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Sandra Sánchez, la luchadora que derrotó al aire

Los katas de la mejor karateca de la historia deslumbraron a los espectadores durante los JJOO. Su historia personal realza aún más sus logros. Es uno de nuestros personajes del año

Sandra Sánchez, la luchadora que derrotó al aire

Sandra Sánchez. | Gráfico: Erich Gordon

Sandra Sánchez (Talavera de la Reina, 1981) no quería bailar. No es que no tuviera sentido del ritmo: prefería desarrollarlo como su hermano. Cuando tenía solo cuatro años, sus padres decidieron darle al excedente de energía de su prole una salida física. Para Paco, el kárate, cosa de hombres; para ella, baile. Sandra se salió con la suya. Primer golpe a los prejuicios. No sería el último. Su vida se iría desplegando sobre la columna vertebral de la lucha con una supuesta lógica tan esencial e inasequible, al parecer, como el aire al que van los golpes del kata.

Viaje al Centro de Alto Rendimiento de Madrid

El kata se parece bastante al baile. Consiste en una secuencia de movimientos con el que el karateca esculpe su habilidad. La finalidad última, por lo tanto, debería ser la preparación para el combate real, pero la misma naturaleza de los artes marciales orientales, en el que la armonía, más o menos encuadrable en lo que nosotros llamaríamos un estilo, trasciende hasta fin en sí mismo. Algo así como el baile. ¿De qué nos sirve bailar? (aparte de fines espúreos, y patéticos, como ligar o ganar concursos en la tele, pero esa ya es otra cuestión). Hacia esa disciplina del kárate se orientó Sandra. Y se le daba muy bien. Tanto, que la reclutó el Centro de Alto Rendimiento de Madrid.

Sin embargo, a los 20 años, una edad clave en la formación de deportistas de élite, Sandra decidió renunciar al camino evidente hacia la gloria para luchar con el enemigo que más se merecía el tremendo poder de concentración que demuestra en los katas. Su madre tenía cáncer y la necesitaba a su lado. Los seguidores de la senda convencional del deporte de élite no la comprendieron y, cuando quiso volver, la despreciaron. Era demasiado tarde, se le había pasado el arroz de la competición. 

Foto: Rodrigo Reyes Marin (Zuma Press)

Decidió traspasar otras puertas y se encontró un mundo mucho más vasto. Se licenció en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y viajó por todo el mundo hasta encontrar un rincón en la otra punta del mundo, en Australia, donde se ganó la vida dando clases de lo suyo: el kárate. Seguía dándosele bien. Cuando volvió a España, los que de verdad sabían de esto la animaron a regresar a la élite. El camino de vuelta en esos lares, y a esas alturas de su vida, se veía demasiado empinado, pero justo entonces conoció a Jesús del Moral, su actual entrenador y pareja. Su ayuda dio la última vuelta a la llave. 

El último peldaño, la selección nacional, permanecíaió sin embargo inasequible hasta que Sandra pasó los 30 años, veterana y novata al mismo tiempo. Todo un reto… Que destrozó. En la década que acabamos de dejar, su cotización comenzó a subir como la espuma hasta que en 2015 alcanzó el número uno del circuito mundial, que mantiene hasta ahora. En una emocionante entrevista siendo ya una estrella mundial, confesó que el mejor de todos los premios fue el llanto emocionado de su madre al verla en lo alto de un podio, lugar privilegiado que visitó en casi un centenar de ocasiones entre Mundiales, Europeos, Premier League, Campeonatos de España…

La mejor karateca de la historia

Consagrada en los círculos especializados –en 2018 fue reconocida por la Federación Mundial de Kárate como la mejor karateca de la historia–, le faltaba un paso más en su kata hacia la gloria. Su revelación definitiva ante el gran público llegó en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, justa culminación a su década prodigiosa. Todo era especial. La sede, el Nippon Budokan, la denominada «casa de las artes marciales» del país cuna del kárate, presentaba un aspecto aún más despojado, más concentrado, más zen, por las resticciones del coronavirus; solo una semana antes de saltar a su tatami, la familia había vuelto al primer plano: la abuela de Sandra falleció repentinamente y ella la despidió públicamente con una promesa en su cuenta de Instagram: «Vamos a luchar para que escuches el himno desde el cielo». Además, el kárate no iba a sobrevivir como deporte olímpico. No habría un París 2024 como red de un posible fracaso. Y Sandra tenía 39 años…

La gloria olímpica

Ganó, por supuesto. En la final se impuso a la local Kiyou Shimizu, la número dos del mundo. La imagen de Sandra dio la vuelta al mundo, culminando un viaje extraordinario. Esa parte la conocemos todos. La gloria olímpica. ¿Qué queda después? 

A sus más convencionales 28 años, la medalla de plata Kiyou Shimizu, única única rival que realmente le sigue el ritmo estos últimos años, quizá siga con alguna ansiedad las últimas noticias sobre Sandra. Esta misma semana, durante su visita a Santander para recibir el «Premio Cantabria» y ya cumplidos los 40, Sandra habló del 2022 a las puertas como un año que podría ser «bonito» para dejar «la parte deportiva» del kárate. El matiz de «la parte deportiva» no es baladí. Se refiere a la competición. Al kárate, por supuesto, no lo abandonará jamás. Ni viceversa.

Foto: Paul Kuroda (Zuma Press)

A los espectadores poco familiarizados con las artes marciales que seguían la retransmisión de los Juegos Olímpicos quizá les soprendiera que Sandra no peleara contra nadie. Nada de repartir mamporros a diestro y siniestro, preferentemente contra malotes del colegio que quisieran quitarle el dinero de la merienda. La falta de contraste que conlleva la soledad del kata no nos mostraba la verdadera medida de su grandeza: 153 centímetros de altura física condensan una energía que fluye con fuerza y gracia, pautada por horas imensas de disciplina, de repetición, de concentración: un pulso imposible con la perfección. El rival es ella misma. Y gana. No hay mayor victoria.

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