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Alfredo Taján

Dos tumbas en Málaga: Jane Bowles y Gamel Woolsey

Algo superior a su destino unió a dos escritoras, y a su vez compañeras, de otros dos reconocidos autores literarios, me refiero a Jane Auer (Nueva York, 1917-Málaga, 1973) y a Gamel Woolsey (Aiken, Carolina del Sur, 1895-Málaga-1968); la primera, esposa del famoso músico, viajero y novelista, también norteamericano, Paul Bowles; la segunda, del hispanista británico Gerald Brenan, autor de El laberinto español.

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Dos tumbas en Málaga: Jane Bowles y Gamel Woolsey

Algo superior a su destino unió a dos escritoras, y a su vez compañeras, de otros dos reconocidos autores literarios, me refiero a Jane Auer (Nueva York, 1917-Málaga, 1973) y a Gamel Woolsey (Aiken, Carolina del Sur, 1895-Málaga-1968); la primera, esposa del famoso músico, viajero y novelista, también norteamericano, Paul Bowles; la segunda, del hispanista británico Gerald Brenan, autor de El laberinto español. Puede decirse que a ninguna les acompañó la buena suerte, pero también puede afirmarse que encontraron, en sus respectivos atardeceres vitales, un refugio a su medida en Málaga, la Ciudad del Paraíso, según el tan traído y llevado poema de Vicente Aleixandre. Ambas mujeres murieron y están enterradas en Málaga, lo que profundiza sus respectivos vínculos con esta ciudad, y además, lo transforma en un vínculo extrañamente telúrico.

Jane Bowles duerme en el Cementerio Histórico (y católico) de San Miguel, inaugurado en 1810, cercado en 1829, y Gamel Woolsey, lo hace junto a su marido en el Cementerio Inglés, abierto en 1831, que ha sufrido sucesivas ampliaciones; tanto el camposanto católico de San Miguel, como el anglicano de San Jorge están considerados tempranos ejemplos de la arquitectura funeraria romántica, y también de salubridad pública en España, en una época en que los cadáveres se enterraban como y donde Dios daba a entender, según clase, condición y territorio. Por ese motivo, capillas de residencias privadas, templos, fosas comunes, y hasta las orillas del mar, en el caso de extranjeros, y no sólo de extranjeros, estaban repletos de desechos humanos, si es que algo quedaba.

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El cementerio inglés en Málaga. | Foto: Natalie Maynor | Flickr

 

Da igual bautizar la flor de una u otra manera: dalia o gardenia, Jane Bowles nos atrapó, y sigue atrapándonos

Cabeza de gardenia, no consta por escrito, pero diversos testimonios han venido asegurando que así llamaba a Jane Bowles su amigo Truman Capote –ambos se profesaban un intenso cariño-, y así reza en la lápida de granito negro que encargué cuando ocupaba la dirección del Instituto Municipal del Libro, lápida inspirada en la de Marcel Proust sita en el Cementerio parisino de Père-Lachaise, y que hoy dialoga, esplendorosa, con la tumba del poeta Salvador Rueda en la zona noble del camposanto malagueño, transformándose, desde 2010, año en que restauramos su tumba y organizamos un homenaje internacional en Málaga, en uno de los hitos de aquellos viajeros que aman la narrativa de Jane, su existencia atormentada junto, y al margen, de Paul –nómadas de lujo-, sus últimos años, atendida por unas monjas en una clínica psiquiátrica, que aún permanece abierta, cercana al barrio de Capuchinos de Málaga. Cabeza de gardenia: sin embargo, en el prólogo de sus Obras escogidas, publicadas por Peter Owen en UK y por Jorge Herralde en España, Capote la describe sentada en un café de la casbah tangerina, con su cabeza como una dalia. Da igual bautizar la flor de una u otra manera: dalia o gardenia, Jane Bowles nos atrapó, y sigue atrapándonos, por el talento indiscutible de Two serious ladies, o en ese poema para teatro, In the summer house, que fue excelentemente recibido por una larga nómina de autores como Tennessee Williams y Gore Vidal, quienes quedaron prendados por las eufóricas mujeres con las que Jane recreó sus escasos títulos –Plain pleasures-, a las que añadió la ironía de las divas maniáticas de Ronald Firbanks, personajes femeninos que se hubieran desarrollado en una posterior producción ficcional si la enfermedad y la destrucción, encontrada en el alcohol, las drogas, y en una relación lésbica, con escabrosas pinceladas de venenos y magia negra, que Jane mantuvo con una perversa marroquí que la embruteció -la malvada Cherifa-, no hubieran ahondado en las inseguridades que arrastraba desde su juventud neoyorkina, y la hubieran llevado, primero al delirio, y después, a la muerte, aunque su resistencia, aun en estas condiciones, fue grande, no en vano, al morir, dejó dos novelas inacabadas: Out in the world, de cariz autobiográfico, respuesta soterrada a un título de Paul Up above the world , y Going to Massachusetts, un relato sobre la soledad.

La soledad, la incomprensión, y la inseguridad frente a la creación literaria, unen, de alguna manera, a Jane con la norteamericana de Carolina del sur, Gamel Woolsey, una mujer cuya infancia radiante en las plantaciones de algodón familiares se transforma en un infierno cuando conoce y contrae matrimonio con el periodista neozelandés Rex Hunter (1922), matrimonio que se hundió y que le inspiraría su primera novela, One way love (1931), cuyas dificultades de publicación en Inglaterra afectaron –lo que luego caería como repetida maldición sobre la obra de Woolsey- negativamente a las aspiraciones literarias de esta mujer tan frágil como tenaz.

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La ciudad de Nueva York también es un nexo de unión entre las dos autoras. | Foto: AP

La ciudad de Nueva York representa otro nexo entre Jane y Gamel: es la megalópolis donde escenifican sus primeras heterodoxias vitales, y de las que tanto una como otra, aunque por motivos distintos, deben huir cuando llega el momento. En New York city Gamel se hace amante de Llewelyn Powys, al que le presenta el hermano de este, el también escritor John Cowper Powys. Quizá esta relación, que se desarrolló en el clima bohemio del Greenwich Village de fines de los años veinte, marcó la existencia de Gamel hasta su muerte en Churriana en enero de 1968, aquejada de cáncer de mama. Si Llewelyn Powys fue el gran amor de Gamel, el encuentro con Gerald Brenan en Dorset en 1930 supone la soñada estabilidad, el regreso a la literatura, la paz interior, aún a sabiendas que a Brenan le precedía la fama de mujeriego, incluso ya es padre de una hija, Miranda, fruto de sus andanzas por Las Alpujarras granadinas, y el intenso dolor de la ruptura con Dora Carrington.

Hay mucho de estrella, y simas de fatalidad, en el dilatado matrimonio entre Gamel y Gerald, que duraría treinta y siete años

Hay mucho de estrella, y simas de fatalidad, en el dilatado matrimonio entre Gamel y Gerald, que duraría treinta y siete años. La estrella es la casona que adquieren en el mágico entorno rural de Churriana, quizá el término más alejado de Málaga capital. Se la compran a Carlos Crooke Heredia, a quien, por cierto, lo esconderán en la casa en los primeros días del Alzamiento de Franco, dada la adscripción de este al partido derechista CEDA, y a quien ayudarán a salir de Málaga rumbo a Gibraltar. En la primera época de aquel refugio (1934-36) Gamel anotará todo cuanto acontece en su convulso alrededor, y que darán fruto en la obra más conocida de esta autora: Death´s Other Kingdom (El otro reino de la muerte), que podría definirse como autobiografía bélica, testimonio radicalmente subjetivo, diario de emociones intrahistóricas, en definitiva, soberbia narración donde el paisaje se funde con las relaciones humanas, en una Málaga que se dirigía al abismo, y sería uno de los epicentros, de la guerra civil. Death´s other kingdom –título inspirado en un verso del poema de T.S. Eliot The hollow man, Los hombres vacíos-, se haría más conocido, décadas más tarde, por la edición en español, aparecida en Temas de Hoy del Málaga burning –Málaga en llamas-, título con que el editor norteamericano Zalin Grant publicó una segunda versión, que incluso Antonio Banderas intentó llevar al cine, pero que impidieron problemas de derechos, litigios que afectan el catálogo de Gamel y Gerald Brenan, y que no ayudan a que se realice una revisión literaria de esta pareja que vivió sus años dorados en aquella casa mágica, hoy sede de la Casa Museo Gerald Brenan, por la que pasaron desde Bertrand Russell a Vivian Leigh, de Lawrence Olivier a Cyril Connolly, los Davis, Ernest Hemingway, Paul Bowles, los Caro Baroja y un largo etcétera que merece un artículo aparte.

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