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Cultura

Mercedes Cebrián o cómo aprender a preparar un cocido en lo que estudias chelo

La escritora recrea en ‘Cocido y violonchelo’ su afición por la música clásica y esta receta tan tradicional que, como dominar un instrumento, requiere de tiempo y reposo

Mercedes Cebrián o cómo aprender a preparar un cocido en lo que estudias chelo

Lisbeth Salas | Literatura Random House

De la música al puchero. Mercedes Cebrián reúne dos de sus debilidades en Cocido y violonchelo (Literatura Random House), un ensayo autobiográfico donde disecciona una de sus más recientes aficiones, tocar el chelo, y lo adereza con esta receta tradicional madrileña. «El caldo del cocido es la prueba final: ha de recibir la sustancia de todas las carnes, legumbres y hortalizas que han participado en el proceso. Si falta sabor, es que ha faltado tiempo», escribe.

Sería difícil aprender a tocar el chelo de otro modo que no fuera a fuego lento. Esta es, de algún modo, una de las premisas de las que parte la autora en este libro personal y sorprendente en el que narra su propia experiencia como estudiante tardía de este instrumento que deseaba tocar desde los 15 años, pero que nunca abordó hasta 2018, ya en su cuarentena. 

Primer ingrediente: la teoría musical

Antes, durante su infancia, Cebrián ya había adquirido ciertos conocimientos básicos de teoría musical. «Mis padres pensaron que era una cosa bonita, para una chica de la burguesía, estudiar piano. No porque fueran grandes aficionados ni músicos ellos, sino como un complemento al estudio más», recuerda de sus inicios.  A partir de los 13 o 14 años, «me pareció que allí había algo muy emocionante y quise estudiarlo en una academia. Creo que mis padres se despistaron ahí un poco», bromea.  

Entonces empezó a estudiar teoría musical en serio. «Allí muchos eran hijos de músicos. Muchos músicos suelen salir de familias de músicos porque necesitan un apoyo familiar, una insistencia bastante fuerte y una especie de vigilancia. Es como un deporte artístico», cuenta sobre este talento que la llevó a plantearse en un principio el título alternativo de El deporte que suena. «Tocar un instrumento tiene un componente muy físico que a veces se nos olvida —explica hoy—. Realmente hay una cosa de repetición y de que la mano tiene que aprender a moverse, aparte de que tengas un alma artística o sensible, la mano tiene que obedecer y tiene que estar fuerte y eso, que es ajeno al arte, forma parte del instrumento».

Por eso, aclara, al chelo uno se hace. El cuerpo del músico se tiene que familiarizar con su estructura, y eso muchas veces se adquiere a una edad temprana. «Nadie lo aconseja, nadie da un duro por quién empieza  a tocar un instrumento de orquesta, y más de arco, tan tarde», explica la propia escritora que centras sus reflexiones, precisamente, en su aventura de aprender a tocarlo a una edad tardía. 

Imagen vía Literatura Random House.

El aroma reconfortante del cocido

Con sentido del humor, y pequeñas píldoras, que mezclan sus preocupaciones musicales y su relación con la música clásica, cuenta Cebrián que el olor a cocido fue lo que le hizo decantarse por el chelo que hoy guarda en su casa. «Este es el quinto violonchelo que pruebo y me parece que me voy a quedar con él —escribe—. Es cierto que no distingo en exceso entre todos los que he hecho sonar en estos días. Cualquiera me parecía mejor que el mío de alquiler, eso sin duda. Lo que sí distingo con claridad aquí es el aroma reconfortante del cocido». 

Un aroma que en principio iba a ser solo una anécdota pero que se expandió por el relato. Del cocido recupera su autora la tradición, el tiempo y su familiaridad. «Pensé que una receta de un guiso así no se puede hacer en cinco minutos. Exige una preparación. Además es una receta que nos ha llegado de siglos atrás y tiene una razón de existir. La comida para mí es una fuente de inspiración enorme en literatura, no sé si en las demás artes alguien podría decir lo mismo. Y me pareció muy cercano el vínculo entre la cocina tradicional, el aprendizaje de un instrumento y la tradición de la música clásica», analiza sobre las historias de guisos, sopas y cremas que la acompañan en sus periplos con el violonchelo por las páginas. 

Bach, un chuletón vuelta y vuelta

 Autora de libros como Burp. Apuntes gastronómicos (Chatos Inhumanos), donde la comida ya refulgía como hilo conductor de sus textos, en Cocido y violonchelo compara una sonata de Giovanni Battista Cirri con un plato de restaurante de comida rápida. «Se parece a esos nachos que llevan por encima guacamole, queso fundido, tomate, jalapeños y chili con carne, un despliegue de sabores coloridos que los jóvenes comensales valoran porque llena y mantiene entretenido al paladar», describe la escritora. 

«Bach, que es un músico que a mí me gusta muchísimo, parece cocina vasca de producto»

«Hay compositores o piezas de algunos compositores que parecen fáciles pero no lo son —opina—. Y Bach, que es un músico que a mí me gusta muchísimo, parece cocina vasca de producto. Hay cocinas con tradiciones culinarias que son más de salsas, como por ejemplo la cocina india o la francesa, pero otras como la vasca o cocinas con muy buen producto no camuflan los sabores. Por ejemplo, el chuletón. Y siento que Bach es eso cuando se toca. Un chuletón, vuelta y vuelta».

Divertida, Cebrián se presta al juego de buscar otro ejemplo y ponerle un plato a otro músico. Por ejemplo, piensa, Erik Satie. «En estas últimas décadas se ha escuchado mucho porque tiene una música así como fácil, no molesta. Son piezas para piano lo que suele escuchar la gente, y se ha hecho muy popular. Y para mí Satie sería como una especie de pequeño coctel de canapés, un poco un sushi, ahora un maki, ese tipo de cosas de picar que sabes que no te van a llenar demasiado».

Foto: Lisbeth Salas | Cedida por Literatura Random House.

La música y los niños

De la tradición culinaria a la tradición musical, entre estas degustaciones, Cebrián reflexiona además sobre algunas de sus inquietudes y sobre cómo ella misma se asoma a la ventana de internet para seguir la vida de algunos niños prodigio en la música. «La idea del mundo como espectáculo se ha convertido en dominante desde hace décadas. Algunos de estos padres están creando pequeñas estrellas porque hay niñas que ganan premios infantiles. Y a mí me sirven porque me va bien para estudiar y ver qué bien tocan algunas piezas que yo no sé tocar igual. También hay un punto de entretenimiento», tercia la escritora que además observa una diferencia de género: «Los niños varones están más enfocados a demostrar lo bien que tocan, pero las niñas siempre hacen alguna cosilla más, tienen que dar más», analiza. 

Sin embargo, continúa, la cultura del niño prodigio no es algo nuevo, particularmente en la música, donde es un fenómeno que se repite bastante. «Supongo que el pensamiento verbal tarda algo más en desarrollarse y parece que lo físico musical se puede desarrollar a muy temprana edad. Yo cada día veo más videos de estos niños que con cinco años, con esas manos pequeñas que no tienen fuerza para darle a las teclas por ejemplo, son capaces de tocar tan bien el piano. Hay un talento muy especial ahí que me llama la atención y que me engancha».

«Ser torero en Finlandia»

Escritora, poeta y periodista, Cebrián reconoce que le hubiese encantado ser compositora. «Lo que pasa es que con la realidad socioeconómica que tenemos para que un músico pueda ver sus obras y escucharlas tiene que estrenarlas, y estrenar obras  de música clásica contemporánea es muy difícil. Realmente no hay apenas mercado. Es un arte complicado de llevar a cabo. La escritura en cambio era accesible y barata». 

«Hay mucho nivel en España pero no hay una tradición musical fuerte como sí hay en otros países como Alemania y Austria»

Y es que como cuenta en este ensayo, como en una ocasión comentó el director de orquesta Jesús López Cobos, «ser músico en España es como ser torero en Finlandia». «Eso lo dijo hace treinta años», aclara ahora. Las cosas, desde entonces, han cambiado algo. «Hay mucho nivel en España pero no hay una tradición musical fuerte como sí hay en otros países como Alemania y Austria. Aquí falta trabajo porque no hay un suelo fértil para eso. Hay gente con muchísima preparación pero es como si fueran artistas de circo, una cosa muy específica no demandada por el mercado», lamenta la escritora para quien la literatura y la música son en verdad «artes complementarias». «Hay un aprendizaje de la vida que se adquiere con la literatura y en la música es otra cosa, es más una conexión espiritual con el sonido, con el tiempo, pero no algo tan concreto», opina.

En defensa de la tradición

Cómoda en el género de la no ficción, hacia donde pretende orientar sus próximos trabajos, junto con la poesía, Cebrián cierra el libro, cómo no, con un cocido… en agosto. «No tiene tanto mérito si hay aire acondicionado, si se crean unas condiciones climáticas falsas», rebate sobre este mérito. 

«Quería hacer una especie de conclusión expresiva de lo que es el libro y de sus reflexiones: sobre la tradición. Pienso a lo mejor en ciertas comidas, como pasa ahora por ejemplo con la carne, si se dejará de comer y de repente todos comeremos filetes hechos de seitán. Son preguntas para las que no tengo respuestas. Pero me preocupan estás pérdidas de lugares y costumbres que forman parte de la memoria de un país, no solo los monumentos, sino también sus restaurantes».

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