”, p. 177) o la necesidad de que los escritores se mojen políticamente (“escribir una novela es entregarse a una fama de intimidad sostenida, no casa bien con el hecho de salir por televisión perorando sobre el estado de la nación”, p. 269). Destaca la entrevista realizada por Vanessa Guignery en diciembre de 2018, donde McEwan habla acerca del falso estudio psiquiátrico que aparece al final de Amor perdurable y que algunos tomaron por auténtico: “Me pareció que había triunfado más allá de mis expectativas con ese apéndice cuando el crítico literario del New York Times me acusó de plagia, ¡de derivar mi novela de un artículo científico! Sus dos autores, Wenn y Camin, son un anagrama de mi nombre” (p. 279). También son estimables las entrevistas realizadas por David Remnick y Zadie Smith, así como la de Martin Amis en 1987 a cuento de Niños en el tiempo, pues anticipa algunas de las ideas que éste plasmaría en La flecha del tiempo (1991).

Recomendaciones para el Día del Libro 6

 

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