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Baroja, memorias de un niño de acción

El escritor nació en San Sebastián hace 150 años y vivió unos primeros años itinerantes que narra en ‘Familia, infancia y juventud’, reeditada ahora por Cátedra

Baroja, memorias de un niño de acción

El escritor Pío Baroja, retratado por Sorolla en 1914. | Wikimedia Commons

A los escritores de éxito les obliga, más que los clichés sobre su obra, una estética concreta, una foto fija. Pío Baroja es indisociable de su boina y sus anteojos. Es sencillo caricaturizarle con dos trazos y que se le reconozca. Mucho se ha dicho sobre la boina de Baroja, como si esta hiciera al personaje y en ella estuviese condensado el carácter de este señor errabundo y solitario, solterón y gruñón, el hombre malo de Itzea, como le motejaban los niños de Vera de Bidasoa. Cuesta imaginarle descubierto y barbilampiño. Sin embargo, también don Pío fue niño y joven antes de encontrar en la literatura la excusa perfecta para escapar de un destino burgués. En sus primeros años de vida, de 1872 a 1900, fecha en que publica Vidas sombrías, el autor de genio que será después va incubando todos sus componentes. 

A Pío Caro-Baroja, sobrino nieto del escritor, le gusta reivindicar este volumen de cuentos hoy día más olvidado. «En él está contenido todo el Baroja de después: los personajes que ha conocido y las vivencias, sus lecturas nihilistas y filosóficas», explica a THE OBJECTIVE. Caro-Baroja prologa una edición conmemorativa por el 150 aniversario del nacimiento del escritor de Familia, infancia y juventud (Cátedra), libro que integra sus memorias, aglutinadas bajo el título Desde la última vuelta del camino. «Este es un libro fundamental en la medida en que narra el momento vital de un joven en la España convulsa del XIX, en una familia atípica pero con vocación burguesa», añade.

Portada del libro. | Cátedra

«Yo soy un hombre de paso, algo que se mueve y no arraiga», confiesa Baroja en sus memorias de infancia y juventud, escritas en 1944. Ese carácter errabundo y solitario (para Baroja son la misma cosa) se va forjando en el contexto de una familia que cambia constantemente de domicilio siguiendo la estela del padre, un ingeniero de minas que «nunca tuvo sentido práctico; creía que eso de ganar dinero era una broma que no valía la pena».

En sus primeros 20 años de vida, Baroja vive en San Sebastián, Madrid, Pamplona, de nuevo Madrid, Valencia, Madrid una vez más, Cestona y finalmente Madrid. Dentro de cada localidad, se suceden las mudanzas. En el inicio, como hemos visto, está el mar. «He nacido en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872, en la casa número 6 de la calle de Oquendo», consigna con precisión, y añade: «Haber nacido en el mar me gusta; me ha parecido siempre un augurio de libertad y cambio».

«Era libre e independiente. Tuvo en contra al tradicionalismo católico, a los nacionalistas, al socialismo…», dice su sobrino nieto Pío Caro-Baroja

De sus años en la capital vasca se trae memorias y leyendas de las guerras carlistas, que estaban en sus últimos coletazos, y vicisitudes y colores de la mar. De aquí saldrían, andando el tiempo, Las inquietudes de Shanti Andia y Zalacaín el aventurero, entre otros. De aquí vendría también una desafección total hacia el «vasquismo» nacionalista. «Toda la ideología del vasco moderno es mediocre», señala en este libro. Este tipo de afirmaciones hicieron que a principios de este año 2022 la corporación municipal de San Sebastián, encabezada por el PNV, denegara a Baroja la Medalla de Oro de la Ciudad. Su sobrino nieto le quita hierro pero reseña la ironía del asunto: «A Baroja le hubiese importado un pimiento tener la medalla o no, pero el Ayuntamiento se ha retratado y ha hecho un ridículo pasmoso. Es algo insólito, como si Stratford-Upon-Avon votase contra Shakespeare. Lo más ridículo es que el modelo de San Sebastián que criticaba Baroja era el modelo tradicional y ahora a los que se suponen progresistas les ofende eso, que critique el modelo ñoño de esa ciudad». Con todo, don Pío siempre fue refractario a comulgar con ideologías y camarillas. «Era libre e independiente -señala su sobrino nieto-. Tuvo en contra a todo el tradicionalismo católico, todo el socialismo y el marxismo, a los nacionalistas… Absolutamente a todo el mundo. Era inmanejable».

Es posible que en Pamplona, donde el niño Pío vivió más como gamberro que como burguesito, pegándose en las calles y haciendo calaveradas, se formara ese carácter «de zulú» que, recuerda, le achacó alguien después. La huella de la ciudad es rastreable en obras como La sensualidad pervertida o algunos pasajes de Inventos, aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox«En su obra Baroja habla de una Pamplona de curas y militares, que son objeto de su suspicacia, una autoridad de la que desconfiar. Decía que era una ciudad aparatosa, clerical y cursi. También refleja esa brutalidad sin parangón de los chicos de su edad», explica Eduardo Laporte, escritor navarro, autor de Barojiano y todo lo contrario y columnista en THE OBJECTIVE. 

Sin embargo, en esta ciudad el adolescente despierta a la literatura: los folletines, Dumas, La isla misteriosa y, sobre todo, el Robinson Crusoe de Defoe. «Se escapaba a los jardines de la Taconera y encima del árbol del cuco se imaginaba Robinson. De alguna manera empieza a construirse el Baroja literato soñador y amante de la aventura», añade Laporte. En su discurso de ingreso de la RAE, el viejo Baroja recordaba aquellas tardes en el árbol del cuco, fumando en pipa, «lo que me mareaba».

Durante su infancia y juventud, la familia vuelve una y otra vez a Madrid. Una capital que era al mismo tiempo un pueblo, plagada de cafés y tipos peculiares, con aire todavía romántico. «De aquella época de mi infancia tengo la impresión de que Madrid no dejaba de ser, en su limitación y en su pobreza, un pueblo alegre y pintoresco y fácil para todo el mundo», consigna el autor en sus memorias. Cuando regrese años después, las cosas adquirirán un cariz más serio. Baroja crece y toca situarse en la vida. «Llevado por la inercia burguesa, intentó hacerse médico», explica su sobrino nieto, Pío Caro-Baroja. Sus recuerdos de esta etapa entroncan ya directamente con El árbol de la ciencia y con el Baroja pesimista y existencial. Las andanadas hacia la nómina de profesores que tuvo son épicas en este tramo de Familia, infancia y juventud

Acabada la carrera, Baroja se estableció como médico rural en Cestona (Guipúzcoa), pero, desprovisto de vocación, probó suerte con la panadería en apuros de un familiar, negocio que da origen a la famosa Viena Capellanes. De sus noches de industrial, entre obreros y cafés, se proveyó de tipos para la serie de La lucha por la vida. Son los años del desastre de Cuba y Filipinas. El negocio no tira y los trabajadores comienzan a mirar mal al patrón, a cualquier patrón. Con pequeñas ganancias de la Bolsa, Baroja tapa agujeros de la panadería. Además, «la vida burguesa no me producía el menor entusiasmo». Al final, decide jugar una nueva carta, que será la definitiva: «Había sido médico de pueblo, industrial, bolsista y aficionado a la literatura. Había conocido bastante gente. El ir a América no me seducía. Llegar a tener dinero a los cuarenta años no valía la pena para mí. Quería ensayar la literatura».

«A 66 años de su muerte, está más vivo que nunca a pesar del abandono por parte del oficialismo»

Pío Caro-Baroja

Es justo ahí donde nace Baroja, nuestro Baroja, el autor de trazo vivo y prosa innegociable que ha llegado a nuestros días con una salud excepcional. «Estoy muy contento con cómo está saliendo el 150 aniversario por la gran repercusión en prensa y en los lectores. A 66 años de su muerte, está más vivo que nunca a pesar del abandono por parte del oficialismo», señala Pío Caro-Baroja. Los barojianos de pro, dice, «son gente introspectiva y solitaria, con un descreimiento grande por toda la tramoya exterior. Se ven reflejados en ese inconformismo, escepticismo y rebeldía frente a lo público. Se rebelan a ser rebaño».

Pío Caro-Baroja vive en la casona de Itzea, en Vera de Bidasoa, donde este escritor errabundo («Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta al hombro», decía) se radicó de alguna manera. «La casa es como un familiar más, como una abuela, con su acumulación de recuerdos de varias generaciones y varias sensibilidades distintas. Pienso en ella como un ser vivo que contiene el alma de todos los Baroja mezclados», apunta el sobrino nieto del autor. Desde allí se congratula de que aún haya adolescentes, y muchos, que abran un libro de don Pío y, como decía Azorín, emprendan camino entre las páginas con esa «sensación de que estamos andando y de que, en estas andanzas, la vida, intensa vida, nos circunda». 

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