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Cultura

Juan Soto Ivars: «Una sociedad que no comparte tabúes es una sociedad rota»

El escritor habla con David Mejía sobre su trayectoria como columnista y ensayista, y sobre su preocupación por la libertad de expresión

Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) es escritor y columnista. Ha publicado cuatro novelas y varios ensayos donde ha demostrado un compromiso firme con la libertad de expresión: Arden las redes. La poscensura y el nuevo mundo virtual (Debate, 2017), La casa del ahorcado. Cómo el tabú asfixia la democracia occidental (2021), y recientemente Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía (Debate, 2022). Pueden leer sus columnas en El Confidencial y El Periódico de Cataluña y escucharle semanalmente en radio y televisión.

P. Naciste en Águilas, provincia de Murcia, pero sé poco más sobre tu infancia.

R. Sí, por desgracia en Águilas estuvimos poco. Mi padre daba clases en institutos y de Águilas nos fuimos a Alcantarilla, un pueblo que hace honor a su nombre, porque es abominable. Es un pueblo de 40.000 habitantes, muy grande, que no tenía cine ni biblioteca; tampoco librerías. Es una ciudad dormitorio de Murcia donde pasé una infancia muy mediocre. No conozco a nadie que haya tenido muy buenas experiencias allí. Hay una novela de Donald Ray Pollock, Knockemstiff, que es sobre un pueblo de Estados Unidos donde se dan todas las perversiones propias del pueblo pequeño, toda la molicie. Cuando lo leí, ya de adulto, me recordó muchísimo a mi infancia. La parte buena es que, como yo no tenía mucho que ver con la gente que había allí, que era muy quinqui, pasaba mucho tiempo solo y con el tiempo he pensado que fue una cosa buena. Porque si pasas mucho tiempo solo de niño tienes que cultivar la imaginación, el mundo interior, y dedicarte a hacer tonterías en tu casa. Yo hacía cómics, dibujaba mucho. Hice un cómic de Star Wars; copiaba escenas de la peli, se lo enseñaba a mi madre y le decía «mira qué historia me he inventado», y mi madre hacía que me creía. Es lo mismo que me pasó después, con 15 años, cuando en clase me hablaron por primera vez de Kafka y pensé «qué nombre más raro, a Kafka no lo conoce nadie, seguro». Y me puse a escribir relatos kafkianos que eran copias de La Metamorfosis, pensando que quién iba a conocer esa mierda… tenía esa ingenuidad. Y sí, la infancia fue aprender a estar solo y a aburrirme.

P. ¿Y todavía conservas amigos alcantarilleros?

R. No. He retomado el contacto con el hijo del carnicero que se volvió escritor también; tiene un libro de cuentos que me envió con una dedicatoria muy bonita que decía «al ver que habías publicado libros, me animé yo a escribir», y su libro está muy bien. Se apellida Cuadrado, y es muy humilde la edición, pero esa ha sido una de las pocas cosas buenas que me han quedado de Alcantarilla. También he vuelto al instituto donde estudié. Me invitaron a dar una charla y los niños se aburrieron muchísimo, pero hubo dos que luego se acercaron, estuve con ellos un poquito y noté que eran un diamante en bruto. Los sitios mediocres, donde no se espera mucho de nadie, son muy castrantes y muy desasosegantes para los niños con talento. En cada generación hay siempre tres o cuatro niños con talento, no más. El resto de la gente no es mala ni nada, simplemente están en el sistema. Pero siempre hay un pequeño grupo de individuos desviados, de electrones fuera de onda. Y yo me di cuenta de niño, de adolescente sobre todo, lo importante que es que en ese momento venga alguien y te motive. A mí me pasó con Francisco Brines, que vino a mi instituto. Yo no había leído poesía en mi vida, me parecía una mariconada porque estaba entre quinquis. Pero entonces vino Brines, recitó poemas y yo me quedé tan deslumbrado que cuando terminó me acerqué y le pedí que me escribiera en un papel unos versos que había leído y que me los firmara. Los versos eran: «Y besar con los labios del niño rescatado/ este mundo tan viejo/ que hoy no alcanzo a saber/ por qué, si el amor no se ha muerto/ me quieres abandonar». De adolescente me impresionó mucho ese poema, y después de adulto descubrí que si vuelves al sitio donde has sido infeliz y das una charla en el instituto donde has sido infeliz, vas a encontrar ahí a tres o cuatro niños que están siendo infelices y que necesitan que alguien venga de fuera y les diga que hay un mundo donde pueden hacer cosas diferentes. Y por eso ese pueblo donde yo tuve una existencia tan miserable, es un sitio al que me gusta volver a hacer eso.

P. A rescatar a las personas que lo necesitan.

R. Hay gente que necesita oír que el mundo no es ese pueblo.

P. ¿Y tenías claro que querías estudiar una carrera universitaria, o simplemente querías salir de allí?

R. Del pueblo me fui a los 14 años. Nos fuimos a Marruecos y viví cuatro años, hasta los 18. Y allí ya tuve una existencia mucho más feliz, me lo pasé muy bien. Nos fuimos porque mi padre es profesor y en Marruecos hay un colegio español para que los marroquíes hagan la selectividad española y vayan a estudiar la carrera a España. Vivimos en Tánger, y me gustó mucho. Pasar de Alcantarilla a Tánger es un gran cambio.

«Los sitios mediocres, donde no se espera mucho de nadie, son desasosegantes para los niños con talento»

P. ¿Alguna vez has tenido acento murciano?

R. Sí, me lo operé. Tenía acento murciano, pero uno de mis profesores en Tánger, que era de Córdoba, me dijo «Soto, si quieres ser alguien en la vida, sácate la mierda de la boca». Y me impresionó mucho, porque yo admiraba a ese profesor, y entonces me quité el acento. Cuando voy a Murcia me lo vuelvo a poner.

P. Tu hermano es guitarrista flamenco. ¿Es una casualidad que los dos tengáis una vocación creativa?

R. En mi familia no había nadie que hiciera algo creativo. Mi padre es profesor, mi madre estudió psicología por la UNED mientras era ama de casa, y empezó a ejercer muy tarde, cuando crecimos nosotros, porque ella se dedicó a cuidarnos. Y el resto de mi familia, abuelos, tíos… nada. Yo creo que tiene que ver con que nos aburríamos mucho de niños. Mi hermano ha conseguido ser un guitarrista flamenco muy respetado, está tocando con los grandes. Y no hemos tenido padrinos ni ayuda externa, mis padres no tenían amigos ni vida social.

P. ¿No había red de contactos?

R. Nada, lo que hemos tenido mi hermano y yo es una potra de la hostia. Se nos ha dado muy bien.

P. Pero son cosas distintas. Una cosa es la potra y otra que se os haya dado muy bien, porque entiendo que habéis puesto mucho de vuestra parte.

R. Sí, pero yo considero que el talento es secundario. Creo que sin suerte, el talento no sirve para nada. Y tanto mi hermano como yo, por distintas carambolas, hemos tenido suerte. Luego la suerte tienes que saber aprovecharla. Es verdad que he dedicado muchas horas a trabajar, y mi hermano toca la guitarra 12 horas al día. Pero el trabajo y el talento, sin suerte, no sirven. La suerte es lo que te queda cuando tu familia no tiene contactos. En nuestro caso había mucho empeño, mucho tesón, y seguro que había talento. Pero la suerte es fundamental. ¿Sabes cómo me hice yo escritor? Estaba trabajando en Madrid de camarero en un bar, y vino un tipo que se llama Ignacio Merino, un escritor de novela histórica que yo no conocía. Nos pusimos a hablar y me dijo que era escritor, y yo nunca había conocido a un escritor. Yo había leído a Cela y a Umbral, y soñaba con ese mundo. No me atrevía a ir a los sitios, pero fantaseaba con ello e iba escribiendo en mi casa. Le dije que quería ser escritor, le caí en gracia y me dijo que le mandara un cuento. Él era amigo de Luis Algorri y me dijo que escribiera un artículo para la revista Tiempo, y fue puta suerte. Fue ese encuentro. Tengo la impresión de que la suerte te lleva a encontrarte con gente. Y sin eso, una persona como yo no hubiera llegado a ninguna parte.

P. ¿Qué fue de ese mundo literario con el que soñabas?

R. Yo creo que la gente que no está en el mundillo cultural no sabe la gran decepción que es respecto a las leyendas que nos llegan por los escritores. Todo lo que se ha dicho sobre el Café Gijón, el Café Pombo o La ballena alegre, la tertulia del Café Lion, todos esos cafés míticos de Madrid, es una estilización de una vida literaria que en realidad es mediocre, que es cotilleo, y que es hablar de fútbol. Porque los escritores hablan de fútbol, no hablan de literatura. No existe ese mito. Y yo lo que quería era vivir en ese mundo bohemio de los escritores y sabía que para eso tenía que escribir. Lo que quería era vivir esas vidas divertidas y miserables de Alejandro Sawa. Yo obligaría a leer a todos los adolescentes con ínfulas La novela de un literato, de Cansinos Assens. Una de mis novelas favoritas de Juan Manuel de Prada, Las máscaras del héroe, está sacada de ahí, es como la mina de oro de la vida bohemia de los escritores. Y lo que yo quería era esa vida bohemia. Sabía que tenía que escribir, pero tampoco tenía una idea muy definida de lo que quería hacer.

Foto: Carmen Suárez

P. Terminas el instituto en Marruecos y vienes a Madrid a estudiar una carrera.

R. Sí, pero no vengo a estudiar. Vengo a decirle a mis padres que estudio para que me paguen. Es vergonzoso, pero me matriculé en varias carreras, en Matemáticas, en Historia, en Filología y en Periodismo. En esta última estoy desde el principio, y me voy apuntando a otras carreras porque Periodismo me parece una mierda. Pero al mismo tiempo veo que en las otras carreras se estudia, y en periodismo no. Entonces lo que vi al final es que hay carreras de verdad y carreras de mentira, pero no he acabado ninguna.

P. Y trabajabas al mismo tiempo.

R. Sí, en mierdas. Trabajé en IFEMA, ¿sabes que hay sótanos en IFEMA? Esto es muy interesante. En IFEMA están los pabellones en la superficie. Y debajo hay sótanos donde hay peña quinqui trabajando en unas mesas muy largas, haciendo movidas como de industrial cutre. Cuando llegas a IFEMA te dan una bolsa con tres mierdas dentro que tiras a la basura en cuanto sales: un bolígrafo, un catálogo y un llavero. Pues eso lo ha tenido que meter alguien en una bolsa, y eso lo hace la gente que está abajo en esos sótanos. Yo trabajé ahí, era divertidísimo porque estabas bajo IFEMA, metiendo regalos promocionales en bolsitas, y la gente mientras se estaba haciendo rayas de cocaína encima en la mesa. Era un mundo decadente, underground de verdad. También he trabajado de camarero, trabajé en publicidad, que fue muy aburrido… muchos curros así.

P. Y de escribir en Facebook pasas a escribir en prensa.

R. Sí, cuando estaba trabajando en publicidad, me abrí una cuenta de Facebook porque me lo pedían y empecé a poner paridas. Y un tipo que me seguía en Facebook, que resultó ser Carlos Hernanz que trabajaba en El Confidencial, periódico que yo no había leído nunca, porque entonces era un periódico financiero, me preguntó: «¿Esto que haces en Facebook lo quieres hacer cobrando?» Yo no le conocía de nada y pensé que sería una broma, pero fui a la redacción y así empecé. Como te decía antes, todo por puta suerte.

P. Bueno, tú sigues en lo de la suerte, pero es que si no escribes bien, si el texto no es bueno, no llama la atención de nadie. ¿Realmente crees que hay grandes obras maestras de la literatura que nunca han visto la luz?

R. Por supuesto. Y que nunca la verán.

P. Puede haber alguna, no lo niego, pero es improbable que haya muchas.

R. Yo creo que hay más de las que conocemos. La suerte es escasa. Es verdad que yo ya he metido a un par de estudiantes que me han parecido muy talentosos, que han tenido el golpe de suerte conmigo; te hacen una entrevista para una gacetilla de una universidad y enseguida ves que esa persona tiene algo. Y entonces ya quedas más o menos en contacto, y he ayudado ya a dos porque hay que ayudarles. Pero ¿cuántos se me escapan? Eso es el golpe de suerte. Es que sin contactos no te van a ver.

P. Estoy de acuerdo, pero también tú eres una persona que se ha hecho sus propios contactos.

R. Con suerte.

P. Pero no sólo con suerte. Es decir, también podríamos atribuir la suerte a algo del carácter. Es decir, has tenido la suerte de nacer extrovertido. Y si hubieras nacido más introvertido no habrías hecho tantos buenos contactos. Digamos que la suerte la podemos ampliar a muchos ámbitos. Recuerdo lo que me dijo un amigo actor hace años, hablando de lo difícil que era ganarse la vida actuando. Me dijo que los verdaderamente buenos siempre encuentran trabajo.

R. A mí me gustaría pensar que es así, pero no lo creo. Soy un poco más pesimista. El que yo considero el mejor escritor de mi generación, lo ha dejado. Escribió una novela que publicó porque yo conocía al editor de El olivo azul, que publicó Siberia, mi primera novela. Y le dije «tengo un amigo que escribe mucho mejor que yo». Teníamos 25 años, muy jovencitos. Me pidió que se la pasara, se la leyó y se la publicó. Se llama Alejandro García Ingrisano. Su novela es de un talentazo descomunal. Es como un Pynchon, es el que me descubrió Tristram Shandy, que es de mis novela favoritas. Y él pertenece a esa literatura gamberra pero muy elaborada, un genio total. Pero después de esa novela no siguió. Él tuvo el golpe de suerte, pero no tuvo la perseverancia y ha dejado de escribir. Es decir, que las novelas que no va a escribir Alex García Ingrisano son obras maestras que hemos perdido.

P. Pero entonces no le faltó suerte, le faltó perseverancia.

R. Sí, pero si hubiera tenido un poco más de suerte con esa novela y le hubieran hecho un poco más de caso… porque nadie la leyó. Es verdad que sin perseverancia la suerte no sirve de nada. Y sin talento tampoco. Si eres perseverante, suertudo, con contactos de los padres pero sin talento, quizás puedas hacer una carrera mediocre y acabar en el Instituto Cervantes.

P. Entonces este Juan Soto Ivars que trabaja de camarero, que trabaja en los bajos fondos del IFEMA, empieza a escribir en el Confidencial. Y ahí te alejas de tu yo literario.

R. Sí, es una pena. Las novelas no me van bien porque publiqué una primera que fue de encargo, en Ediciones B, que es una mierda de novela. Fue un debut literario muy decepcionante porque en ese momento había gente esperando a ver qué publicaba, y publico una novela escrita en cuatro meses, con 25 años, y que es una basura. Andrés Barba me intentó avisar, me dijo que si estaba seguro porque había cierta expectativa, y escribir una novela de intriga policíaca iba a ser una decepción. Pero me dio igual, porque no tenía un duro y me pagaban 3.000 €, así que la hice. Y fue un debut decepcionante. Luego publiqué Siberia, que es una novela que me sigue gustando, y ganó un premio, pero la publiqué en una editorial minúscula. Luego gané el Premio Ateneo con una novela satírica, que no es un género muy respetable. Y ahí ya había jodido mi carrera literaria incipiente porque ya no era respetado, ya no iba a hacer como Juan Gómez Bárcena, como Miguel Ángel Hernández, ya no iba a tener una carrera literaria respetable. Publiqué una más, Crímenes del futuro, que creo que está muy bien, pero nadie la leyó. Me costó ocho años escribirla y se publicó en Candaya, porque las editoriales un poco más grandes ya no me querían publicar. Y nadie que yo admirase le hizo caso. Entonces dejé de escribir, me desanimé, se había malogrado la suerte. Y empecé con los ensayos.

«Sin suerte, el talento no sirve para nada»

P. Haces un retrato muy pobre del mundo literario: asociaban tu nombre a según qué obras y ya no te leían. Parece muy difícil que una obra se defienda sola.

R. Pero esto le ha pasado a Raúl del Pozo. He leído una novela suya que es muy buena, y no es nada respetado como novelista porque es columnista. También es que en el mundillo literario la gente no dice gratuitamente que les gusta algo, lo dicen porque reciben a cambio una reputación. Por eso hay novelas de mierda que han ido a la feria de Frankfurt. Llevan a escritores que están de moda por motivos no literarios. Y tienes a Rafael Reig, a Antonio Orejudo, a Eloy Tizón, a gente que lleva años y años haciendo obras de puta madre, que no les invitan. Y eso es el puto mundillo literario. Me desazona tanto que paso de escribir narrativa, no quiero entrar en ese juego. Si yo tuviera tantos lectores como Pérez Reverte, me la sudaría, porque no me respetarían esos gilipollas, pero me leería mucha más gente que a vosotros y que os follen. Pero claro, gente como yo no tiene ni una cosa ni la otra. Entonces, echarle tantas horas a una novela para que luego caiga en suelo estéril, paso.

P. Empiezas a escribir ensayos en los que articulas críticas al mundo contemporáneo. Y parece claro que tu obsesión tiene que ver con la libertad de expresión. ¿Tú sabías que tenías esa garra por la defensa de la libertad de expresión?

R. Es curioso, nunca me habían preguntado esto, pero es así. Mira, cuando yo era un niño, mi madre quería que leyera. Yo leía tebeos, Superlópez, Mortadelo, pero no quería leer libros. Pero recuerdo uno que sí leí, que me gustó mucho y me marcó, se llamaba La palabra prohibida. Y luego de mayor estudié el tabú. Por ejemplo, siempre me llamó la atención cómo los americanos se ponían histéricos cuando alguien decía la palabra nigger. Siempre me ha interesado esa idea del tabú, cómo hay palabras que no se pueden decir pese a que todos las tengamos en la cabeza. Y esa idea es central en la libertad de expresión, porque es el miedo a decir, pero por mucho que las cosas no se digan, existen. Por eso yo combato la censura, porque da igual que censures a los nazis, si existe el sentimiento nazi lo expresarán de alguna manera. No se puede luchar contra ellos censurando, al revés, hay que ver cuántos hay, permitirles que hablen y discutirles. Así que es cierto que es una obsesión que siempre he tenido.  

P. Los tabúes no son solamente palabras. También hay temas que uno no puede mencionar o no se puede meter. Tu libro más reciente, Nadie se va a reír, se ocupa de lo que le sucedió a un colectivo, los ultrarracionalistas, que han hecho muchas intervenciones de carácter satírico, cuando deciden proponer un «tour de La Manada» para burlarse de la cobertura mediática y del sensacionalismo que ha rodeado el caso, y que acaban engullidos por ese mismo sensacionalismo.

R. Ellos ni siquiera proponen el tour, ellos hacen una web fingiendo que ofertan un tour que es un espejo de lo que han hecho los medios sensacionalistas. Con el tema de La Manada se hicieron horas y horas de información basura y morbosa, acompañado siempre de anuncios de marcas. Era como mercantilizar la desgracia. Entonces uno de los ultrarracionalistas, Anónimo García, que es el protagonista del libro, y es un tío súper feminista, un día va por Pamplona por la calle y empieza a reconocer sitios. Y tiene una sensación de repulsión. La ciudad estaba empapada por el morbo, porque reconoce todos los lugares de los que hablaban en los medios. Y cobra conciencia de hasta qué punto esta explosión sensacionalista ha tiznado incluso la ciudad. Y como su grupo artístico hace acciones de denuncia muy sutiles, se le ocurre hacer el tour de La Manada. Entonces hacen una web que funciona como un espejo de lo que ha hecho el sensacionalismo. Toda la información que sale en la web está sacada de la prensa y cuando la web se publica, la prensa se pone histérica y hablan de «la infame iniciativa», etc. Una vez que la prensa reacciona, sustituyen toda la web por titulares ofendidos de los mismos medios que han publicado toda la información que ellos han puesto. Y el titular que pusieron es «El día en que los medios se retrataron a sí mismos». Pero no contaron con que la prensa rara vez se la envaina. Porque para que esto funcione tiene que haber luego una cobertura del desmentido que ellos hacen, pero eso no se produjo, y acabaron metidos en un proceso penal y condenados.

P. ¿Por qué delito se les condena?

R. Se les condena por el artículo 173.1 del Código Penal, que está dentro del Título VII. «De las Torturas y Otros delitos contra la integridad moral». En el juicio queda demostrado con un informe médico que la víctima de la manada ha sufrido un daño psicológico al ver la web. Y es lo horrible y también lo bonito literariamente del libro: en los tribunales se acaba produciendo una situación horrible en la que un tipo que está denunciando el sensacionalismo acaba haciendo daño a la última persona a la que quería hacer daño, y no se lo puede explicar a ella, porque están enfrentándose en un juicio. Por eso he dado forma de novela al libro, porque esto literariamente tiene mucho contenido, es algo verdaderamente trágico. Ellos piden perdón en el juicio, y explican que no era su intención hacerle daño. Pero ya una vez dentro del laberinto judicial, no es posible la restauración humana del agravio. El caso es que conocí esta historia según iba sucediendo, y vi que nadie decía nada porque era el tema de La Manada.

P. Hubo silencio.

R. Un silencio bestial. Y en la web ni siquiera se mencionaba a la víctima. Sólo halaba de lo que era vox populi. Eran como los tours de Jack el Destripador, con toda la intención de denunciar el morbo. Es una historia muy interesante, precisamente para romper con esta forma maniquea tan habitual de contar las historias. De hecho, el mito de la violación de La Manada, en cuanto a la forma narrativa de cómo se ha contado esta historia, es el mal absoluto encarnado en estos cinco cabestros y el bien absoluto representado en una víctima que no tiene rostro, que no tiene nombre, que es donde podemos colocar todo el dolor que las mujeres han sufrido a lo largo de los siglos, porque es un conjunto vacío. Y en esta otra historia metemos un nuevo elemento que es Anónimo García, que no es un agresor, pero acaba haciendo daño. Esto rompe el maniqueísmo porque ya no es una historia donde podamos sentirnos cómodos sacando conclusiones morales. Es una historia donde la moral se escurre, donde el malo no es del todo malo.

P. Pero hay otra dimensión también de esta historia que me interesa por tu obsesión con el tabú. Aquí se percibe el miedo de muchas personas a estar en el lado incorrecto de la historia.

R. Sí, la gente ha tenido miedo de ser señalada por parecer que estaba defendiendo a La Manada, como si se hubieran posicionado en un bando. Pero lo interesante es que este es un proceso en el que aunque la Fiscalía pide la absolución, se los condena por lo penal. No es como lo de Mongolia y Ortega Cano, que denuncia a la revista Mongolia por daños a la imagen por una caricatura. La justicia le da la razón y se le tiene que indemnizar con una cantidad de euros, por lo civil. Esto pasa continuamente, la libertad de expresión tiene que tener unos delitos de calumnias y de injurias para que si alguien se siente sumamente dolido vaya a un juzgado. Yo considero que la condena a Mongolia es una exageración, pero es que el caso de Anónimo es peor, porque es penal, y la jurisprudencia que cita la magistrada para condenarlos es relativa a torturas físicas.

P. Está admitido a trámite el recurso ante el Constitucional.

R. Un juez me dijo que es muy importante lo que pase en el Constitucional, porque si no declara nulo este juicio quedará como jurisprudencia que en casos muy mediáticos donde haya víctimas no se puede hacer sátira, si a una de las víctimas le duele y puede probar un daño psicológico. Por eso el libro se subtitula «Juicio a la ironía», porque gana la literalidad.

P. ¿Temes esta tendencia a la literalidad?

R. Los actos de provocación artística siempre han tenido consecuencias muy escandalosas. Lo que pasa es que la posteridad trata muy bien a los provocadores. Cuando Woody Allen dice que la comedia es igual a tragedia más tiempo, se puede entender, de una forma no literal, que el tiempo desactiva la ofensa y la comedia sigue funcionando. El mismo chiste que ofendió en los años 20, sigue funcionando un siglo después, porque ya no nos cabrea lo mismo. En el libro doy muchos ejemplos de artistas que han tenido grandes polémicas. Gala, la mujer de Dalí, apareció en una cena de la alta sociedad vestida con un traje lleno de sangre y una cabecita de bebé a modo de tocado. Y dijo que iba vestida del hijo del aviador Lindbergh, que había sido secuestrado y asesinado en ese momento, y fue una puta salvajada. Como ya no recordamos quién es Lindbergh ni lo que pasó, pues te puedes reír, pero en el momento Gala y Dalí tuvieron que pedir perdón. Y entonces se enfrentaron a una represalia todavía más temible, que fue la de André Breton por pedir perdón por un acto surrealista. Así que no sé si ahora somos más literales, no creo. Ahora lo único es que queda todo por escrito.

P. ¿Dirías que disentir sobre la narrativa oficial en el caso de La Manada se ha convertido en un tabú?

R. Pero es que ellos no estaban disintiendo. Y eso te da más idea de lo tabú que es el tema. La misma abogada que puso la demanda contra Homo Velamine tiene denuncias abiertas contra gente que claro que lo merece, que son los que publicaron el DNI de la víctima o que compartían en Forocoches fotogramas del vídeo. En cambio, la sátira que hicieron Homo Velamine no atacaba a la víctima. Mi anterior libro, La casa del ahorcado, trata sobre el tabú y lo estudié muy a fondo desde una perspectiva antropológica. Y es muy interesante porque la gente cree que el tabú es lo que no se puede decir, lo que no se puede hacer. Pero el tabú es un acto, una palabra, una materia tan sumamente prohibida, que no necesitamos que nadie nos diga que está prohibida. Entonces provoca una reacción visceral en cuanto es transgredido. Eso es el tabú de verdad. Y lo que pasa ahora es que con la tribalización de la sociedad, el tabú está muy dividido, lo que es sagrado en un lugar es tabú en otro, y viceversa. Creo que en España no hay un tabú compartido y eso es una desgracia para España. Una sociedad que no comparte tabúes es una sociedad rota.

Foto: Carmen Suárez

P. ¿Es necesariamente negativo que una sociedad no comparta tabúes?

R. En La casa del ahorcado descubrí una palabra muy bonita del latín que es religio. De ahí viene religión, que no es la creencia esotérica en el más allá. Eso es superstitio. Religio es lo que religa las cuentas del collar. En sociedades plurales hace falta la religio, que puede coincidir con la esotérica o no, puede ser una religión de Estado, o puede ser una idea común que religa a los que son distintos. Y en Occidente, llegué a la conclusión de que nuestra religio era que los hijos viven mejor que los padres. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial este era un dogma que compartíamos todos. Pero en 2008 eso se quiebra, y cuando descubrimos que no es así, empezamos a volvernos locos. Coincide mucho en el tiempo con el momento de la corrección política, de los nacionalismos de extrema derecha, de los nacionalismos independentistas… O sea, todos estos movimientos rupturistas de izquierdas y de derechas empiezan cuando la población occidental recibe la evidencia de que los hijos ya no van a vivir mejor que los padres. Ahí es donde se rompe la religio; nos mantenía unidos esa idea de progreso.

P. ¿Alguna vez te has sentido solo en la defensa de tus ideas?

R. No, no me he sentido solo porque no me debo a mis amigos para escribir un artículo, tengo lectores. No me debo a la línea editorial del periódico. Mi línea roja es que nadie me toque los cojones y mis lectores son los que peor me caen. Si esperas hacer amigos escribiendo te puedes sentir solo.

P. ¿A quiénes has enfadado más?

R. Hombre, así en histórico, creo que con el feminismo identitario he tenido muchos choques porque también reacciona mucho. Hay otros colectivos de los que he podido escribir alguna crítica que no han reaccionado de manera tan suculenta. Al final me di cuenta de que mi seña de identidad era provocar. Me daba muy bien cuenta de dónde estaban los cojones para tocarlos y me divertía mucho. Pero ya luego maduras, y he descubierto que lo que me gusta es buscar otra lectura a las cosas. Cuando todo el mundo lo tiene muy claro es que hay cierta inseguridad argumental, porque la certeza bebe de la inseguridad. Cuanto más piensas sobre algo, menos certeza vas a tener; la autocomplacencia está en no haber pensado suficiente. Cuando hace un año dejé Twitter, me liberé de las opiniones preconfiguradas. Dejé de provocar y me puse a hacer lecturas raras de las cosas. Y es mucho más divertido.

P. ¿Entonces ha merecido la pena dejar Twitter?

R. Lo mejor de mi vida. La escritora Marta Jiménez Serrano fue la que me convenció y como lo que me dijo me fue muy útil, lo voy a decir aquí por si alguien quiere hacer lo mismo. Me dijo: «Vamos a ver, Juan, tú publicas una columna. Puedes argumentar una idea que puede ser muy polémica. ¿Para qué cojones haces gratis en Twitter una basurilla provocadora que lo único que te genera son malinterpretaciones?». Y al mes siguiente lo dejé. No tengo ni claves. Y eso es libertad mental, porque Twitter te obliga a pensar a favor o en contra. Te redirige muchísimo la mirada sobre los asuntos, y el no estar en esa interacción te da una libertad verdadera.

P. Terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a pasar por aquí?

R. Pues yo creo que estaría guay que invitarais a Elisabeth Duval. Me parece una persona muy interesante y creo que podríais tener una conversación bonita.  

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