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Cultura

Sara Mesa: «Cuestiono la visión idealizada que se tiene de la familia como lugar seguro»

La escritora describe en su última novela, ‘La familia’, un entorno asfixiante construido a partir del chantaje emocional

Sara Mesa: «Cuestiono la visión idealizada que se tiene de la familia como lugar seguro»

La escritora Sara Mesa. | Sonia Fraga

La familia es sagrada. O no. Célula básica de la sociedad (y por muy malditos que nos queramos, somos seres sociales), la narrativa la contempla con fascinación y le busca todo tipo de ángulos para entrarle con mayor o menor agudeza. El de Sara Mesa huye del tremendismo y, precisamente por eso, la atmósfera asfixiante que resulta de su experimento deja un poso de inquietud más profundo, propicio para la reflexión sobre una institución que muchos consideran intocable. Sensación coherente con la trayectoria de la autora, que irrumpió en la gran escena literaria con Cuatro por cuatro (finalista del Premio Herralde de Novela) y se consolidó con Cicatriz (Premio El Ojo Crítico de Narrativa). No se asusta ante los grandes temas. Hace un par de año volvió a sorprender rompiendo esquemas con otro clásico en Un amor (considerada la mejor novela del año por las principales revistas culturales), y lo último que ahora nos ofrece, La familia, tampoco se queda atrás. Desde la misma portada se nos informa que vamos a contemplar una familia remando esforzadamente hacia no se sabe bien dónde en un inquietante mar sin límites. 

Aunque ella, que ya desde Mala letra trata la familia desde una perspectiva poco común, le niega el adjetivo transgresor a su punto de vista: «Desde el punto de vista literario, no hay ninguna transgresión en el tratamiento de la institución familiar. Sigo una tradición literaria muy antigua según la cual la familia es una representación, en miniatura, de todos los conflictos que se dan en el mundo. Desde los grandes dramas familiares de Shakespeare hasta Los hermanos Karamazov de Dostoievski o, qué se yo, libros más actuales como Las correcciones de Jonathan Franzen. Otra cosa es, en efecto, la visión tradicional, idealizada, que se tiene de la familia como lugar seguro, que aquí es cuestionada». 

Ese cuestionamiento la retrata como una maquinaria de opresión, pero sin violencia. El personaje del hijo Damián sostiene que la imposición «con amabilidad» es la peor, y en toda la narración hay una atmósfera envenenada por algo indefinible, casi invisible. Contar algo tan sutil se antoja todo un reto… «Yo no quería contar una historia de maltrato tradicional, por así decirlo, aunque ese tipo de maltrato existe, por desgracia. Quería abordar el problema de la autoridad desde un punto de vista más sutil. Cómo la autoridad se construye a través del chantaje emocional, sin violencia física. Los mecanismos de control basados en el supuesto cariño, en las buenas intenciones y la rectitud moral».

En un momento de la novela, la hija adoptiva Martina habla de «cosas pequeñas», «datos que a nadie le interesan», y espera que «al ponerlas juntas quizá tomen sentido». Podría sonar a cierta reivindicación del realismo social frente a las burlas que tuvo que sufrir, por ejemplo, la llamada Generación de la Berza. Mesa lo niega: «No estoy especialmente interesada en el realismo social, creo que me siento más cercana a cierta literatura existencial o del absurdo. Pero sí estoy de acuerdo en la importancia de los detalles, porque la vida se manifiesta en los detalles. Siempre he sentido que mi campo de acción es lo pequeño, lo cercano. Pero sobre estos detalles aplico una lupa, y esto hace que puedan verse como grotescos o casi irreales».

Sara Mesa
Sara Mesa. | Sonia Fraga

Además del detalle, el contraste cumple un papel importante para hacer avanzar la trama. Es el caso del tío Óscar, rebosante de alegría. «Para mí, el tío Óscar es un soplo de aire fresco. Representa ese mundo exterior, lleno de supuestos peligros, que tanto preocupa al padre de mi familia. El asunto del encierro es importante para el control familiar. Ha ocurrido tradicionalmente con las mujeres, a las que se pretendía mantener aparte del mundo, recluidas en el ámbito doméstico. Esto ha cambiado muchísimo, por fortuna, pero todavía quedan restos de aquello y, sobre todo, todavía quedan secuelas». Frente a esa represión, Mesa sostiene que «la familia, como todo tipo de organización social, debe basarse en el respeto. Los hijos no son nuestros, no son nuestra posesión. Esto ya parece que lo tenemos bastante claro respecto a la pareja, pero no respecto a los niños, que además son extremadamente vulnerables. Una cosa es educar y otra es coaccionar mediante chantajes emocionales o de otro tipo. Y hay que dejar espacio para la privacidad, siempre». 

En la novela, la tensión se desahoga a veces con pinceladas de humor que brotan de las actitudes de algunos familiares, fundamentalmente el Padre, que rozan constantemente el ridículo. «Diría que el humor en esta novela es más bien espontáneo, aunque también ha habido por mi parte una voluntad de no cargar las tintas sobre la bondad/maldad de los personajes. El filtro del humor tiene mucho que ver con la compasión. El Padre puede resultar ridículo por momentos, pero al mismo tiempo esto lo hace profundamente humano, porque todos somos ridículos cuando nos tomamos tan en serio. Vista desde ese lugar, la vida es una gran tragicomedia».

«No quise hacer un retrato de una víctima perfecta porque estoy cansada de que a las víctimas se les exija perfección»

En ese sentido destaca el personaje de Aqui, con ciertas reminiscencias a la tradición de la picaresca. Pese al contraste con el resto, no resulta forzado en el esquema general, quizá porque todos conocemos casos similares. «Esta feo que yo lo diga, pero creo que Aqui es un gran personaje», se gusta Mesa. «En la novela se dice que es el único, de entre todos los hermanos, que tiene sentido del humor. Ese humor le da fortaleza y sí, estoy de acuerdo en que está cercano a la picaresca. Tiene un fuerte instinto de supervivencia. Pero ojo, su personalidad también acusa las consecuencias del autoritarismo familiar. Cuando uno construye una coraza para protegerse, corre el riesgo de que esa coraza lo convierta en un ser frío y distante».

En cambio, la resistencia de Madre termina fracasando… ¿La oposición frontal no tiene sentido en unas circunstancias como esta, el patriarcado era infranqueable en aquella época o el de Madre es simplemente es un fracaso puntual? «Me temo que el caso de Madre es muy representativo de las generaciones pasadas. Mujeres que vieron cercenada su libertad y se terminaron convirtiendo también en grandes cercenadoras con sus hijos y, sobre todo, con sus hijas. No quise hacer un retrato de una víctima perfecta porque estoy cansada de que a las víctimas se les exija perfección».

Pese a la evidente visión negativa de la familia que retrata, personajes como Clara o Martina insisten en lo absurdo de plantear juicios morales. «Esto tiene que ver con lo que he mencionado antes de la compasión», explica Mesa. «Buscar culpables a toda costa, ajustar cuentas con el pasado, no es algo que me interese especialmente. Estos personajes, por ejemplo, son capaces de analizar la realidad, nos muestran lo que ven. Una vez visto, una vez narrado, ¿hasta dónde llegar? Es complicado, porque muchas figuras opresoras a su vez han sido oprimidas. El Padre de mi libro, por ejemplo, es alguien que sufre enormemente». Quizá por eso le ha sorprendido cierta «reacción social negativa ante el tratamiento de este tema. Como si contar la historia de una familia fuera un ataque mismo a la familia, a cualquier tipo de familia. Hay reacciones agresivas que me parecen contradictorias por parte de quienes defienden el amor familiar».

«Estoy escribiendo sobre la burocracia y el mundo de la oficina. Algo muy distinto a lo que he hecho hasta ahora, aunque quizá no tanto…»

No debe de resultar fácil escribir (y, sobre todo, publicar masivamente) sobre un asunto que atañe de forma tan directa e intensa a lo más íntimo. «Es cierto que la escritura a veces ocasiona problemas entre los más cercanos y podría derivar en una autocensura (o más bien un autobloqueo), es un tema complicado con ramificaciones éticas», reconoce Mesa. «¿Hasta qué punto podemos valernos de las vidas ajenas para escribir nuestros libros? Pero también, ¿hasta qué punto se nos puede coartar escribir sobre nuestra propia vida?». Por eso no descarta seguir explorando este escenario, aunque, si lo hace, «será desde otro ángulo, no quisiera repetirme. En cada libro trato de hacer algo nuevo. En La familia, por ejemplo, he construido una narración poliédrica, con más personajes de los que suelo manejar y una estructura más compleja. Es inevitable que los escritores demos vueltas sobre los temas que nos obsesionan, pero la escritura es algo más que los temas, es el lugar desde donde se miran esos temas».

Sara Mesa

De momento, el proyecto que tiene entre manos supone un notable cambio de tercio. O No: «Estoy escribiendo sobre la burocracia y el mundo de la oficina. Algo muy distinto a lo que he hecho hasta ahora, aunque quizá no tanto… No sé». Se nota que no le gusta que la clasifiquen. Ni por temáticas ni por tribus ni por nada: «A mí me cuesta trabajo ver generaciones y, mucho menos, sentirme parte de alguna; creo que esto es función de los críticos, que tienen una visión panorámica mayor. En cuanto a mis referentes, que van cambiando, pero me formé con el canon de la literatura centroeuropea, con Kafka a la cabeza, y supongo que esto me ha influido de algún modo».

Sara Mesa vive en Sevilla, alejada de grandes centros culturales como Madrid o Barcelona, pero tampoco le da mayor importancia: «Hoy día ya no se puede pensar en estos términos, todo ha cambiado mucho. Estar dentro o fuera, lejos o cerca, ya no es una cuestión geográfica, sino mental. En general creo que es bueno mantener cierta distancia». Y salta con susceptibilidad probablemente abonada por situaciones pasadas incómodas, ante el concepto de escritora «de moda» o «de éxito»: «Con todos mis respetos, me pregunto si esto se le preguntaría a escritores hombres de mi generación, pienso por ejemplo en Isaac Rosa, Andrés Neuman, Ricardo Menéndez Salmón o tantos otros. ¿Por qué escritora de moda? ¿Qué tipo de moda? Llevo publicados un montón de libros y, al menos desde la aparición de Cicatriz en 2015, he tenido una buena repercusión crítica y he ido ganando lectores; no sé si merecidamente o no, ahí no entro. Pero ¿siete años después seguimos hablando de moda? Para mí empieza a ser un poco sorprendente esto».

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