THE OBJECTIVE
Felipe Santos

Antes de la lluvia

El mundo es ya una estrecha franja entre dos alambradas. En medio, un grupo de refugiados se encuentra atrapado en un ir y venir, expulsado siempre en la dirección opuesta, hasta que en ese movimiento descubrimos la forma de una trágica espiral que parece no tener fin. Que las lindes se hayan aproximado entre sí obedece a un renovado espíritu de sospecha por el otro, algo que ya se intuía cuando el muro físico se vino abajo y nos olvidáramos del muro mental que aún anidaba en nosotros. Fue bonito mientras duró aquella noche. A la mañana siguiente nos volvimos a mirar con sospecha y los famas del lugar apartaron de un manotazo a los cronopios y empezaron a hacer cuentas de la juerga unificadora. Siempre ha sido una cutrez eso de que cada uno se pague lo suyo, como si ya en el encuentro se sospechara que ya no habrá una próxima vez. Dejar abierta una puerta a un futuro compartido resulta tan vano como aquel intento del personaje de la película Before the rain, de Milcho Manchevski, que vuelve a Macedonia en plena guerra y visita a una vieja amiga a la que apenas dejan ver, alguien con quien intimó y llegó a hacer planes de futuro, muy poco antes de que decidiera trabajar para una revista occidental como fotógrafo. A su vuelta, bajo un cielo a punto de tormenta, le resulta imposible encontrarse con su mirada, ahora cubierta con un hijab y atravesada por el muro de la incomprensión. El relato se abre y se cierra no muy lejos de donde esta semana miles de sirios trataron de entrar en el país. En la vida real, el cielo se descargó de lluvia y convirtió el campamento de refugiados en un mar de enfermedades y esperanzas rotas. Hasta allí bien pudo llegar el eco de las palabras de un sacerdote que proclama al principio de la película: «El tiempo nunca muere. El círculo nunca se completa». ¿Y si todo esto no fuera más que un paisaje que se repite de forma cíclica, como una espiral que nunca se encuentra, antes de que descargue la lluvia?

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Antes de la lluvia

El mundo es ya una estrecha franja entre dos alambradas. En medio, un grupo de refugiados se encuentra atrapado en un ir y venir, expulsado siempre en la dirección opuesta, hasta que en ese movimiento descubrimos la forma de una trágica espiral que parece no tener fin. Que las lindes se hayan aproximado entre sí obedece a un renovado espíritu de sospecha por el otro, algo que ya se intuía cuando el muro físico se vino abajo y nos olvidáramos del muro mental que aún anidaba en nosotros. Fue bonito mientras duró aquella noche. A la mañana siguiente nos volvimos a mirar con sospecha y los famas del lugar apartaron de un manotazo a los cronopios y empezaron a hacer cuentas de la juerga unificadora. Siempre ha sido una cutrez eso de que cada uno se pague lo suyo, como si ya en el encuentro se sospechara que ya no habrá una próxima vez. Dejar abierta una puerta a un futuro compartido resulta tan vano como aquel intento del personaje de la película Before the rain, de Milcho Manchevski, que vuelve a Macedonia en plena guerra y visita a una vieja amiga a la que apenas dejan ver, alguien con quien intimó y llegó a hacer planes de futuro, muy poco antes de que decidiera trabajar para una revista occidental como fotógrafo. A su vuelta, bajo un cielo a punto de tormenta, le resulta imposible encontrarse con su mirada, ahora cubierta con un hijab y atravesada por el muro de la incomprensión. El relato se abre y se cierra no muy lejos de donde esta semana miles de sirios trataron de entrar en el país. En la vida real, el cielo se descargó de lluvia y convirtió el campamento de refugiados en un mar de enfermedades y esperanzas rotas. Hasta allí bien pudo llegar el eco de las palabras de un sacerdote que proclama al principio de la película: «El tiempo nunca muere. El círculo nunca se completa». ¿Y si todo esto no fuera más que un paisaje que se repite de forma cíclica, como una espiral que nunca se encuentra, antes de que descargue la lluvia?

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