THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

¡Ay! Las señales

La imagen es de película entrañable. Los autobuses escolares amarillos a los que la tendencia convirtió en moda. La vereda. Las ramas otoñales. Podría hasta ser un punto bucólico. Pero la señal advierte peligro.

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¡Ay! Las señales

La imagen es de película entrañable. Los autobuses escolares amarillos a los que la tendencia convirtió en moda. La vereda. Las ramas otoñales. Podría hasta ser un punto bucólico. Pero la señal advierte peligro.

La imagen es de película entrañable. Los autobuses escolares amarillos a los que la tendencia convirtió en moda. La vereda. Las ramas otoñales. Podría hasta ser un punto bucólico. Pero la señal advierte peligro. Por los antecedentes, sería. Que son muchos. Zona libre de drogas. Zona libre de armas. Más que una señal era un sueño. Porque había armas. Al menos un arma blanca en manos de un adolescente que la lió parda en el instituto.

Cuando suenan las armas se hace un silencio en el que caben la noche y la angustia. Y las cuchillas afiladas rompen también la paz callada. Algunas batallas se ganan huyendo. Pero cuando te pillan a traición en el lugar menos esperado no hay escapatoria. Diecinueve alumnos heridos, cuatro de ellos graves. Hay noches estrelladas y días que se estrellan contra el corazón, y te desbaratan el alma. Como el de ayer en el Instituto Franklin de Westmoreland.

En este mundo que hemos construido la infancia se acorta, y la adolescencia muchas veces llega a destiempo, y se marcha tarde. Quizá algunos llegan a adultos sin madurar. O no. Buscamos explicaciones a la canallada de un adolescente que con el filo de su navaja ha segado muchas esperanzas. Aunque nadie muera, cada uno de los niños que han sido sus víctimas, o testigos de la barbarie, probablemente no lo olviden nunca. Ahora vendrá el debate de si estaba bien o no de la cabeza. Lo desconozco. Pero uno se cansa de locos de todo tipo que joden vidas de cuerdos, o también de locos, pero que no se cruzan en el camino de nadie para acabar con su futuro. Locos, o cuerdos de atar, que conviven con lo suyo, incluso con dignidad, sin llevarse por delante al prójimo.

Y las señales. Algunas, como esta de la imagen, mejor no colocarlas. Y menos aún en el paraíso de las armas de todo calibre. Porque no hay zonas libre de seres humanos. Ni las escuelas. Y de las drogas escribo otro día.

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