THE OBJECTIVE
Manuel Alberca

Transición sin ira

«Los grupos comunistas en la universidad monopolizaron la oposición al franquismo e intervinieron en los campus con los mismos procedimientos totalitarios y tergiversadores que ellos criticaban»

Zibaldone
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Transición sin ira

A finales de enero (Tusquets, 2019), de Javier Padilla, la obra ganadora del premio Comillas de este año, tiene indudable interés histórico y también plena actualidad en la medida que su contenido se confronta con el revisionismo que considera la transición democrática y el régimen constitucional de 1978 mera continuación del franquismo. Afortunadamente la obra no toma esta deriva. Al contrario, de su lectura podemos extraer, como ha destacado Arias Maldonado, la idea de la Transición como un referente político integrador frente al nefasto guerracivilismo, que puso en circulación Zapatero, compró después Podemos, y ahora, según le conviene, parece haberlo hecho suyo Sánchez. 

Antes de cualquier interpretación, Padilla hace la crónica política de los quince años que abarcan el tardofranquismo y los comienzos de la Transición, es decir, desde la mitad de los sesenta hasta finales de la década siguiente. En esta crónica el autor entrelaza los avatares de la contestación universitaria a la dictadura con las vidas paralelas de tres jóvenes que se encontraron en la Universidad Complutense a mediados de los años sesenta: Enrique Ruano, Javier Sauquillo y Lola González Ruiz. Como anuncia el subtítulo, se trata de La historia de amor más trágica de la Transición, en la que se mezclan la política y los sentimientos, lo colectivo y lo individual, la vida y la muerte. 

Enrique Ruano, estudiante de la Facultad de Derecho, murió asesinado en un interrogatorio de la brigada político-social en 1969. Era militante de un grupo marxista-leninista, que abogaba teóricamente por la lucha armada, el Frente de Liberación Popular (“Felipe” para entendernos), como lo eran también sus compañeros de facultad: Lola, su novia entonces, y Sauquillo, su amigo. Javier murió en 1977 tiroteado por un grupo de pistoleros fascistas en el atentado del despacho laboralista de Atocha 55, en el que fueron asesinados 4 personas más. El cuerpo de Javier sirvió de escudo salvador a Lola: se había casado tres años antes. Ambos ejercían de abogados en aquel fatídico despacho, vinculado al sindicato Comisiones Obreras, entonces ilegal. Lola sufrió graves heridas físicas y psicológicas de las que, como cuenta Padilla, nunca conseguiría recuperarse completamente.

De procedencia burguesa y perteneciente por lo general al bando vencedor de la guerra, la izquierda idealizaba curiosamente el mundo obrero que no conocía

Escribir un libro histórico-biográfico como este exige que las dos disciplinas convocadas no se interfieran ni se estorben. Tampoco sería factible, si cada una fuese por su lado, por sendas paralelas sin cruzarse. Esta modalidad historiográfica demuestra su validez, en la medida que ambos polos –el histórico y el biográfico- se complementen y se refuercen. El marco histórico general dibuja las posibilidades y limitaciones de las vidas individuales. Del mismo modo las biografías permiten conocer la dimensión humana que atraviesan los procesos históricos. La “vuelta al sujeto” de los años ochenta, con la que se recuperaba el lado biográfico que la historiografía predominante había venido negando hasta entonces (sobre todo la escuela de Anales y la historia marxista), vino a significar que el devenir histórico no era una mera suma de fuerzas autónomas, políticas, económicas y sociales, sino el resultado, también, de la acción de los individuos que vehiculan, secundan, contrarrestan o hacen fracasar los procesos. En esta corriente histórico-biográfica cabe ubicar el libro que nos ocupa.

La dificultad de documentar, informar e interpretar los hechos del periodo analizado por Padilla, no creo que se le oculte a nadie. Como historiador, ha manejado una abundante información (archivos públicos y privados, periódicos, revistas y panfletos, documentos legales e ilegales, etc.) y ha realizado decenas de entrevistas a protagonistas y testigos de los hechos. Ha acumulado una copiosa documentación, tanta que en algún momento esta amenaza la claridad del conjunto, pero el autor, guiado siempre por un certero sentido interpretativo, sin sectarismo ni parcialidad, ha sabido sortear este peligro. Contar al unísono tres vidas, las de Enrique Ruano, Javier Sauquillo y Lola González Ruiz, y ligarlas al contexto histórico sin que nada pierda su relieve e importancia es una tarea meritoria. Además Padilla lo hace de manera analítica, inteligible, amena y coherente

A finales de enero cuenta este periodo crucial y decisivo de la reciente historia de España: el tardofranquismo y el comienzo de la transición, junto a las biografías de los tres jóvenes antifranquistas. Nunca es fácil hacer una biografía, y menos ligarla de manera convincente al contexto colectivo de un país; pero, si se trata de tres, pueden imaginarse que la dificultad aumenta de forma exponencial. El autor acierta al retratar y valorar sus personajes, pues, a través de su mirada, terminamos comprendiéndoles y queriéndoles. Hay una mirada de respeto, de empatía y compasión por lo que supuso su lucha. Pero no incurre en la hagiografía, pues no escatima la crítica en el plano político. La izquierda de este periodo fue sectaria, cainita e intolerante. De procedencia burguesa y perteneciente por lo general al bando vencedor de la guerra, idealizaba curiosamente el mundo obrero que no conocía, y del que por orígenes sociales estaban tan lejos. Estos jóvenes burgueses aspiraban a convertirse en “profesionales de la revolución”, muchas veces de manera grotesca, como nos recuerdan los personajes novelescos que Juan Marsé plasmó en Últimas tardes con Teresa en 1966. Eran similares a los jóvenes estudiantes de los que habla el famoso poema de Pier Paolo Pasolini, universitarios con “caras de hijos de papá” (“avete facce di figli di papà”), que en los años sesenta en Italia hacían su particular revolución enfrentándose a los policías, “hijos de los pobres” (“Perché i polliziotti sono figli di poveri…”).

Los grupos comunistas en la universidad monopolizaron la oposición al franquismo e intervinieron en los campus con los mismos procedimientos totalitarios y tergiversadores que ellos criticaban

Cada una de estas vidas y, sobre todo, sus muertes significan y simbolizan algo distinto. La muerte de Ruano, en enero de 1969, señala y nos recuerda el oscurantismo y la represión, torpe y sanguinaria en los estertores del franquismo. La de Sauquillo, en enero de 1977, la inicial dificultad que, sin embargo, conduciría paradójicamente al éxito definitivo de la transición democrática. Por último, el destino trágico de Lola González Ruiz, muerta en enero de 2015, superviviente en una época en la que no encontró su sitio, simboliza el fracaso de la causa comunista en la política posterior a la transición. Fiel a sus principios y contradicciones no pudo o no quiso adaptarse a las nuevas circunstancias históricas. Su figura, la menos conocida de los tres, representa un magnífico descubrimiento del autor. Ella es la “víctima” trágica; poseída por la hybris, se inmola de manera consciente. Entre la desmesura trágica y la ceguera política, Lola fue testigo pasivo de la Transición y de la Democracia sin alcanzar a comprender lo que contemplaba. Quedó fatalmente anclada en las muertes de Javier y Enrique, y tal vez incapacitada para comprender la marcha de los acontecimientos políticos posteriores. Padilla apunta en su conducta indicios de cierto desvarío: veía en la matanza de Atocha una conspiración de Carrillo para llevar el país al terreno de la Reconciliación nacional que él propiciaba… El desencanto político y el desengaño íntimo le hizo sentirse profundamente fracasada: haber invertido todo en una causa y obtenido tan poco. Tal vez Lola intuyó que se habría llegado al mismo resultado sin tanto sacrificio. 

En las elogiosas reseñas que ha recibido el libro, extraña, sin embargo, que no se hayan comentado los episodios en que se refieren los procedimientos y tácticas totalitarias con que actuaban en la universidad de la época los diferentes partidos comunistas de aquel momento: PCE, FLP, Liga trotskista, grupos maoístas, etc. Estos grupos, escudándose en la falta de libertad política bajo la dictadura de Franco, conculcaban la libertad de los escasos grupos antifranquistas no comunistas, y también de los particulares, que vieron obstaculizada la expresión de sus posiciones, a los que les impidieron desarrollar su propia oposición al régimen. Los grupos comunistas en la universidad monopolizaron la oposición al franquismo e intervinieron en los campus con los mismos procedimientos totalitarios y tergiversadores que ellos criticaban.

La oposición comunista, y sus herederos de ahora, se forjaron en aquella escuela, y al parecer no han cambiado mucho. Los partidos actuales que se reclaman del marxismo, y también los nacionalistas e independentistas, de izquierda y de derecha, se inspiran en aquellos. Establecen, explícita o implícitamente, una comparación entre el franquismo y el periodo democrático actual, y claro la comparación es odiosa, pues hoy se benefician de la libertad política, lo que nos les impide criticar con cinismo una supuesta, por falaz, falta de libertades en la actualidad. En fin, manipulan todo con desvergüenza y actúan de la misma manera que hicieron durante el franquismo

Sin embargo, usar las mismas tácticas del antifranquismo en democracia tiene sus problemas. ¿Cómo sostener que se vive en el franquismo, cuando hace más de cuarenta años que Franco está enterrado? (Es cierto que en las semanas últimas algunos han intentado resucitarlo). ¿Qué hacer si la actual situación de libertad política evidencia que ya no vivimos en dictadura? ¿Cómo justificar procedimientos antidemocráticos como los que se practican a veces en la órbita de Podemos y, sobre todo, en los sectores del totalitario independentismo catalán o vasco? Muy simple, negando la mayor. ¡España no es una democracia! ¡Seguimos viviendo en la dictadura franquista! Pero, y la Transición democrática, ¿no se hizo con el beneplácito de todos? ¿No se legalizaron todas las opciones políticas? ¿No hubo una amnistía a los delitos políticos? ¡Ah!, sí, pues… ¡Borrémosla! ¿Que no se puede? ¡¡Desacreditémosla!!

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