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El rastro que ocultaron los espías de Juan Carlos I

El periodista de investigación Fernando Rueda narra 50 años de la relación de los servicios secretos con la monarquía al servicio de su majestad

El rastro que ocultaron los espías de Juan Carlos I

Jesús Hellín | Europa Press (ContactoPhoto)

El niño llamado Juanito llegó un frío día de noviembre del año 48 a Madrid. Ni siquiera bajó en Atocha, sino en la estación de mercancías de Villaverde. Entró por la puerta de atrás, pidiendo permiso. Le faltaban certezas y le sobraban ojos alrededor. Desde su llegada a España, el futuro Juan Carlos I estuvo rodeado de espías: de Franco y sus enemigos, de dentro y de fuera del país, incluso de su propio padre. Sus cartas pasaban por la criba del servicio postal. Lo supo en el 58, cuando, después de escribir apasionadas misivas a una Miss Universo, Franco le sugirió que «mejorara la ortografía» de sus cartas. Mucho antes de ser rey, Juanito entendió que tenía que saber moverse en aquella maraña para sobrevivir y medrar. «No tardaría mucho en meterse en ese mundo oscuro de espías que obtenían información en un lado del frente para pasarlo al otro», escribe Fernando Rueda en el recién publicado Al servicio de su majestad. La Familia Real y los espías (La Esfera de los Libros), una crónica que abarca 50 años de «conspiraciones, manipulaciones y ocultamientos».

«Juan Carlos descubre que cuando sea Rey necesita que el servicio secreto esté a su lado, le facilite información pero también le proteja, le cuide. Eso explica su obsesión por conseguir que los servicios secretos estén con él»

Rueda se planteó narrar esta oculta relación desde el año 75 en adelante, pero indagando a fondo descubrió hasta qué punto, aun antes de ser Príncipe de España, comenzó a crear sinergias con el espionaje. «Juan Carlos descubre que cuando sea Rey necesita que el servicio secreto esté a su lado, le facilite información pero también le proteja, le cuide. Eso explica su obsesión por conseguir que los servicios secretos estén con él». Tras la muerte del dictador y hasta su abdicación en 2014, el monarca contó con la cooperación y lealtad de la Inteligencia española, y norteamericana, en los grandes momentos y desafíos de su reinado. Tanto que sin esa ayuda (a menudo en las puras alcantarillas, donde no llega ni un haz de luz) la historia de España sería completamente distinta. Para empezar, la Transición.

Visita del Príncipe Don Juan Carlos a Granada en 1959. | Foto: Europa Press Archivo.

«Hay una realidad que vemos por encima del suelo y otra si ponemos el foco en las alcantarillas -explica Rueda, periodista y máximo experto en espionaje de nuestro país-. Queda muy claro que Estados Unidos quería un cambio hacia la democracia, que apoyaron a Juan Carlos aunque al principio no les gustara. Lo apoyaron desde la Secretaría de Estado y mediante la CIA. En la Transición hubo cerca de 200 agentes de la CIA en España, nunca había habido tantos como entonces». La CIA estaba al tanto de los planes para matar a Carrero Blanco y dejó hacer a ETA para que el presidente del Gobierno no fuese una rémora al aperturismo. El Seced, los servicios secretos españoles, también cerraron filas con Juan Carlos I. El rey se había trabajado su adhesión desde hacía tiempo, conectando con un grupo de militares de raigambre falangista o monárquica que acabarían siendo los más leales y, a veces, los más opacos y controvertidos: Emilio Alonso Manglano, José Luis Cortina, etc.

Tal fue el poder de atracción del monarca que el Seced incluso colaboró para allanar el camino a Suárez, posteriormente para alejarlo del poder, y echó barro sobre algunos cabos sueltos del 23-F y los GAL. Ninguna ley dictamina que los servicios secretos estén al servicio de la Jefatura del Estado, pero tampoco lo contrario. Los espías entraron rápido en la vanguardia aperturista de España y velaron por el asentamiento del nuevo Estado democrático bajo la forma de monarquía. «Yo no diría que sea una anomalía que trabajen para la monarquía. En otros países hacen exactamente lo mismo -considera el autor-. Existe esa costumbre de proteger la Constitución en curso, la Jefatura del Estado y los presidentes. Pero implica un debate ético: ¿debe proteger a la monarquía aunque supuestamente cometa delitos? Lo mismo valdría para un Gobierno cualquiera».

Fernando Rueda. | Foto: La esfera de los libros.

Y aquí topamos ya con ‘material clasificado’. El Seced, el Cesid y el CNI (según la época a la que nos refiramos) colaboraron activamente con Juan Carlos I no ya para eliminar amenazas al Estado sino para borrar sus huellas. De cooperantes pasaron a menudo a protectores y de ahí incluso a babysitter. Sobre todo en lo tocante a dos asuntos: dinero y mujeres. Ambos confluyen dramáticamente en Corinna, el personaje que salpimienta toda tragedia shakesperiana. Pero los primeros líos comienzan mucho antes. El asentamiento de la relación con los servicios secretos dotó al monarca de seguridad en lo tocante a sus amistades peligrosas: su «valido» Manuel Prado y Colón de Carvajal, los negocios de empresarios de su entorno, el dinero árabe… Ya en el año 77 encontramos a Juan Carlos I pidiendo una contribución de 100 millones de dólares para el asentamiento de la democracia en España a las monarquías árabes. Solo los saudíes salieron al encuentro y al calor de esta operación medró Prado y Colón de Carvajal con la aquiescencia del Gobierno. 

Antes de Corinna, hubo otras. Pero sin duda la que más quebraderos de cabeza dio al CNI fue Bárbara Rey. Hasta cuatro directores de los servicios secretos tuvieron que lidiar con sus amenazas de sacar a la luz una grabación íntima con Su Majestad. La historia adquiere tintes de farsa: operaciones clandestinas en su casa, un cacharro que sale humeando, las exigencias de la vedette. A Rey se la calló durante más de una década con dinero de los fondos reservados, con trabajo en la televisión pública e incluso con una revista creada expresamente para que figurara. «El servicio secreto actuó de publicista buscando contribuciones pequeñas para ir sumando dinero para Bárbara», cuenta Rueda. 

Bárbara Rey en la gala de presentación de Nueva Temporada de Canal Nueve en el año 2000. | Foto: Europa Press Reportajes | Europa Press | ContactoPhoto

Pero el asunto de Corinna tocaba una fibra mucho más sensible. No era una ‘amiga pasajera’ del Rey, sino un verdadero amor otoñal. El CNI la espió durante años sin que Juan Carlos I lo supiera. Por sus aspiraciones y su labor de representación para el Estado español sin ostentar cargo alguno, representaba una amenaza sin precedentes. Los sucesivos presidentes del Gobierno (Zapatero, Rajoy…) se habían lavado las manos y solo amigos como Félix Sanz, director del CNI, alertaron de la bomba de relojería que suponía Corinna. Sin embargo, el detonador no lo apretó directamente la ‘amiga especial’ sino el excomisario José Manuel Villarejo. Su guerra sucia contra el CNI hizo que, en busca de parapeto, contactara y conectara con Corinna. Para evitar la cárcel, empezó a tirar del hilo en público de los negocios del Rey con los árabes y con Corinna. «A pesar de lo que la gente quiere pensar, es un agente encubierto de muchísima calidad», concede el autor de Al servicio de Su Majestad.

«Si no hubiera espías esto no funcionaría, ni Juan Carlos hubiera podido aguantar tantos años. Pero lo mismo podemos decir de Felipe González o cualquier otro presidente»

El libro de Rueda nos lleva de excursión a las cloacas del Estado. Fue Felipe González, recuerda el periodista, quien dijo que el Estado también se defiende desde sus alcantarillas. «Hay actuaciones de servicios secretos que están absolutamente fundamentadas y otras injustificables, eso sucede en todos los países: Francia, Inglaterra, Alemania. Si no hubiera espías esto no funcionaría, ni Juan Carlos hubiera podido aguantar tantos años. Pero lo mismo podemos decir de Felipe González o cualquier otro presidente». Eso sí, como divulgador, lamenta que en España no exista una ley que permita desclasificar información sensible al estilo norteamericano. «Seguimos con la Ley franquista de secretos oficiales, que se cambió muy poquito en el año 77». De hecho, toda la información referente al espionaje de Corinna fue destruida y, por tanto, nunca podrá ser desclasificada. 

Entre tanto, y precisamente por la poca atención de Juan Carlos I a quienes le avisaban del peligro, el monarca que trajo la democracia abdicó en 2014. El nuevo estilo implantado por Felipe VI alcanza también a los servicios secretos. Sin tejemanejes de dinero ni mujeres de por medio (al menos que se sepa hasta ahora), la relación de Felipe VI con los espías, como en otros aspectos del reinado, marca una nueva tendencia. Añade Rueda: «Felipe ha aprendido lo que son y su utilidad, también ha visto que, aparte de la información, su padre los usaba en dos temas básicos: dinero y amigas. A Juan Carlos le faltaba dinero cuando llegó al trono y lo buscó. Los políticos lo sabían y le dejaban, todos, no decían nada en estos dos temas. Y los servicios secretos actuaban cuando se podían convertir en problemas de seguridad del Estado. El Rey actual no ha tenido ningún problema de esos hasta ahora». Su origen, su personalidad y su trayectoria son claramente distintas. A diferencia de su padre, no llegó como pura mercancía a un apartadero de la estación de Villaverde un día de frío de otoño en lo más férreo del franquismo con la vaga esperanza y la pesadísima responsabilidad de rehabilitar toda una dinastía. De ahí en adelante, la historia se trenza con otros mimbres. 

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