THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Academia virtual

«Este verano ocurrió el milagro, mis hijos se engancharon a estudiar matemáticas y las sesiones de veinte minutos se alargaban hasta la hora o la hora y media»

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Academia virtual

Si alguien me dijera que sus hijos han pasado de ser dos vagos redomados con las matemáticas y la lengua a ser dos apasionados de los decimales, las fracciones y el complemento directo me reiría en su cara y luego me echaría a llorar. Porque llorar, ante la inoperancia del sistema educativo a la hora de motivar a los chavales es de lo mejor que sé hacer. También han llorado -metafóricamente- y mucho, los profesores de mis hijos, que no saben cómo motivarlos para lograr que hagan los ejercicios que les ponen delante y se consolarían y adoptarían en sus aulas los métodos que la hipotética madre aplaude y predica, los métodos que tienen un nombre, Academia Khan.

La primera vez que me hablaron de la academia Khan me lo tomé como estas cosas que te dicen cuando tu hijo tiene la piel atópica, que todo el mundo te recomienda tal crema de farmacia que le va a arreglar la irritación y al principio te lo crees, y las pruebas todas, y ninguna arregla nada y le dan más picor al niño y encima son carísimas. Me dijeron algunos padres: “mis hijos están enganchados a la Academia Khan. Tiene cursos de todo tipo y es una preparación fantástica para los exámenes, sobre todo en matemáticas”. Como yo ya había probado todas las cremas de farmacia super caras, no hice mucho caso, aunque debo reconocer que investigué un poco y aquello parecía serio, aburrido, es decir, una academia. Ni siquiera me di cuenta de que era gratis, una ONG mundial para el desarrollo educativo de los chavales y un puntal de apoyo a los enseñantes. En cambio, lo miré por encima pensado: ¿De verdad sería útil? ¿No sería una vez más, útil para los niños motivados e inútil para mis hijos? Lo dejé correr.

Pero este año se nos presentaba la preparación de unos exámenes de ingreso en un colegio inglés y tenía que ayudar a mis hijos con mi bestia negra desde el parvulario: las matemáticas. Es así como he descubierto que el señor Khan es un genio que debería recibir el Nobel de educación, si tal cosa existiera. Menos mal que, al menos, ha recibido el prestigioso premio princesa de Asturias a la Cooperación Internacional. Su método serio, sencillo, sin fanfarrias ni dibujitos, me ha enamorado.

La Academia online de moda se ha convertido en el recurso más usado de nuestro verano, con dos niños que no solo no son estudiosos, sino que no tienen la más mínima atracción -o tenían- por la forma en que se les enseñaban las matemáticas en clase, pues inevitablemente, las clases de más de 20 alumnos no les permiten ir a su propio ritmo, que unas veces es lento y otras es rapidísimo. Esto le sucede también a todos los niños, seguro, que con algunas cosas se ven obligados a esperar a los compañeros y con otras, se ven agobiados al no entenderlas y tener que ir a remolque.

El verano es muy largo, el día tiene demasiadas horas y youtube es todopoderoso, así que les impuse a mis dos hijos como disciplina hacer todos los días veinte minutos de matemáticas, para preparar esos exámenes de ingreso que tienen en septiembre. Lo primero fue buscar los niveles adecuados, después registrarlos y lo siguiente, estar con ellos, a su lado, ayudándolos con los ejercicios.

Me encanta la academia Khan porque a mí siempre se me dieron fatal las matemáticas y francamente, a veces no sé cómo demonios explicarle a mis hijos lo que ni siquiera logré entender en el colegio. Cada lección es un apoyo de serenidad y confianza, con esos vídeos tan serios y tan didácticos, en perfectos colores sobre una pizarra negra, que parece que es Siri la que ha cobrado vida para dar la clase, pero con la humanidad de una persona a la que nunca vemos, siempre en off, dándole hasta misterio cinematográfico a la materia más sencilla, un poco como el Charlie aquel de los Ángeles de Charlie que solo hablaba por un altavoz del teléfono.

Este verano ocurrió el milagro, mis hijos se engancharon a estudiar matemáticas y las sesiones de veinte minutos se alargaban hasta la hora o la hora y media, porque toda la academia está diseñada con un sentido común apabullante en forma de píldoras que enganchan. Cada lección o gran capítulo está subdividido en muchos subtemas que se van explorando con vídeos muy claros, las lecciones, en los que una agradable voz misteriosa del profesor (o la profesora) al que no vemos (y que yo me entretengo en tratar de imaginar) va escribiendo en una pizarra, explicando de forma seria y didáctica, con el posterior apoyo de ejercicios online que producen puntos y estrellas.

No es un juego, no tiene la apariencia de un juego. Es una academia internacional, gratuita, presente en cientos de países, en varios idiomas, que le permite a los estudiantes ir a la velocidad que necesiten con cada asunto de todos los niveles, escolar a universitario, hasta dominarlo y a sus padres seguir el progreso de los hijos. Además, Khan no ha venido a sustituir al profesor, sino a servirle de apoyo en el aula o como deberes útiles y nada aburridos, fomentando el concepto de flipped clasroom, conseguir que sea el alumno quien lleve la iniciativa de su aprendizaje, asimile la teoría y deje el aula y el profesor para la práctica y la colaboración en equipo.

Si esa madre hoy me dijera que sus dos desganados hijos hoy ya no protestan en un día de verano para ponerse frente al ordenador a redondear decimales, multiplicar por aproximación o sumar fracciones, le diría que solo la creería si me está hablando de la academia Khan.

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