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Cultura

Lucy Ellmann comprime la América trumpiana en una sola frase (de mil páginas)

‘Patos, Newsburyport’ es la última novela de la escritora, una epopeya doméstica que sucede en la mente de una mujer de mediana edad en Ohio

Lucy Ellmann comprime la América trumpiana en una sola frase (de mil páginas)

«A qué viene este monólogo constante en mi cabeza, el hecho de que por qué me estoy contando todo esto a mí misma, si yo ya lo sé, el hecho de que lo sabía todo antes de contármelo, porque YO SOY YO» escribe Lucy Ellmann (Evanston, Illinois, 1956) en la página 166 de Patos, Newburyport, la novela con la que quedó finalista del Booker en 2019 y que ganó el Premio Goldsmiths y el James Tait Black. Patos, Newburyport es la octava novela de la escritora británico-norteamericana (tiene la doble nacionalidad), su novela más ambiciosa y también la más traducida, editada en nuestro país por Automática Editorial, en portentosa traducción de Enrique Maldonado Roldán. 

A Lucy Ellmann Patos, Newburyport le costó siete años escribirla. Su intención era la de introducirse en la mente de una mujer de media edad que, desde su cocina en un pueblito de Ohio, mirase al mundo (y a sí misma). De ahí que la novela esté llena de pensamientos arbitrarios, pero también de sueños, pues ambas cosas se conectan a la vida, de alguna forma. Y se suman al resto de pensamientos que solemos tener las personas, que son cíclicos, repetitivos y familiares.  «Quería echar un vistazo a todo eso, a lo que hay dentro de la mente de una sola persona y sugerir todo lo que sucede ahí adentro», nos cuenta Ellmann vía email. No obstante, también hay en la novela la voluntad de contar una historia (que, empero, el lector ha de ir rescatando por adentro del ruido lingüístico que se acumula por las más de 1.200 páginas que tiene la novela).

El reto mayor, para esta novela, era el de que todo junto tuviese sentido, de hacer un corte horizontal en la mente de una mujer y que todo lo que nos encontrásemos caminase en una cierta dirección; o, dicho de otro modo; que tuviese significado poético, valor estético y voluntad narrativa. Ya que, a la autora americano-británica, pero afincada en Escocia desde hace varias décadas, no le interesa la arbitrariedad total. Ellmann deja, no obstante, espacio para «la oportunidad, las convergencias accidentales y las incongruencias», porque, nos dice: «Me gusta sorprender a la gente».

Portada de Patos, Newburyport.

En términos estructurales, Patos, Newburyport consta de una sola frase de unas 1200 páginas, que está atravesada (o sampleada) por cortes de una narración más «tradicional» en los que se nos cuenta la historia de una leona que ha perdido sus crías y cómo, al final, se reencuentran en un zoo; una serie de estampas breves en las que se nos habla de la naturaleza (noble) y solitaria del león y la perfidia asesina -y gregaria- de los hombres. El andamiaje que sostiene la larga frase que domina el texto consiste en paralelismos que se sustentan en el sintagma «el hecho de que», que sirve tanto para introducir nuevos argumentos, como para separar las frases y al que se va punteando con listados de cosas que, generalmente, juegan con efectos aliterativos y, de alguna forma, sirven para oxigenar esta catedral narrativa. A esto se le suman, de manera más bien (des)controlada, flashes del pasado, recuerdos, temores, anhelos, culpas y opiniones. El sintagma «el hecho de que» sirve, asimismo, para dotar al texto de una suerte de cualidad percusiva, propulsiva e incesante, una suerte de volante, pues, al que se agarra el lector para no perderse (ni desfallecer).

Preguntada por sobre cómo dar robustez a tamaño andamiaje, cuenta Lucy Ellmann a THE OBJECTIVE que «el gran reto a la hora de escribir en este libro fue tratar de tenerlo todo en mi cabeza al mismo tiempo. Porque escribir una novela es como pintar una casa. Pintas un poquito y entonces la pared vecina de ve horrible, así que empiezas a pintar esa pared también. Cada modificación ha de ser evaluada en el contexto de la empresa total. Así, a medida que la novela se vuelve más grande, más grande es también el trabajo de organización». Evidencia del duro trabajo de escritura es que hoy día todavía sigue exhausta, nos dice Ellmann. 

Narrar(se) la propia vida para hacer frente a la muerte

«¿Dónde están las aventuras de Doña Quijote? ¿Las penas de Fräulein Werther? ¿La reina Lear?», se pregunta Lucy Ellmann. Y es que, en su opinión, tenemos montones de libros que van sobre los hombres, pero, sin embargo, las maternidades es un tema bastante descuidado. «Quizá porque las mujeres hayan estado demasiado ocupadas siendo madres como para escribir sobre ello», opina Ellmann. De ahí que decidiera que en esta novela nos daría solamente la perspectiva de una madre (de dos, en realidad, una humana y otra animal). Aunque no solo de ello va Ducks, Newburyport, sino que también se ocupa de la esfera doméstica, tema que «raramente concita mucha atención en literatura», nos dice Ellmann. Y añade: «Los personajes de ficción normalmente tienen que dejar la casa e irse a hacer algo dramático en otro sitio. Pero seguramente la mayoría de la vida depende de lo que sucede en nuestras casas, y esto es también un buen material para el drama. Me parece que lo doméstico ha sido denostado por razones misóginas y hay mucho potencial ahí, ya que los hogares exhiben los efectos civilizadores de las mujeres».

La clave es que un hogar no es una isla, sino que, de una forma u otra, el mundo de afuera entra. Aquí en Ducks, Newburyport, a pesar de que la narradora innominada no salga de la cocina de su casa en Newcomerstown (un pueblo de menos de cuatro mil habitantes situado en el condado de Tuscarawas), el mundo entra forzado por su voluntad de saber (y recordar). Y es que, un dato importante y que le sirve a la novela de leit motiv, es que la narradora, que ahora es una suerte de emprendedora que vende pasteles que hornea desde su cocina, pero fue en el pasado profesora universitaria (su marido, Leo, lo es en la actualidad), ha superado un cáncer. Y, así, la narradora, de igual forma que recalcábamos en el extracto que abre este artículo, realiza una narración voluntariosa, (auto)consciente; su prolijidad, de hecho, queda justificada por ella misma, al decir que a los pacientes de cáncer se les pide que creen recuerdos.

Así las cosas, el libro todo serían las memorias de la narradora; una forma de hacer frente a la muerte. Y este es uno de los temas centrales también del libro: la futilidad (y provisionalidad) de la vida. El título mismo de la novela también tiene relación con la muerte, pues hace referencia a un momento del pasado en el que a la madre de la narradora su hermana la salva de ahogarse.

Si hubiésemos de encontrarle a Patos Newburyport un origen y bucear en su tradición, habríamos de destacar el sentido de epopeya moderno del Joyce de Ulises y la domesticidad civilizada y crítica de La señora Dalloway, de Virginia Woolf. La diferencia con ambos y lo que le otorga validez y relevancia contemporánea a la novela de Ellmann es el hecho de que, más allá de la vanguardia modernista, de la ambición y de la radicalidad del flujo de conciencia del que se sirve la autora, hay una voluntad narrativa autoconsciente y una intención política. 

Matriarcado y revolución

Respecto del tema de los patos vale la pena mencionar un detalle que es muy importante para la valoración del texto (y de las intenciones de la autora). En inglés, los patos hembra se llaman «ducks», mientras que los machos se conocen como «drakes». Así, y esta idea ya la expresó Lucy Ellmann en un artículo para la revista The Baffler titulado «Birdies of America» y que fue publicado en 2016, en el número 31 de la revista, en el mundo de los patos las hembras son, por una vez, lo que Simone de Beauvoir llamó el Absoluto, el representante de la especie, en tanto que el macho sería el Otro, el raro, el segundo sexo, el outsider. 

Esto entronca con la insistencia de Ellmann en el matriarcado, que es más explícito en su último libro de ensayos Things are against us (todavía sin traducción al castellano), pero que ya aparecía en su anterior novela, Mimi, donde habla sobre el abuso de los hombres sobre las mujeres, tanto de manera oblicua como abiertamente violenta. Su solución a ello era sencilla: revolución y matriarcado. En su opinión, el matriarcado fue un sistema de gobierno estable que funcionó durante la prehistoria. Luego vino el patriarcado y «creo que ha sido fatal para todo el mundo -nos dice Ellmann- y no puedo evitar despotricar contra él en mi trabajo». 

En Patos, Newburyport, Ellmann conjuga lo doméstico con lo apocalíptico, ya que a los sinsabores cotidianos se le suma el horror de la América trumpiana, los tiroteos masivos, el peligro de las armas, la locura de las facturas médicas, la contaminación, el cambio climático, la enfermedad o los peligros de la tecnología y el control al que se nos somete por parte del Estado. Pero también hay humor en la novela, igual que en su obra previa, donde se da una mezcla de aflicción, derrota, desastre e ingenio. Una literatura en la que la seriedad y la comedia se mezclan, la de Ellmann. «No hay nada peor que un libro totalmente sin humor. Creo que necesitas los dos elementos: lo amargo y lo dulce, la honestidad y la diversión», sentencia.

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