THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

Anuncio de un matrimonio sublime: feminismo real

Hasta las almas más concupiscentes encuentran el justo medio, el sosiego, la virtud. Así le ha sucedido al príncipe Harry, de quien han anunciado boda con la actriz Meghan Markle. Será el próximo mes de mayo de 2018, en una fecha que es metáfora de la nueva luz, del estreno, del despojar, del renacer, por aquello de la estación en que se encuentra, por aquello de la primavera. Yo en el príncipe Harry, ya digo, también veo esa especie de purificación, de renovación de uno mismo: del eterno enfant terrible –siempre más niños que terribles- a un ciudadano de vida doméstica, estable, alejada de los excesos y de las polémicas que han ido marcando la caricatura de su persona, la máscara de su nombre. Las connotaciones del mes de la boda –sus sugerencias- y la personalidad de uno de los futuros cónyuges se conjugan en una extraña simbiosis.

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Anuncio de un matrimonio sublime: feminismo real

Hasta las almas más concupiscentes encuentran el justo medio, el sosiego, la virtud. Así le ha sucedido al príncipe Harry, de quien han anunciado boda con la actriz Meghan Markle. Será el próximo mes de mayo de 2018, en una fecha que es metáfora de la nueva luz, del estreno, del despojar, del renacer, por aquello de la estación en que se encuentra, por aquello de la primavera. Yo en el príncipe Harry, ya digo, también veo esa especie de purificación, de renovación de uno mismo: del eterno enfant terrible –siempre más niños que terribles- a un ciudadano de vida doméstica, estable, alejada de los excesos y de las polémicas que han ido marcando la caricatura de su persona, la máscara de su nombre. Las connotaciones del mes de la boda –sus sugerencias- y la personalidad de uno de los futuros cónyuges se conjugan en una extraña simbiosis.

Pero si el virtuosismo y el espíritu noble –en todas las acepciones del concepto- son cualidades que extraemos del nuevo Harry, no hay menos de ellas en su futura mujer, Meghan Markle, a quien no conocemos, al menos la mayoría de los españoles, demasiado. Meghan Markle, actriz y modelo de profesión, hecha a sí misma, de nacionalidad estadounidense, leyó un discurso feminista que se hizo viral, allá por 2015. Uno lee el discurso de la actriz y es difícil no coincidir con los adjetivos que le atribuyeron en los medios: emocionante, vibrante, justo, efectivo. En el escrito, la defensa de dos valores indiscutibles: la igualdad y el respeto al semejante, sin importar el carácter de su condición sexual.

El ideal feminista avanza, en los últimos años, a un ritmo que no hubiésemos imaginado en otras décadas pasadas. Mientras leía la noticia del futuro matrimonio, revisaba manuales de teoría literaria; en ellos, un capítulo dedicado a la crítica feministajunto a unos apuntes sobre las dramaturgas dentro de un folio donde escribía los nombres de las escritoras del siglo XVI; y a su vez, mientras leía la noticia del futuro matrimonio y revisaba manuales de teoría literaria, escuchaba en la radio una tertulia sobre mujeres exponiendo su parecer en torno a la igualdad formal y efectiva –esta última cuesta un poco más- entre hombres y mujeres. En un segundo, una concatenación de feminismos: en el estudio, en las academias, en los debates políticos, en las universidades, en las redes sociales, en la radio. Y ahora también, mientras escribo, en las instituciones, en las instituciones que representan al conjunto global de una sociedad, en este futuro compromiso entre Harry y Meghan, o entre Meghan y Harry. Un feminismo, perdón por el chiste fácil, más real que nunca.

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