THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

A deshora

Como un motor que se para en mitad del cielo. Con estas bellas palabras describe Simone de Beauvoir nuestra experiencia de la muerte. De otro modo: un accidente. Es extraño: a despecho de una apabullante regularidad estadística, para nosotros, los modernos, l

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A deshora

Como un motor que se para en mitad del cielo. Con estas bellas palabras describe Simone de Beauvoir nuestra experiencia de la muerte. Dicho de otro modo: un accidente. Y es que es bien raro: a despecho de una apabullante regularidad estadística, para nosotros, los modernos, morir siempre es un imprevisto. Nos resistimos a pensar que la muerte pueda ser algo natural. Para los antiguos, en cambio, la muerte era un rito más de la vida, con el que estaban perfectamente familiarizados, de modo que, cuando llegaba, les era dado presentirla, e incluso presidirla. «Yo me siento, sobrina, a punto de muerte», dice Don Quijote. Nuestro fin es hoy muy otra cosa: un hachazo inoportuno, invisible y antitético, el abrupto desenlace que un guionista estúpido situó in media res, algo que ocurre y sin embargo no debía ocurrir.

Y si la persona que muere es joven, el agravio se vuelve intolerable. Porque cuando alguien muere joven, es como si su vida hubiera sido rescindida, el contrato, firmado al nacer, cancelado sin preaviso. Incrédulos, desesperados, los deudos repasan, las cláusulas tachadas que han quedado sin efecto: ver crecer a los hijos, acompañarlos en gozos y zozobras, jugar con los nietos; viajar a tal o cual lugar, darse una oportunidad en este o aquel empeño, culminar viejos proyectos, iniciar otros. Y entre las cosas que siempre dejamos sin hacer está la de prepararnos para la muerte, porque, si no es a causa de un dolor o pena insoportable, nunca damos nuestra vida por vivida.

No hay vida / que no sea, aunque sólo un instante / inmortal, escribió la poeta polaca Wislawa Szymborska. Es tentador pensar que para Carme Chacón, ese instante se grabó para siempre al pasar revista, embarazada, a las tropas españolas acantonadas en Afganistán. Esa foto es, sin duda, importante para España por muchos motivos y entrará en los libros de historia. Pero habrán existido en su vida otros momentos inmortales de los que no tengamos noticia. Momentos que no quedarán exánimes y cuyo halo resplandeciente será el consuelo de allegados cuando la muerte, siempre a deshora, nos reclame.

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