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¿Está el western en peligro de cancelación?

El género nuclear de la nación que (aún) ocupa el epicentro de la industria cinematográfica pide perdón y sufre la embestida de películas como Prey

¿Está el western en peligro de cancelación?

¿El cazador cazado? La triste historia del bisonte puede repetirse en las grandes praderas norteamericanas. En esta época de reescritura de la historia y cancelaciones culturales, parece que le ha tocado el turno a uno de los mitos fundacionales de la cultura estadounidense: el Western. Al menos, tal y como lo conocíamos. La amenaza toma los tintes de una venganza y reclamo de restitución por parte de los nativos americanos, como la corrección política exige llamar a lo que en las películas de aquella Primera Sesión de TVE o en nuestros juegos infantiles llamábamos indios o, peor aún, pieles rojas.

La amenaza de extinción, que lleva tiempo gestándose, dio el mes pasado un colosal paso simbólico. Nada menos que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de EEUU, la que concede los Oscar (o sea, Hollywood mismo), mandó una carta de disculpa a Sacheen Littlefeather por el bochorno de 1973

En aquella edición de los premios, de la que se va a cumplir medio siglo, estaba cantado que Marlon Brando iba a hacerse con una estatuilla por su trabajo en El Padrino. Efectivamente, la Academia se la concedió, pero en la tradicional ceremonia de entrega, en vez del actor subió al escenario, en su nombre, una apache con un traje tradicional de su tribu.  

Sacheen Littlefeather dijo: «Estoy aquí representando a Marlon Brando y él me ha pedido que les diga […] que lamentablemente no puede recoger este premio tan generoso debido al tratamiento de los indios americanos dado por la industria cinematográfica y la televisión». Hubo desconcierto, algún aplauso aislado… y evidentes abucheos.

Prey, la precuela de Predator

También en agosto se estrenaba la película Prey, distribuida por Disney. El territorio comanche de la Norteamérica del siglo XVIII sirve de inopinado escenario para una precuela de Predator, la saga de ciencia ficción protagonizada por un extraterrestre que viaja a nuestro planeta para desahogar su pulsión cinegética.

Si en el original el alien de marras se entretenía cazando soldados americanos en Vietnam, con la mala suerte de encontrarse con un correoso Arnold Schwarzenegger, en la nueva versión se carga a todo tipo de bichos, varios guerreros comanches y una docena larga de tramperos franceses. La piedra de su zapato en esta ocasión es una adolescente comanche que, empoderada en su lucha contra el patriarcado de su tribu, es capaz de resistir los ataques de un oso y un puma, matar a una importante cantidad de tramperos armados con mosquetes y eliminar a un extraterrestre con un arsenal de dispositivos ultramodernos y muy digitales, además de la correspondiente nave espacial.

La heroína cuenta a su favor, eso sí, con su hacha, su perro (por el que llega a arriesgar la vida), un conocimiento telúrico de las hierbas medicinales, una relación empática a más no poder con la naturaleza, el respeto (crítico) a la tradición de su tribu y una gran determinación. La despiadada habilidad del alien no atina a frenarla, en una curiosa actualización de aquello de «más lento que el caballo del malo». Más que de cancelación, quizá deberíamos hablar de sustitución…

Los paisajes son maravillosos y la recreación de las costumbres comanches, interesantes. Al final de la película aparece una dedicatoria evidente: «Para la Nación Comanche y  Juanita Pahdopony». Esta última se define en numerosas entrevistas ad hoc como «educadora comanche». Formada en la Oklahoma City University, desarrolló el grueso de su carrera profesional en el Comanche Nation College y como asesora en series de televisión y películas.

Phil Hoad sostiene en The Guardian, medio indisimuladamente afín a la corrección que la película despliega un retrato inusualmente fiel de la idiosincrasia nativo-americana debido a un hecho muy concreto y muy industrial: «El hecho de que esta película producida por Hollywood no se atenga a ningún mantra cultural se debe a su productora comanche, Jhane Myers. La contrató el director, Dan Trachtenberg para asegurarse de que esta ciencia ficción fronteriza se mantuviera anclada en la realidad de los nativos americanos. Con su currículum –defensora de los comanches y los pies negros, artista y artesana tradicional, y campeona mundial de baile con pieles de ciervo–, le recordó a la ingeniosa protagonista de la película». 

El binomio Jhane Myers-Juanita Pahdopony dio, pues, densidad comanche a la película. No se descarta que en el territorio comanche del siglo XVIII hubiera algún caso de adolescente victoriosa en la lucha contra el patriarcado, pero, en principio, el asunto no suena mucho a prioridad de la agenda social de la tribu. Aunque todo depende del ángulo escogido. A John Wayne la casualidad también le permitía gozar de peripecias que no debieron ser muy habituales en el oeste norteamericano del siglo XIX.

El espectador en el cine  

El ángulo en el cine recorre desde el encargo o la aceptación del proyecto por quien pone el dinero (Disney en este caso) al montaje, pasando por la escritura del guion, entre otras cuestiones. Pero el punto de partida tiene que ver con el espectador y, por lo tanto, con la cultura que está en el (consumible) aire. The Economist titula así su reseña de la película con intención: «Prey ofrece lecciones para otras películas de ciencia ficción histórica». Explica el recurso «al subtexto político de la franquicia. En la primera película, el alienígena hace a la unidad de élite estadounidense lo que Estados Unidos hace a los guerrilleros e insurgentes de otros países. En Prey, el alienígena es un precursor de otro enemigo extranjero que ya se vislumbra en el horizonte: es decir, los colonos europeos que acabarán con los búfalos antes de casi destruir a los pueblos indígenas. La historia ayuda a crear una sensación de premonición. Por muy horrible que sea el Depredador, la película sugiere que hay cosas peores por venir».

En realidad, este uso flashback ideológico viene de lejos. En la introducción de Colonialism, Racism and Representation, por ejemplo, un libro bastante canónico del ramo en la academia estadounidense publicado en 1983, Robert Stam y Louise Spence sostienen que «cientos de westerns de Hollywood dieron un giro a la historia al hacer aparecer a los nativos americanos como intrusos en lo que originalmente era su tierra, y proporcionaron una perspectiva paradigmática a través de la cual ver todo el mundo no blanco». Ambos autores escribían desde la atalaya académica de la Universidad de Nueva York.  

Pero la fecha más decisiva al respecto quizá sea 1968, año iniciático de tantas cosas. La industria cinematográfica contribuyó al ambiente de revoluciones y algarabías varias con una revisión del vetusto Motion Picture Production Code, más conocido como código Hays, que establecía lo que las películas estadounidenses podían enseñar a sus conciudadanos. Hasta entonces, las del Oeste, material altamente nutricio del sueño americano, eran sagradas: debía de quedar clara la línea que separa el bien del mal, con victoria del primero.

Los años 70 parieron el concepto de western crepuscular, con el revisionismo a flor de piel y toda una gama de grises (algunos muy oscuros) en escena. Como mucho, los autores se dejaban llevar por la nostalgia. El nuevo Oeste era decadente; el antiguo, irrecuperable. Las fronteras, por supuesto, son arbitrarias. Para algunos, pertenecen a esta tendencia clásicos de John Ford como El hombre que mató a Liberty Valance, Centauros del desierto o incluso La legión invencible, que se remonta a fecha tan lejana como 1949. Más consenso consiguen nombres como Sam Peckinpah y Clint Eastwood o modas como el spaghetti western. La penúltima frontera la cruzó Ang Lee en 2005 con Brokeback Mountain. Un taiwanés ganaba el Oscar a mejor director con una película de cowboys homosexuales. Hay quien todavía no se ha recuperado del trauma.

Más acá de semejantes extremos, Clint Eastwood se antoja el caso más paradigmático. Sin perdón es una de las mejores películas no del western, sino de la historia del cine, en general. Pero, además, tanto su historia como su estética y, sobre todo, su título, resultan tremendamente significativos. En una escena de Prey, la protagonista comanche utiliza a un trampero francés que había torturado a su hermano como cebo para atraer al alien. Mientras espera tranquilamente, le dice: «Tú sangraste a mi hermano, ahora vas a sangrar tú».

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