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Alemania podría prescindir completamente del gas ruso si reabriera sus centrales nucleares

Scholz advierte a sus compatriotas de que se preparen para un corte de gas ruso, pero no alarga la vida de sus reactores activos. Antes congelado que pronuclear

Alemania podría prescindir completamente del gas ruso si reabriera sus centrales nucleares

El canciller Olaf Scholz saluda al término de una visita al Elíseo. | Europa Press

«Mientras Putin y su ejército destruyen Ucrania y perpetran un genocidio», se lamenta el ingeniero Tomas Pueyo, «la Unión Europea se ha mostrado exuberante en su retórica y tibia en sus acciones». La doblez es especialmente llamativa en el caso de Alemania. Ha enviado armas a Kiev, elevado su gasto en defensa y suspendido la aprobación del gasoducto Nord Stream 2. Pero sigue financiando la guerra con su compra de hidrocarburos a Moscú.

Esto parece que va a acabarse, aunque no por un arrebato de decencia, sino por una causa de fuerza mayor. El Kremlin exige cobrar en rublos, la UE se niega en redondo y el canciller Olaf Scholz ha advertido a sus compatriotas de que «deben prepararse» para un corte de suministro.

En descargo de Berlín hay que decir que ya ha reducido notablemente su dependencia del carbón y el petróleo rusos y confía en suprimirla en un plazo relativamente breve. Pero el gas es un asunto distinto. Aunque ha empezado a construir su primera planta de licuefacción, ni su volumen ni su precio son comparables a los de un gasoducto. Prescindir por completo de esta fuente es hoy por hoy implanteable.

Ahora bien, Berlín sí podría sustituir el gas de sus centrales de ciclo combinado, que supone un tercio del total y es justamente la cantidad que importa de Rusia. Pueyo calcula que si volviera a encender sus 30 reactores nucleares, de los cuales solo tres siguen activos, «prácticamente no necesitaría gas para electricidad». Y se pregunta: «¿Por qué no lo hace?»

Argumentos endebles

Cuando en diciembre pasado la Comisión Europea publicó un borrador que catalogaba como sostenible la inversión en energía atómica, los políticos alemanes se pusieron como panteras. Un europarlamentario socialdemócrata comparó a los defensores de la fisión con los antivacunas y el vicecanciller y colíder del Partido Verde, Robert Habeck, declaró que el informe de Bruselas era un lamentable intento de blanqueo de una fuente ambientalmente devastadora.

Semanas después, la invasión de Ucrania volvía a abrir el debate y Habeck se vio forzado a encargar un estudio para determinar si la prolongación de la vida útil de las tres plantas atómicas todavía en servicio «sería de ayuda en la actual coyuntura internacional». El 8 de marzo presentaba su conclusión y «la respuesta era negativa».

El documento en el que basa esta conclusión aduce que habría que reformar la ley, que probablemente no se encuentren piezas de repuesto, que el personal cualificado se ha ido jubilando, que habría que hacer frente a residuos adicionales y que mantener operativos los reactores más allá la fecha prevista de cierre incrementa el riesgo de accidente.

Se trata de argumentos bastante endebles. ¿Cómo pueden unos ministros alegar que no pueden atrasar la clausura de las centrales porque requiere cambiar una ley que otros ministros cambiaron para adelantarla? «Alguien debería explicarles cómo funciona un Gobierno», ironiza Pueyo.

En cuanto a la falta de recambios y de personal cualificado, ¿no hablamos de la primera potencia industrial de Europa? ¿No produce y vende maquinaria a todo el mundo? ¿No tiene una formación profesional modélica? ¿Se van a negar a volver al tajo los técnicos jubilados si se les pide educadamente? Demasiado complicado. Mejor seguir pagando a Putin…

Tampoco suponen un obstáculo insuperable los residuos. Alemania fue capaz de procesar los que generaron el equivalente a 20 reactores en 50 años. ¿No va a poder con los de tres centrales en cinco años?

Finalmente, están los aspectos relacionados con la seguridad. Son los que más inquietan a la opinión pública, y es natural. Pero, apunta Pueyo, «tengo la suerte de ser ingeniero y entiendo los riesgos de que están hablando. Se trata de una probabilidad de accidente del 0,001%, o sea, de uno cada 100.000 años».

Quién pone los muertos

En 2000 el canciller Gerhard Schroeder (en la actualidad empleado del gigante petrolero ruso Rosneft, donde cobra 600.000 dólares anuales) decretó la clausura escalonada de su parque nuclear en las siguientes dos décadas. Angela Merkel rectificó parcialmente la decisión a finales de 2010, pero meses después tenía lugar el accidente de Fukushima y el temor a que algo así se repitiera en Krümmel o Grundemmingen la obligó a desdecirse.

Con independencia de que los tsunamis no son habituales en el interior de Renania-Palatinado o Baviera, conviene recordar que, si de lo que se trata es de preservar vidas, en Fukushima no murió nadie y los estudios de la Organización Mundial de la Salud y la Universidad de Tokio no esperan «aumentos discernibles de las tasas de cáncer». Entre tanto, ¿cuántos ucranianos han caído víctimas de las armas producidas gracias a las compras de gas ruso?

El rechazo de la energía de fisión ha tenido siempre una raíz ideológica y pierde legitimidad con cada fosa común que se descubre en Bucha o Mariúpol.

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