Bolsas
Cincuenta bolsas blancas yacen en suelo llenas de cuerpos vacíos. Trozos de cuerpos negros se asoman bajo el plástico limpio recién desdoblado, bajo materia inorgánica que cubre la orgánica.
Cincuenta bolsas blancas yacen en suelo llenas de cuerpos vacíos. Trozos de cuerpos negros se asoman bajo el plástico limpio recién desdoblado, bajo materia inorgánica que cubre la orgánica.
Cincuenta bolsas blancas yacen en suelo llenas de cuerpos vacíos. Trozos de cuerpos negros se asoman bajo el plástico limpio recién desdoblado, bajo materia inorgánica que cubre la orgánica. Y en la parte superior de la escena, más bolsas repletas de objetos muertos. Bultos azules y grises blandos, sucios, amontonados, desordenados. Algo parecido al vértice más alto de un gran vertedero que se extiende sin fin.
Este recuento de cadáveres en Siria es una imagen aséptica que se ha dejado el calor y la vida fuera de cuadro, una escena gris en la que cuatro personas merodean entre hileras de bolsas rectangulares intentando arrojar cifras, orden y sentido al enésimo sinsentido. Personas y cosas yacen metidas en bolsas para que el conjunto resulte menos dantesco y evitar tener que hacer frente a una visión demasiado rotunda. Quizá así el dolor sea más llevadero.
Es la foto del orden enfrentándose al caos, de líneas rectas que han sido trazadas para hacer frente a una existencia repleta de curvas cerradas. El retrato de una cuadrícula perfecta para no perderse en el desperfecto, en lo deforme y en lo grotesco.
