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Alberto Lardiés

Felipe VI, el rey prudente

Antes y después de llegar al trono, el 19 de junio de 2014, Felipe VI se ha caracterizado por conducirse con prudencia.

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Felipe VI, el rey prudente

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Antes y después de llegar al trono, el 19 de junio de 2014, Felipe VI se ha caracterizado por conducirse con prudencia. Y quienes mejor conocen qué sucede más allá de los impermeables muros de la Zarzuela señalan a Jaime Alfonsín, jefe de la Casa del Rey, mano derecha y principal consejero, como responsable de la formación de Su Majestad. El Rey, moldeado por su asesor más cercano y por los acontecimientos que le ha tocado vivir, es ante todo un hombre prudente que justo ahora, cuando va a cumplir 50 años, se enfrenta a los dos quebraderos de cabeza que hornean sus preocupaciones y ensombrecen su reinado: el reto independentista en Cataluña y los problemas judiciales de su hermana, la infanta Cristina, e Iñaki Urdangarin.

Felipe VI es, todavía hoy y por paradójico que pueda parecer, un gran desconocido para los españoles.

Para la gran mayoría, la personalidad del jefe del Estado tiene forma de incógnita, sobre todo en los aspectos más íntimos. Un terreno poco explorado por la rigidez de una Casa que sobreprotege la imagen pública de la institución y, también, no puede negarse, por la atracción que siguen ejerciendo sobre la opinión pública tanto su esposa, la reina Letizia, como su padre, el rey emérito Juan Carlos I.

Para quienes mejor lo conocen, es un profesional de la Monarquía cuyo principal reto consiste, según palabras de uno de sus más cercanos, en “convertirse en un rey moderno”. Y es igualmente un hombre de carne y hueso que, por ello, también atesora sus flaquezas y contradicciones propias que, pese a no pocas trabas, tratamos de recoger con la mayor precisión posible en nuestro libro La corte de Felipe VI (2015, La Esfera de los Libros).

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Felipe VI en su más reciente apareción en DAVOS. | Foto: Denis Balibouse / Reuters.

 

Uno de los momentos más difíciles de su vida aconteció en las navidades del año 2001, cuando, durante un encuentro con periodistas, tuvo que anunciar la ruptura de su noviazgo con la noruega Eva Sannum, con quien pensaba contraer matrimonio contra viento, marea y razón de Estado y pese al criterio en contra del rey Juan Carlos y de buena parte de los ‘padres de la patria’ como Gregorio Peces Barba o el propio José María Aznar.

La boda iba en serio hasta que los atentados del 11-M se cruzaron en el camino del heredero y se decidió que el ambiente colectivo no estaba para fastos como los de una boda de Estado.

En aquel momento doloroso, dando la vida y el alma al desengaño, que diría el poeta, el entonces príncipe de Asturias comprendió mejor que nunca la amarga lección que conllevaba su destino; y aprendió también el juego táctico que luego pondría en marcha dentro de Zarzuela para forzar, pocos años después, el anuncio por sorpresa de su boda con la entonces periodista de Televisión Española, Letizia Ortiz, cuyo noviazgo fue fugaz y secreto precisamente para evitar caer en los mismos errores que habían frustrado su relación anterior.

Quizás lo que más ha moldeado la existencia del actual Rey de España es la llegada a su vida de Letizia Ortiz.

En aquella época se fraguó la ruptura de la corona con una parte de la nobleza y la clase alta patrias, que no salían de su asombro. No perdonaban los orígenes plebeyos de la periodista y que las hijas casaderas de toda esa casta de ilustres apellidos no hubieran sido tenidas en cuenta para tan trascendente momento de la monarquía. Letizia, hija de una sindicalista y nieta de un taxista, fue recibida con cajas destempladas por un sector de rancio abolengo y títulos heredados. Muchos, incluso algunos amigos del actual Rey, despreciaron a la hoy Reina como si fuera un capricho pasajero. Todos estos cortesanos asistieron después con hiriente estupor al fortalecimiento de la pareja, que ha alumbrado ya a dos hijas, la Princesa de Asturias, Leonor, y la infanta Sofía.

 

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La boda en 2004 del Felipe VI y Leticia Ortiz. | Foto: Pool / Reuters

 

 

 

Felipe VI no ha heredado, ni mucho menos, ese carácter tan campechano que popularizó su padre a lo largo de todo su reinado. Se parece más a su madre, atado al guión y al protocolo, con menos margen para la espontaneidad. Pero tampoco le faltan sentido del humor y sencillez a la hora de tratar a quienes recibe en audiencia. Es meticuloso cuando trabaja y, por ejemplo, siempre colabora activamente en la redacción de los discursos relevantes, frente a lo que hacía su padre.

No es un hombre taxativo, sino lleno de las cautelas que requiere el cargo.

Todo lo contrario que Letizia, que pueda llegar a apabullar con su capacidad para hacer quince afirmaciones por minuto. Su extremo cuidado para verter opiniones no es de nacimiento, sino entrenado por su preceptor, como ya se ha dicho. Teniendo en cuenta que cuando era niño, sus hermanas, Cristina y Elena, lo apodaban “Napoleón”, parece obvio que, tras esa pátina de hombre pausado y tranquilo, tiene hueco entre sus emociones para la ira y el enfado, sentimientos solo desatados lejos de los focos.

Sus buenos amigos, tanto los del círculo elitista de Madrid como los aficionados a la vela de Palma, saben bien que el hijo de Juan Carlos I esconde su lado travieso.

De contradicciones como la antedicha está hecho todo ser humano. Así, Felipe VI, al que más bien podría calificarse de tímido o reservado en público es, en la intimidad, un bailarín ducho en moverse a ritmo de salsa o un aficionado al gin-tonic. Sus buenos amigos, tanto los del círculo elitista de Madrid como los aficionados a la vela de Palma, saben bien que el hijo de Juan Carlos I esconde su lado travieso, como aquella noche en que robó los puros habanos de su padre junto a sus amigos de la navegación.

Por sus hechos los conoceréis. Felipe VI, que paradójicamente intenta huir del legado final de su padre, desveló sus cartas en su discurso de proclamación: “Una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. No fue una afirmación baladí. Porque el Rey quería (y quiere) acabar con algunos viejos usos que se perpetuaron durante el reinado de Juan Carlos I. Algunos de estos cambios son fáciles de visualizar. Ha apartado de su lado a consejeros como Rafael Spottorno, salpicado en el caso de las tarjetas black; ha alejado de la Corona a personajes controvertidos como Carlos García Revenga, vinculado a las actividades irregulares del caso Nóos, o como su buen amigo Javier López Madrid, caído en desgracia por varios asuntos turbios; ha establecido un nuevo código de conducta para el personal de la Casa; o ha abierto las recepciones de Palacio a sectores más amplios que el Ibex 35.

 

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Selfie con granjeros en Siero. | Foto: Eloy Alonso / Reuters.

 

En su afán por dar ejemplo a la sociedad, Felipe VI ha tenido que lidiar, sobre todo, con los comportamientos poco ejemplares y judicializados de Iñaki Urdangarin y de la infanta Cristina. Ha roto todos los vínculos fraternos con su hermana y su cuñado. Precisamente en las próximas semanas se conocerá la sentencia del Tribunal Supremo sobre el caso Nóos y, previsiblemente, Urdangarin, que antes parecía perfecto y ahora parece sacado de la saga Torrente, entrará en prisión porque su condena será firme.

Un fantasma que vuelve para no dejar dormir al monarca.

Cataluña es su otro desvelo.

 

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El rey durante una visita a Portugal. | Foto: Miguel Vidal / Reuters

 

Sobre todo porque el Rey abandonó su principal característica, la prudencia, el pasado 3 de octubre de 2017, cuando, contra la opinión de algunos de sus más estrechos colaboradores, decidió pronunciar un discurso histórico en el que denunció la “deslealtad inadmisible” de la Generalitat y reclamó a los poderes del Estado que sofocasen lo que ocurría. El fantástico libro de Ana Romero El rey ante el espejo (La Esfera de los Libros), recién publicado, da buena cuenta de las dificultades con que se gestó el particular 23-F de Felipe VI. Aquella noche de octubre el monarca, prieto el mentón y sujetados los nervios, apareció ante los españoles con más determinación que nunca. Solo la historia dirá si acertó o si, por el contrario, debería haber sido, también en este caso, más prudente.

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