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Cultura

Daniel Gascón: «La mayor virtud del español es su capacidad de adaptación»

El editor de ‘Letras Libres España’ habla en ‘Náufragos ilustrados’ sobre Jesucristo, los fabricantes de utopías y el niño acosado por nacionalistas en Canet de Mar

Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) concibe la cultura como una gran conversación «donde siempre entran voces diferentes». Ese enfoque lo ejecuta como editor de Letras Libres España, viendo y siguiendo los debates que interesan y que plantean dudas a las gentes que orbitan en torno a la revista. El ensayismo anglosajón –en la estantería de su casa está, por ejemplo, todo Orwell– ocupa un lugar destacado en su dieta bibliófila. Escribe con claridad, erudición y sentido del humor. Traductor, ensayista, novelista –sus libros de Enrique Notivol, Un hipster en la España vacía y La muerte del hipster, lo han petado–, guionista y colaborador en varios medios, como El País o LaSexta, este fan de Leonard Cohen y de Franco Battiato se suma a «Náufragos ilustrados» en un diciembre mesetario en el que, más que asomarse, se exhibe impúdicamente la Navidad.

P: Señor Gascón, ¿prefiere celebrar la Navidad o el solsticio de invierno?

R: (Risas) Yo prefiero celebrar la Navidad, pero como me gustaba mucho Christopher Hitchens, me gustaba cada año, por Navidad, escribir un artículo contra la Navidad. ¿Qué decía? Que los supermercados parecían Corea del Norte, pero con villancicos. Es una forma de celebrar la Navidad y me divertía mucho ese artículo anual. Lo echo de menos.

¿Sus navidades infantiles fueron rurales o urbanas?

Hubo un poco de todo, pero recuerdo muchas urbanas, porque las asocio a la casa de mis abuelos. Era una casa en Zaragoza. Muchas las recuerdo allí, que era un entresuelo. Mi abuela volvía de la Misa del Gallo y encontraba regalos de Papa Noel, que eran muy pequeñitos, porque el día grande era el de los Reyes.

El personaje de Jesucristo, ¿qué le parece?

Es uno de los grandes personajes de la historia. Tiene esa parte tan bonita en El Reino Carrère donde cita las palabras de Jesús en el Evangelio, solo está haciendo eso, y te impresiona mucho. Creo que la idea del pecado original es una gran idea, pero terrorífica, y el perdón, el amar al prójimo… son ideas muy buenas, sin ser yo religioso. Y luego, en cambio, el «el que no está conmigo está contra mí» o el «lo que les va a pasar a los que no se vengan conmigo» me cuesta más compartirlo. Pero, evidentemente, es un personaje crucial y admirable en muchas cosas. Supongo que ese «cómo serían»… Hace poco, nosotros sacábamos en Letras Libres un texto de Milanović hablando de Pilato. Me parece que toda esa especulación literaria es muy fascinante. Porque venimos de allí, ¿no? Creo que Jesucristo tiene muchas cosas admirables y otras que, bueno, creo que se le podría criticar alguna cosilla.

¿Es más fácil que los primeros acaben siendo los últimos que que los últimos terminen siendo los primeros?

(Risas) Esto sería como la meritocracia y el ascensor social. Creo que, a veces, una posición de partida te ayuda más. Una buena posición de partida tiene más beneficios que facilidades para caerse. Eso es del «Sermón de la Montaña», ¿no?

Ahí me pilla.

Bueno, está en Democracy, una canción de Leonard Cohen en la que habla de ello. Es una de esas ideas maravillosas, como la capacidad de redención y de salvarse y de mejorar y tal, que es una de las cosas del personaje de Jesucristo que son muy buenas, y que tiene algo que resuena con todos nosotros. Esa idea de pensar que al pequeño le puede ir bien y que la virtud se recompensa…, aunque también sabemos que dicen que la virtud es su propia recompensa.

¿Se fía de los fabricantes de utopías?

Hace poco, tuvimos una mesa sobre este tema. Muchas veces, el fabricante de utopías se encuentra un obstáculo, que son las personas. Entonces, tienes que ir allí y las tienes que apartar, o incluso cosas peores, en el sueño hacia tu utopía. Tengo cierta desconfianza, al menos, hacia una utopía entendiéndola como esa cosa un poco escatológica. Mi amigo Félix Romeo decía: «Las utopías, en el siglo XX, nos han dejado muchas cosas negativas». Es verdad que hay otros que dicen: «Sin esa idea de mejora, sin, al menos, el concepto de una utopía como una esperanza, no podríamos mejorar y nos quedaríamos quietos». Por ejemplo, decía Félix Romeo que a él le gusta la Arcadia, que es un sueño como mucho más individual, de estar con los amigos, en vez de crear una sociedad perfecta. Como una mejora más modesta. Hay una parte paradójica de la utopía: entendida como un ideal meliorista, es necesaria para la democracia, pero si te la tomas demasiado en serio, puede acabar siendo incompatible con la democracia en ciertos niveles.

Ahora que la izquierda se mata por una audiencia papal, ¿España ha dejado por fin de ser católica?

(Risas) Bueno, hay una parte muy curiosa de un sector de la izquierda, de la izquierda socialdemócrata, al que lo único que le gusta más que un militar es un cura. Siempre ha sido así, lo único es que le gustan los suyos. Es como esa gente que decía: «No, no hacemos un bautizo porque nos parece una cosa horrible y tal», pero luego organizaban una cosa más peñazo que un bautizo. Que dices: «Hombre, no hace falta copiar lo peor». La segregación por sexos, las políticas sexuales que, supuestamente, se le reprochaban a papas anteriores… esto no ha cambiado nada. Cuando fue el atentado contra Charlie Hebdo, ahí estaba el papa Francisco justificándolo. Realmente, muchas de las sorpresas, si llevas ya un rato en el mundo, no son tales sorpresas. Dices: «Mira, las cosas siguen más o menos como siempre».

El tópico de que la envidia es el pecado más habitual en nuestro país, ¿lo compra?

No sé si es Monterroso…, igual era en un libro de Savater, Despierta y lee, en el que decía que, para los franceses, su pecado nacional es la envidia, y que para los ingleses, lo mismo. También me gusta esa idea de que sea el pecado que no se disfruta. Fernán Gómez, en La silla de Fernando, que es una especie de monólogo/conversación con él mismo, dice: «En realidad, no es la envidia el pecado español. Lo que más nos distingue es el desprecio. O sea, tú dices: ‘Este libro de uno que es un poco como de mi edad o de mis características yo no me lo he leído, pero el éxito que tiene es completamente inmerecido’». «Mi éxito, si llega, es merecido y, además, nunca lo suficiente; en cambio, el de los demás, siempre es de chiripa, inmerecido, y porque el público se mueve como un rebaño».

Foto: Laura Martínez | The Objective.

¿Y cuál sería la mayor virtud del español medio?

No lo sé. Ahora pensaba en otro defecto. Siempre nos tenemos por un pueblo muy indolente y, sin embargo, parece que somos bastante confiados y ordenados. Con la pandemia se ha visto. Tengo cierta prevención con los, digamos, esencialismos. El otro día, David Jiménez Torres, en la entrevista que le hacías, hablaba contra el excepcionalismo español, y estoy bastante de acuerdo. ¿Virtudes que tengamos? No sé cómo definirlo, pero, por ejemplo, y ahora esto se ha matizado con la irrupción de un partido de extrema derecha, la capacidad que ha tenido España de cambiar en los últimos 40 años, pasando de ser un país muy homogéneo religiosamente, culturalmente, técnicamente, y, sin apenas tensiones, a ser un país muy diferente. Creo que es algo que muestra una capacidad de adaptación, de transformación, que es muy curiosa y que me resulta bastante admirable. Y creo que hay una solidaridad entre generaciones que no sé a qué se debe, quizás a que hay un contacto familiar grande, que sí que creo que está. Estamos algo menos solos que en otros lugares.

¿De qué pecan, en su opinión, los políticos patrios?

No lo sé. Una cosa que tenemos claro es que los miramos mucho. Hay algo que es la sobreexposición. Luego, creo que la selección dentro de los partidos es un poco nefasta. Parece que la gente que sale no son los más brillantes. Quiero creer, y de hecho lo sabemos, que en el PSOE o en el PP hay políticos que son mejores… Creo que hay un elemento de política autorreferencial. Y luego, también, hay seguramente una obsesión con el corto plazo, que tiene que ver con la sobreexposición, y que hace que tú estés tan pendiente de lo que sucede inmediatamente, de la última encuesta, y que no se miren las cosas más a largo plazo. Eso también hace que la palabra no valga nada: que digas una cosa y la contraria al día siguiente. Como estás solo pendiente de lo inmediato, asumes que el otro va a mentir y no pasa nada. Luego, está esa especie de elemento de polarización constante. Creo que lo que nos gusta es quejarnos y seguir en ella, que produce muchas satisfacciones (risas).

Permítame un volantazo: la familia de un niño de cinco años está siendo acosada en Canet de Mar por pedir que se impartan en castellano el 25% de las clases, después de que una sentencia del TSJC lo estableciera definitivamente. Esto denota…

En este caso, es un ejemplo de fanatismo. A veces, esta idea, que es absurda, porque no salvas a una lengua por eso, de ir hasta donde puedes llegar cuando te ciega una sola idea, ¿no? Entonces, esa sola idea te impide ver lo demás, por obvio que sea. Estos días veía a gente que decía: «Es un debate muy complejo». O sea, acosar a un niño de cinco años no es un debate muy complejo. Luego, si quieres, podemos hablar de la lengua y tal, pero, realmente, esta situación es inadmisible. Hay personas que tienen esa tendencia a mirar hacia el otro lado y decir «esto es sólo una anécdota» y, sin embargo, en otros casos, a partir de la anécdota, sí que pedimos que se hagan muchas leyes y que se reformen muchas cosas. En cambio, aquí es como: «Esto merece indiferencia o mirar hacia otra parte». Me parece tremendo que tengas a autoridades incitando a una desobediencia, o alentando, de una forma más o menos clara, al acoso. Que se publiquen los datos de esta gente es de muy poca calidad democrática. Hay una sentencia judicial y ves que una autoridad autonómica insta, más o menos, a la desobediencia… Esto no es una desobediencia civil como eran los insumisos: esto es una forma de despotismo. Lo que estás haciendo, en realidad, es usar tu autoridad para violar los derechos de otros. Esto no es desobediencia, es despotismo. Y luego, en el debate de la inmersión lingüística, hay muchas cosas que se dicen que no son ciertas. Joaquim Coll lo ha explicado muy bien en artículos en Crónica Global: hay mantras que no son ciertos. Es decir, no es una inmersión, sino que es una política de exclusión. Luego están los que decían que había que estudiar en la lengua materna… salvo si es el castellano. Un 75-25 tampoco parece que ponga en peligro la supervivencia del catalán, ¿no? Luego, la idea de que el catalán se muere con una hora menos, pero el castellano se aprende solo… O esas ideas de «el nivel es el mismo», como si las pruebas fueran las mismas en unos territorios y en otros. También hay estudios que dicen que están perjudicando a familias castellanoparlantes y, sobre todo, a los niños. Entonces, creo que a las personas que están preocupadas por el catalán y por que en una sociedad bilingüe se hablen las dos lenguas, que es algo que en Cataluña sucede con toda naturalidad, y a los que están preocupados por el ascensor social, hay que decirles que hay cosas que no han funcionado tan bien. También creo que es un error, por parte de quienes aman la cultura en catalán, permitir que se convierta solo en un instrumento de confrontación. El catalán es una lengua que es de todos y es un vehículo de comunicación. No puede dar la sensación de impuesta, que es algo que la vuelve antipática, y no debiera serlo.

¿Los nacionalistas son Herodes capaces de matar a los inocentes –metafóricamente, se entiende– con tal de seguir en el trono?

Tampoco llevaría el símil demasiado lejos. Sí que conviene, a veces, por prudencia, tener dos ideas en la cabeza al mismo tiempo para que te hagan un poco de contrapeso. Si te encierras solo en una, como nos pasa un poco a todos a veces, nos ves cosas muy obvias que tienes delante. No sé si es el caso de Herodes, pero hay que tener una cierta ironía. Tener conciencia de tu propia circunstancia, digamos. Yo creo que eso puede ayudar seguramente a todos (risas).

Vamos acabando, señor Gascón. Si tuviera oportunidad de intervenir en el guion del mensaje navideño del Rey, ¿qué escribiría?

No sé, la verdad, lo que pondría. Me parece un trabajo muy difícil. No lo había pensado nunca. Generalmente, nunca lo veo. Reconozco que el discurso del 3 de octubre del 17 fue muy importante, pero el discurso navideño del Rey es algo que casi me lleva muy a la infancia. Mi familia era numerosa, había mucha gente. Había un par de mayores viendo el mensaje, y los demás estábamos esperando para jugar. Tendría un poco de regresión infantil y no sabría hacerlo, la verdad.

Y, para finalizar, ¿qué libro prevé regalar por estas fechas?

Voy a hacer un regalo que es familiar, Siempre quiero ser lo que no soy, de mi hermana Aloma, que me gusta mucho, y luego creo que es un buen regalo el Diccionario democrático de Manuel Arias Maldonado.

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