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Cultura

Jorge Freire: «Lo de que el nacionalismo se cura leyendo es una gilipollez»

Conversamos con el filósofo y profesor sobre la frustración de Occidente, los identitarismos o los Homo agitatus de la política española

Jorge Freire (Madrid, 1985) desconfía de quienes abusan de la frase hecha y del lugar común. Profesor, filósofo y columnista de esta casa, no ha mucho afirmaba que «la lucha contra el tópico es una lucha moral» y advertía de que «cuando surgen los latiguillos no habla el individuo, sino la muchedumbre». Alérgico a las masas anómicas, triunfó/triunfa con su ensayo Agitación (Páginas de Espuma, 1995), que acaricia la cuarta edición y fue galardonado con el XI Premio Málaga de Ensayo, un tratado de etología sobre la gran rutina que (des)vertebra nuestros días: la incapacidad generalizada de quedarnos quietos en un maldito sitio. Su coco es una lámpara mágica que rebosa sabiduría y sentido del humor. Inevitablemente, este fan de El Resplandor de Kubrick y enemigo de la tesis del «excepcionalismo español» debía estar en «Náufragos ilustrados».

P: Señor Freire, ¿qué le ahíta?

R: La información instantánea, estar al día y esta sensación de que la rabiosa actualidad nos termina empachando, y yo no quiero empacharme. Al final, lo que pasa es que la vida te hace volar. Y yo me niego. Me niego a estar al día.

¿Y con qué combate ese tipo de indigestiones?

Evitando estar al día. Fíjate, ahora se ha puesto de moda el ayudo intermitente. Pues yo lo que propongo es el ayuno, pero el ayuno total, el de los místicos, como el de Simeón el Estilita o los Padres de la Tebaida. Como el ayuno de los santos. Lo que hay que hacer es evitar estar al día, insisto. No quiero estar constantemente saturado por esa tortura que es la información instantánea.

Según cifras oficiales, 3.941 personas se suicidaron en España durante el año pasado. ¿Cree que, tras esta cifra, se esconde exclusivamente la pandemia de covid-19?

No exclusivamente. La pandemia y el ulterior confinamiento han afectado sobremanera a los adolescentes y a los mayores, con unas consecuencias, al parecer, deletéreas. Lo que está saliendo últimamente es preocupante, sí, sí. Creo que pasará un tiempo y, entonces, sabremos los verdaderos efectos del confinamiento.

La agitación, en exceso, ¿puede matar?

Sí. Puede matar en exceso y a la larga. Es como la gota china: una gota que te caiga en la frente no te va a matar, pero una gota que te caiga cada cinco segundos, a la larga, al cabo de varias semanas, meses o años, puede que, efectivamente, te mate. Creo que la agitación es una ponzoña que se va instilando, gota a gota, hasta que te acaba envenenando.

¿El hombre moderno –y la mujer, se entiende– es un ser frustrado?

Es, más bien, alguien con una relación tortuosa con la frustración. En el fondo, aprender a frustrarse tampoco es malo. Aprender a frustrarse es reconocer cuáles son nuestros límites, saber a qué podemos aspirar y a qué no.

Nadie es infalible.

No somos infalibles y, sobre todo, no conviene aspirar a todo, quererlo todo y quererlo ahora. Sin embargo, uno de los problemas que tienen nuestros coetáneos es ese perverso genio de la lámpara que es el hedonismo a corto plazo. Ahora dicen los psicólogos que los centennials, los post millennials y demás tienen, entre otros problemas, el de la baja tolerancia a la frustración. Es decir, que si tú no aprendes a frustrarte, al final, lo que sucede es que vas a acabar teniendo ansiedad o ciertos sinsabores porque no sabes hacer frente a algunas cuestiones de la vida, y hay que aprender a renunciar.

Una sociedad compuesta por hombres frustrados es una sociedad más vulnerable, ¿verdad?

Sí, en buena medida. Una sociedad de individuos frustrados, seguramente, sea una sociedad anómica. Y una sociedad anómica está compuesta por ciudadanos que no se dominan a sí mismos. Los ciudadanos que no se dominan a sí mismos se vuelven masa, y la masa pide a todas luces ser dominada. Con lo cual, la elección se reduce a o bien te dominas o bien eres dominado por otros.

¿Se está convirtiendo Occidente en una civilización frustrada?

Sí. Quizá, Occidente lo que tiene que hacer es aprender a frustrarse. Occidente es una civilización en claro estancamiento económico, por lo menos. Seguramente esté en un estancamiento cultural. Es una civilización envejecida y que tiene que decir adiós a uno de sus mitos de progreso, que es la idea de la expansión ilimitada del orden liberal, sobre todo, la expansión de la democracia hacia el este. Eso ya se ha entendido que es un mito de arrumbar. Quizá, lo que tenga que hacer ahora mismo Occidente es afrontar de nuevo sus expectativas para evitar frustrarse indefinidamente.

En su opinión, ¿«España va bien»? O, si lo prefiere más modernizado, ¿«España avanza»?

España va tan bien como cualquier país del entorno. España es un país intercambiable por todos los demás, homologable. Hay que arrumbar definitivamente la tesis del excepcionalismo español. España va bien moderadamente bien, como todos los países del entorno después de un cataclismo como el que hemos sufrido en los últimos meses.

¿Qué es lo que más le gusta de nuestro país?

España me gusta mucho. La gastronomía, por supuesto, es lo que más me gusta. Me gusta el clima, el paisaje y el paisanaje. Creo que es muy importante. Reconozcámoslo: los españoles podemos tener muchos defectos, pero los españoles somos hospitalarios, esencialmente majos… ¿Cómo no me van a gustar los españoles?

¿Y lo que más le irrita?

Esta machaconería identitaria con la que llevamos, no sé si décadas o siglos, mirándonos en la pletina del microscopio, obsesionados con esta identidad de «lo español». Estoy hasta los cojones del «ser de España». Estoy hasta las narices de esta idea de la Kulturpessimismus de «en qué falla España»… Mira, Gómez de Ávila decía que cuando se pierde la cualidad, uno se aferra a la identidad. No sé qué ha pasado en España, pero estamos todos obsesionados con en qué falla España. Pues no ha fallado nada: España es un país normal, al fin y al cabo. Con sus luces y sus sombras.

Vayamos por el identitarismo. Hay dos, con brocha gorda, nacionalismos efervescentes: el centralista y los periféricos. ¿Se sostiene el tópico de que el nacionalismo se cura leyendo y viajando? Junqueras, por ejemplo, trabajó en el Archivo Secreto del Vaticano. Oiga, ahí no se mete cualquiera…

Lo de que el nacionalismo se cura leyendo es una gilipollez. ¿Se cura el nacionalismo alemán leyendo a Herder? ¿Se cura el nacionalismo español leyendo a Menéndez Pelayo? Hay una cosa que yo detesto, y es el fetiche del libro como elemento soteriológico, esto que se ha puesto tan de moda en los últimos años que es pensar que leer nos hace mejores personas, más altos, más guapos y más santos.

Los coolturetas dicen que «la cultura nos salva…».

¿La cultura nos salva? Vamos a ver, ¿tú eres mejor persona por leer Mi lucha, Los protocolos de los sabios de Sión o Bagatelas para una masacre? El bachiller Sansón Carrasco decía en El Quijote que «no hay libro tan malo que no contenga algo bueno». Igual es así. Pero a mí, esta gente que habla de los libros como si fueran reliquias a conservar me genera mucha desconfianza. En buena medida, porque quien hable del libro como una reliquia, seguramente, no lea.

Lo hablaba con el maestro Luis Alberto de Cuenca: no todos los libros son inocentes.

Por supuesto. Y está bien que no lo sean. Sobre todo, es que no nos hacen mejores personas. ¿Tú eres mejor persona si te embaulas 500 páginas de Murakami en lugar de ver un partido de fútbol? Seguramente, de hecho, como es una actividad indolente y estés tumbado, encima, engordes. No creo que el libro nos haga mejores. De hecho, me parece fatal. Eso es beatería. Beatería cultural, pero beatería al fin y al cabo.

Dígame tres políticos patrios que encajen en su perfil de Homo agitatus.

Los hay a patadas. El más inmediato, seguramente, sea Pablo Iglesias. Porque Pablo Iglesias tiene, quizá, el vicio más llamativo del Homo agitatus, que es esa necesidad de estar constantemente dando opiniones y, claro, cuando hablas tanto que no puedes hacerte cargo de lo que has dicho, al final, esas palabras se te vuelven en contra. Quizá, la fuente de todos los males de Pablo Iglesias derive de todos los dardos que ha lanzado en tiempos idos y que al final le han vuelto. Es Homo agitatus cum laude. Otro Homo agitatus, aunque ya no esté en activo, o esté a medias, es Albert Rivera. Rivera es una persona que se conduce, habitualmente, con esta fraseología de coach, nervioso… y, sobre todo, esto lo cuento en el libro: cuando te manejas con latiguillos, con frases hechas, con lugares comunes, con ese floreo de palabras que no significan nada, lo que sucede no es que te habla el individuo, sino la muchedumbre. Con lo cual, yo propongo, en principio, desconfiar de todas las personas que hablen con frases hechas. Ese es el motivo de que Rivera no generase mucha confianza entre parte de la población. Y luego, habría un tercer ejemplo, que no es tanto agitado como agitador, y sería Carles Puigdemont. El latinista Curtius decía que Unamuno era «excitator hispaniae», ¿no? Pues Puigdemont es agitator hispaniae. Es alguien que ha agitado la política española hasta tal punto que, vamos, no sólo ha agitado Cataluña, es que ha agitado toda España, se han roto las costuras por el otro lado y ha salido el nacionalismo español de Vox. Evidentemente, Vox es un producto del procès.

Antes de que se me olvide: como profesor y filósofo, ¿qué le parece eso de que se hayan cargado la asignatura de Filosofía en la ESO?

No se la han cargado. Lo que han hecho es colocarla entre un Cafarnaúm de asignaturas que son más bien de oficio, de adiestramiento, y ese, quizás, sea el peligro al que nos enfrentamos: la educación reducida a mero adiestramiento. La han confundido entre unas cuantas asignaturas de iniciación a la vida empresarial. Claro, me entra la sospecha de si, en realidad, lo que se está buscando no será una ciudadanía que invierta, que haga la declaración de la Renta, que consuma, que vaya al fútbol, que vaya a los toros, pero que no se haga muchas preguntas.

¿Una factoría de borregos?

Quizá no tanto. Al fin y al cabo, siempre queda algo y, sobre todo, para filosofar no hace falta la Filosofía. Yo no quiero que quiten la Filosofía en absoluto, pero uno puede ser un analfabeto que no haya leído a Platón y que filosofe con todas las de la ley, y, seguramente, alguien que esté encastillado en el pináculo de la torre de marfil de la academia no filosofe. ¿Factoría de borregos? Soy el primero que critica la nueva pedagogía y creo que hay cosas que se están haciendo muy mal, pero me niego a cerrar filas con todos aquellos que… (Piensa) Ortega hablaba del «deleite de la quejumbre», y eso me parece la peor de las coqueterías. Es abandonarse a la idea de «qué mal están las cosas», a la jeremiada constante. «La educación, ¡qué mal va!». En realidad no es así, la educación no va tan mal.

Para finalizar, permítame una última jeremiada: ¿qué pesa más en España: la desidia o la imbecilidad?

Seguramente ambas. A lo mejor una lleva a la otra. Fíjate: «imbecilidad», como sabes, viene de im- y baculum…

El que va sin báculo, o sea, sin bastón.

Efectivamente. Cuando vas sin báculo por la vida, ¿qué es lo que haces? Te agarras al brazo de alguien, a la chepa o donde buenamente puedes, y no puedes seguir tu camino, no puedes emprender tu vida, porque siempre tienes que estar dependiendo de otro. Si eres un imbécil, si eres alguien que no es capaz de imponer su propio criterio, seguramente, caerás en la desidia. Y al revés: quien se deja conducir por la desidia, la indolencia o la abulia, y eso pasa mucho en nuestra generación, al final te acabas convirtiendo en un imbécil. Hay una cosa muy castiza, que me hace mucha gracia, que es lo de «estar perro» en el sentido de «estar vago». Mi mujer me decía hace poco: «Igual que existe el sintagma odioso de la zona de confort, habría que hablar de la zona de perrería». Esta gente que está todo el día perro. A mí, el día se me hace corto. Las horas se me escurren por los dedos. Siempre hay un libro que leer, una película que ver, un amigo como tú al que frecuentar, y, de verdad, los días se me hacen cortos. Entonces, esto de que se te pasen las horas perreando es algo que no concibo.

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