THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

Aprender a despedirse

Advierto de antemano que desconfío de la veracidad de la noticia, no por imposible sino porque a veces cargamos las tintas con el tremendismo. Supongo que es humano. Tanto como pararse en ese gesto apacible que simula una sonrisa y suele acompañar al actor.

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Aprender a despedirse

Advierto de antemano que desconfío de la veracidad de la noticia, no por imposible sino porque a veces cargamos las tintas con el tremendismo. Supongo que es humano. Tanto como pararse en ese gesto apacible que simula una sonrisa y suele acompañar al actor.

Siempre he pensado que el rostro de adolescente crecido que caracteriza a Michael Douglas guardaba dentro una intensa vida interior, lo que redunda en su calidad interpretativa, pero no creo que haya muecas capaces de enmascarar la incertidumbre ante la muerte. La capacidad de igualarnos ante ella es aplastante, seamos estrellas o humildes estrellados. 

Cuenta el texto que el actor ha viajado a las Bermudas –donde sospecho que dispondrá de una residencia- para cerrar sus últimas voluntades, pedir perdón a su esposa y despedirse de su paisaje favorito. Los adjetivos los añado yo, pero el Subjetivo busca elucubrar sobre la conveniencia o no de conocer la inmediatez del final de la vida. Piense por un momento: ¿acaso desearía saberlo de antemano o preferiría que el adiós le pillará por sorpresa sin tener que deshojar la margarita de las horas que quedan? De dar pábulo a la información, él habría diseñado una última hoja de ruta que, a lo mejor, le libera de equipajes, entendiendo que lo único que se lleva uno al otro lado es una conciencia ligera. Una vez Pablo D’Ors, sacerdote y escritor, capellán del Hospital Ramón y Cajal y por tanto acompañante de tantos y tantos moribundos en el tránsito, me confesó que uno muere como ha vivido; por tanto el hombre poliédrico que es Michael Douglas podría elegir su muerte como una última interpretación. Contenida y eficazmente ejecutada.

Sin embargo el actor nunca deja de pertenecer a sus seguidores, por tanto no es dueño ni siquiera de su muerte. Incluso cuando, ojalá, ande lejos.

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