THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Bendito malditismo

«Lo hemos apostado todo como sociedad por el abajamiento, el malhumor y las malas maneras»

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Bendito malditismo

Hay que reconocer que a Greta Thunberg le va mejor con los catamaranes que con los trenes. Hace tiempo la fotografiaron en uno comiendo con un montón de envases y cubiertos de plástico para regocijo de los cazadores de incoherencias. Ahora ha sido peor. Se ha hecho una foto sentada en un pasillo de un tren entre maletas, con cara de desesperación y protestando de la indignante masificación de los trenes alemanes. La compañía ferroviaria ha informado que la niña en realidad viajaba en 1ª clase. Estaba posando de humilde, concienciada y toda la pesca (de arrastre).

No vengo a rasgarme las vestiduras: son cosas de la edad. Los jóvenes posan casi profesionalmente. La clave es de qué posaba Greta. No porque lo hiciese ella, sino porque es el signo de los tiempos. Presumía de pobretería. De ir tirada por el suelo en trenes tercermundistas. Fardaba de consiguiente indignación. Usaba la rebeldía como modo de pertenecer al grupo de los populares y de los guays [si se sigue utilizando esta palabra] y para no dejar de bajar con la corriente del mainstream.

Hasta no hace tanto (véase el cine), se presumía de lo contrario: de genealogía, de elegancia, de adaptación al medio, de buen gusto y de saber vivir. Las cantidades de hipocresía serían prácticamente las mismas, porque eso va en la naturaleza humana, pero lo interesante es la tendencia actual. La hipocresía cambió de bando, siempre al ganador, y ahora está en su apoteosis. Lo hemos apostado todo como sociedad por el abajamiento, el malhumor y las malas maneras.

No es Greta. Son casi todos. Esos famosos a los que entran ganas de darles una limosna cuando hacen sus apariciones públicas, pero que viven a todo tren (precisamente). Con la cumbre climática hemos tenido que ver muchísimos ejemplos de famosos ecológicos concienciados que van luego en todoterrenos como carros de combate o en lanchas fuerabordas que vuelan bajito. También vuelan más alto en sus aviones, etc. Esto, a cuenta del clima, pero la hipocresía es global y abarca todas las facetas de la vida.

La hipocresía siempre dice la verdad. Nos señala infaliblemente cuál es la moral de la época y sus tabús más apabullantes. Gracias a ella, sabemos qué y quién manda. El triunfo esplendoroso de la vulgaridad avisa de lo que quieren hacer con nosotros y de qué ideal de vida nos proponen.

De manera que estamos ante una paradoja espléndida, abierta de par en par, para quien se atreva. Para ir de maldito, hoy por hoy, basta ser un bendito. Aspirar a lo mejor —en la ropa, en el lenguaje, en la ética— significa situarte directamente en lo peor, fuera de la ley, en el bosque de Sherwood. La corbata es el nuevo heavy. Hoy lo más revolucionario es ser contrarrevolucionario. La mayor rebeldía, ser jerárquico. «Sonreír es vencer la ley de la gravedad», como advierte Ramón Eder. Todo lo cual lo vio venir Chesterton, lo ha bordado Magnífico Margarito en este artículo y es una veta de oro (o de acero toledano) de la poesía de Miguel d’Ors.

Es el mundo que nos ha tocado, pero podemos sintetizar, además, una ley universal y eterna. Lo verdaderamente libérrimo será siempre ir en contra de la hipocresía del momento. La hipocresía tiene la habilidad de situarse siempre a la sombra del poder, sólido o líquido, recogiendo las nueces, con cara, eso sí, de enorme esfuerzo. Una sonrisa, pues, y a vivir a contra-tópico, en anti-tabú y con la mínima pose, we few, we happy few, we band of brothers. Sobre todo, si viajamos —ojalá— en primera.

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