THE OBJECTIVE
Jesús Montiel

Amor a la carta

«Vengo a encontrar el amor», dice. Y continúa, voz ilusionada: «Que sea bueno en la cocina y que le guste hacer deporte y salir de paseo y ya que estamos tez morena y ojos azul piscina». Lo dice una concursante del famoso programa First Dates, timoneado por el hombre de la ceja: Carlos Sobera. Se sabe: está de moda el amor a la carta. Voy al supermercado del amor hambriento de compañía y elijo producto —persona, sus ingredientes— que menos me vaya a indigestar. A menor número de incompatibilidades, más posibilidad de dicha. Más duradera la relación y por tanto más remota la ruptura. Menos platos levitando. La lógica del amor a la carta cree que el amor, si se elige como el traje para la boda, resultará menos estafa. No obstante, la cifra de rupturas en Occidente, y su velocidad, contradice estas matemáticas. Todo el mundo elige, y sin embargo nunca antes las relaciones sentimentales fueron tan vidriosas.

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Amor a la carta

«Vengo a encontrar el amor», dice. Y continúa, voz ilusionada: «Que sea bueno en la cocina y que le guste hacer deporte y salir de paseo y ya que estamos tez morena y ojos azul piscina». Lo dice una concursante del famoso programa First Dates, timoneado por el hombre de la ceja: Carlos Sobera. Se sabe: está de moda el amor a la carta. Voy al supermercado del amor hambriento de compañía y elijo producto —persona, sus ingredientes— que menos me vaya a indigestar. A menor número de incompatibilidades, más posibilidad de dicha. Más duradera la relación y por tanto más remota la ruptura. Menos platos levitando. La lógica del amor a la carta cree que el amor, si se elige como el traje para la boda, resultará menos estafa. No obstante, la cifra de rupturas en Occidente, y su velocidad, contradice estas matemáticas. Todo el mundo elige, y sin embargo nunca antes las relaciones sentimentales fueron tan vidriosas.

Ya puestos, yo debí de elegir muy mal según Carlos Sobera, porque la mujer con la que vivo es mi viva antítesis: su risa, mi cara de tormenta; mi naturaleza nerviosa, su templanza; mi afición al cine romántico, sus bostezos en la butaca; mi literatura, su literalidad. Cada uno con sus padres, tan antónimos. Somos contrarios en casi todo.  Aun así, si pudiera elegir, le diría a Carlos Sobera: «Busco a una mujer que no le guste la literatura, que prefiera una película de acción y censure a cada instante mi incorregible egolatría. Busco a mi mujer. No borro todas las dificultades. Las ganas de tirar la toalla. Los imposibles acuerdos».

El amor, pienso, no se elige: nos elige. Tiene piernas y camina a nuestro encuentro llenando el día de momentos cruciales. Da igual si el otro es distinto, incluso muy distinto. El amor del que hablo no elimina las broncas, viene lleno de obstáculos, se carga nuestros proyectos. Los desbarata. Elegir, y elegir lo más parecido a mí, es amarme a mí mismo, buscar como Narciso mi propio reflejo. Más que elegir a la carta, estemos dispuestos a que el amor nos elija. Seamos menos consumidores y más consumidos; que luego las diferencias, si son rociadas con el agua del perdón, dan lugar a vínculos indestructibles.

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