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El ‘management’ de los Beatles: míralos y haz todo lo contrario

Los Beatles han fascinado a varias generaciones y aún hoy debaten los sabios qué los hizo incomparables

El ‘management’ de los Beatles: míralos y haz todo lo contrario

Los cuatro miembros originales de Los Beatles. | KEYSTONE Pictures USA (Zuma Press)

En 1973, siendo yo un preadolescente, fui con mi padre al circo. A mí nunca me ha gustado. Me angustia pensar que el funambulista va a patinar en el alambre, el acróbata no llegará al columpio y el elefante le aplastará la cabeza del domador. Los payasos no me hacen ninguna gracia y huele todo a boñiga, pero a mi padre aquel espectáculo le fascinaba y decidió que era hora de que lo conociera mi hermano pequeño, que no tenía a la sazón ni cinco años.

Aquella tarde la pasé, como siempre, regular, pero la función avanzaba sin mayor contratiempo cuando, durante una pausa, el jefe de pista aulló por megafonía: «¡Damas y caballeros, noticia de última hora! ¡Los Beatles han vuelto a reunirse!».

Aquello sí que era fantástico. Apple Records acababa de lanzar el Álbum rojo y el Álbum azul y yo me tiraba el día escuchándolos. Cada vez que daba la vuelta a uno de los elepés, pensaba: «No van a poder superar esta cara», pero invariablemente lo lograban. La única sombra que velaba aquel inmenso placer era la conciencia de que, cuando me saturara de aquellos elepés, no habría un tercer álbum verde o marrón. 

Pero ahora anunciaban que los Beatles iban a juntarse de nuevo y el corazón me dio un vuelco. 

Entonces saltaron a la arena cuatro chimpancés con chaquetas de lentejuelas, pelucas y guitarras de juguete mientras sonaba de fondo «She loves you, yeah, yeah, yeah!». El público prorrumpió en una estruendosa carcajada y mi hermanito sonrió, pero a mí me ardían las orejas y habría estrangulado con mis manos desnudas a aquel jefe de pista. ¿Qué clase de falta de respeto era aquella? 

Historia de ‘Get Back’

Me imagino que no fui el único al que aquella broma disgustó. Los Beatles han fascinado a varias generaciones y aún hoy debaten los sabios qué los hizo incomparables. Una de las últimas aportaciones es el documental Get Back, de Peter Jackson. Lo acaba de estrenar Disney y, según The Economist, «está lleno de regalos para todo interesado en la música, la cultura pop y la creatividad». Cuenta la última grabación de la banda. Las relaciones son algo tensas. John se burla de las ideas de Paul, Paul descarta las propuestas de George, George se ausenta seis días porque no se siente querido. Pese a todo, The Economist considera que encierra pistas valiosas para organizar el trabajo en equipo. 

Ringo, por ejemplo, parece que no hace nada. Literalmente. «Está la mayor parte del tiempo durmiendo o mirando aturdido», pero su carácter conciliador es la argamasa que mantiene el grupo unido. 

Otra lección: en lugar de concentrarse en sacar las canciones que les ha encargado la discográfica, los Beatles se entretienen interpretando temas ajenos, copiando «como urracas» todo lo que les gusta y aceptando alegremente cualquier sugerencia. 

De este simpático (a ratos) caos surgiría Let It Be, una obra mítica, aunque, desde mi punto de vista, irregular. Contiene clásicos absolutos, como Get Back, The Long and Winding Road, Across the Universe o la propia Let It Be, pero también piezas menos inspiradas, como I’ve Got a Feeling, o directamente incalificables, como Dig It, que solo puede interpretarse como una gamberrada. El nivel general es, sin embargo, altísimo y, cuando el resultado es bueno, tendemos a considerar que lo son igualmente los medios puestos para alcanzarlo. 

Ahora bien, imagine por un instante que le asignan un importante proyecto y decide aplicar las enseñanzas del documental. ¿Qué dirían los accionistas si se enteraran de que ha elegido para ejecutarlo a cuatro sujetos de los cuales dos no dejan de lanzarse puyas, el tercero sestea la mayor parte del tiempo y el cuarto se ausenta seis días porque no se siente querido? ¿Y qué opinarían de que se dedicaran a copiar como urracas y aceptar las sugerencias de cualquiera? «¿Para eso les pagamos?», preguntarían con razón.

Andanzas en Nigeria

Let It Be no fue un éxito por cómo se gestionó, sino a pesar de cómo se gestionó. Seguramente no se podían hacer peor las cosas, pero el talento de los cuatro de Liverpool era tan inmenso que se sobreponía a las circunstancias más adversas. Geoff Emerick, el técnico de sonido de (entre otros) Sgt. Pepper’s, recoge en sus memorias un episodio revelador. Corría 1972, los Beatles eran ya historia y Paul McCartney le propuso ocuparse de la mesa de mezclas de su siguiente elepé con The Wings. 

—Por supuesto —contestó Emerick sin aguardar más detalles.

—Quizás no quieras aceptar tan deprisa —se rio Paul.

EMI tenía estudios repartidos por todo el mundo. George había grabado parte de su música india en Calcuta y Paul quería repetir la experiencia, pero en Nigeria. La idea era estar «todo el día en la playa sin hacer nada» y trabajar por las noches, pero las cosas se torcieron antes incluso de empezar. En los encuentros de preproducción celebrados en Escocia «los malos rollos llegaron a tal extremo que el batería y el guitarra solista dejaron [The Wings]». El grupo quedó reducido a un trío: el guitarra rítmica Denny Laine, Linda y Paul 

Una vez en Lagos, Emerick descubrió que el chalé donde lo habían alojado estaba al lado de una leprosería. Pidió que lo trasladaran a un hotel y la primera noche no pudo pegar ojo por los silbidos de las cucarachas, que «tenían el tamaño de platos». El estudio de EMI era un cobertizo sin aire acondicionado. Los micrófonos estaban desparramados en una caja de cartón. No había cabinas ni pantallas acústicas. 

Y los problemas no habían hecho más que empezar. 

Una noche atracaron a Linda y Paul a punta de navaja. Mientras ella suplicaba deliciosamente: «¡No lo matéis, es un Beatle!», él procedió a entregar la cartera, la cámara y el reloj. Los asaltantes vieron que llevaba además una bolsa y se la exigieron. Paul no discutió, pero fue un golpe tremendo, porque dentro iban las maquetas y las libretas con la música y la letra de las canciones que traía para grabar. 

Al día siguiente, le contó el incidente al director del estudio. «Tienes suerte de ser blanco», le dijo este. «Los nigerianos pensamos que los blancos no nos distinguís. Si hubieran creído que podías identificarlos ante la Policía, te habrían matado». 

Linda casi se desmayó, pero Paul siempre se tomaba las cosas por el lado positivo. Ni siquiera se inmutó cuando le preguntaron cómo iba a arreglárselas sin maquetas ni libretas.

—Más o menos recuerdo la mayoría de las canciones —dijo—. Y las que no recuerdo… Bueno, supongo que tendré que escribir otras.

Y eso fue lo que hizo.

Así de fácil le salía a Paul la música. Incluso abandonado por sus compañeros de banda y recluido en el estudio cochambroso de una ciudad violenta y hostil fue capaz de entregar Band on The Run, un álbum que permaneció 120 semanas en las listas británicas, vendió millones de copias, obtuvo críticas excelentes y ganó dos Grammy.

Derroche

Hace años me encargaron una biografía de Federico Martín Bahamontes y, mientras me documentaba, comprendí que lo insólito de aquel ciclista no era que hubiese ganado el Tour de 1959, sino que no hubiera ganado también los dos o tres anteriores. Era un corredor con unas facultades excepcionales, pero, como le indicó el gran Fausto Coppi durante una cacería en Toledo, le faltaba un equipo que lo arropara.

Lo mismo opino de los Beatles. Triunfaron a pesar de lo mal que administraban su talento. La mayor lección de management que se desprende de su ejecutoria es esta: míralos y haz lo contrario. 

Los Stones nunca se han disuelto. Sus integrantes sacan discos en solitario, pero se las han ingeniado para reunirse de cuando en cuando y dar una gira o un concierto. Tampoco los Beatles debieron separarse. Habría salido ganando la música y yo me habría ahorrado aquel sofocón de preadolescente una tarde de circo.

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