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Opinión

Cercanías, Disneylandia

«No sé si el Gobierno ha sopesado la posibilidad de que los trenes se llenen de gente que no tiene nada que hacer»

Cercanías, Disneylandia

Hace muchos años descubrí dónde estaba la gente. Recién llegado a Madrid, uno enseguida se hace al Metro, y lo toma a diario, y pronto cree, de manera más o menos socialdemócrata y muy equivocada, que es gente todo lo que le rodea. Sin embargo, por lo que sea -trabajos mal pagados en Tres Cantos, Alcorcón o Fuenlabrada-, uno un día, inopinadamente, toma una cosa llamada Cercanías. Y es entonces cuando descubre dónde está de verdad la gente.

Así, la medida última de Pedro Sánchez y su gobierno de permitir viajar gratis en el Cercanías los cuatro meses finales del año da de lleno en el corazón de la gente, eso no se puede negar. El Cercanías en Madrid, el Rodalies en Barcelona, etcétera, son donde eso que conocemos como «la gente» se manifiesta.

Lo que pasa con el transporte urbano de las grandes ciudades españolas es que la gente se nos presenta muy aguada, muy decolorada por presencias nada coherentes con el pueblo llano propiamente dicho. Hay, sin ir más lejos, turistas. Hay, de hecho, ricos. Y hay mendigos con guitarra o sin ella, con micrófono o sin él, cantando El cóndor pasa o un rap, dando mucha animación al trayecto. Ir en Metro te genera una sensación falsa de ciudadanía, de naturalidad. Cuando un político quiere hacerse pasar por gente, coge el Metro, y así le sale el truco, bastante regular. El Metro se ve en las películas, surte incluso de novias o coqueteos, tiene hasta estaciones fantasma y museos ahí debajo, y se detiene en el centro de la ciudad para que veas algunas cosas bonitas.

Los Cercanías, por su parte, son trenes tristes. Tristísimos. Parecen pasillos de un gran hospital ambulatorio, rodante, donde todos acudimos a esperar a que se nos muera alguien. Casi nunca pide nadie, porque se sabe que ahí hay poco que pedir. Paran en Parla, Alcorcón o el Sector 3, en Getafe. Imaginen viajar de un sitio llamado Sector 3 a otro llamado Zarzaquemada, para poner tuercas durante ocho horas, y luego volver. Díganme si eso es vivir. Si no suena todo alfanumérico y de mucha desolación.

Los Cercanías son trenes altos, cuyas puertas se abren con violencia, cuyos asientos se pliegan con violencia, a los que cuesta subirse y bajarse, donde nadie lo pasa bien y hay bicis. No se liga en un Cercanías, al contrario de lo que podría sugerirnos su nombre. El amor queda lejos, está todo el mundo pensando en deudas, divorcios y desencantos. Luego, si es de noche, no puedes mirar por la ventana, porque te ves a ti mismo reflejado en el cristal, que es lo que te faltaba.

«Los Cercanías son trenes altos, cuyas puertas se abren con violencia, cuyos asientos se pliegan con violencia, a los que cuesta subirse y bajarse, donde nadie lo pasa bien y hay bicis»

A esas horas oscuras, todos los Cercanías que bajan del norte llegan a Madrid llenos de mujeres que acaban de salir de limpiar una casa más grande que el propio tren.

En fin, pues el gobierno va a hacer gratis todo este sufrimiento de vivir en Parla, de bajar a Madrid todos los días desde Móstoles, de subir a servir a Pozuelo, y así en todas las periferias de España, que podrán ir gratis a poner copas o tornillos a la capital, y volver tan contentos sin haberse gastado ni un euro en transporte. Suena a mucha felicidad, sí.

Yo no sé si la conversión de los Cercanías, y la media distancia, en trenes sin coste para el viajero no generará un boom de viajeros, y tanta vía y tanta línea con colorín no se transformarán de pronto en una suerte de Disneylandia por fuera. La Disneylandia de dar vueltas. Eso me gusta.

Me gusta pensar que los que tenemos poco que hacer podríamos pasarnos el día yendo y viniendo del Sector 3 a Alcobendas, cruzando de aquí para allá la, como dicen los analfabetos, geografía madrileña, y luego ir a Albacete o Toledo, incluso a Valencia, todo gratis y absurdo en ese ir y venir llenando los trenes de nada y un poco más. De selfies. No sé si el Gobierno ha sopesado la posibilidad de que los trenes se llenen de gente que no tiene nada que hacer, o que quiere hacer justo eso, subirse gratis a los trenes de España, en sus días libres. ¿Qué sucedió en Berlín?

Porque uno se pregunta si esta medida se le ha ocurrido a un genio en el ministerio de Transportes o, como suele ser lo más español, se ha copiado a Alemania, Suiza o Canadá. También cabe preguntarse si la gratuidad del transporte periférico y tristísimo se circunscribe al último cuatrimestre del año porque así la Navidad la veremos desde el tren, o porque en 2023 no vamos a necesitar ni coger el tren para ir a ninguna parte, que estaremos todos en casa pasando frío.

Me gusta esta medida porque es muy ocurrente. Es como si fuera gratis la leche semidesnatada en el supermercado durante cuatro meses, que tampoco lo habrías visto venir. O el pan de molde ése que no tiene bordes. Cuatro meses comiendo pan de molde sin bordes. Gratis.

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