THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

Brasil, de traiciones y su inquietante deriva

Primero Turquía. Luego Argentina. Tras la huida masiva de capital de estas economías y la vertiginosa depreciación de sus monedas, ahora se vive un momento de calma tensa. Un diagnóstico irritante que manejan sin piedad quienes operan en los mercados. ¿Piedad? ¿Mercados? Dos conceptos que probablemente no casan bien, ¿cierto? Y ahora es el turno de Brasil, que celebra sus elecciones presidenciales este domingo. El país más poblado de Latinoamérica ha salido tímidamente de la recesión de 2015-16 pero acumula preocupantes desequilibrios…

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Brasil, de traiciones y su inquietante deriva

Reuters

Primero Turquía. Luego Argentina. Tras la huida masiva de capital de estas economías y la vertiginosa depreciación de sus monedas, ahora se vive un momento de calma tensa. Un diagnóstico irritante que manejan sin piedad quienes operan en los mercados. ¿Piedad? ¿Mercados? Dos conceptos que probablemente no casan bien, ¿cierto? Y ahora es el turno de Brasil, que ha celebrado sus elecciones presidenciales el domingo. El país más poblado de Latinoamérica ha salido tímidamente de la recesión de 2015-16 pero acumula preocupantes desequilibrios, sobre todo, y al igual que Turquía y Argentina, una elevada deuda en dólares y euros fruto del dinero fácil que buscó rentabilidades más altas cuando los bancos centrales de Estados Unidos y Europa fijaron tipos de interés casi negativos. La alternativa de Gobierno que se presenta ganadora, la del ultraderechista Jair Bolsonaro es más que inquietante, aunque sea la favorita, con cautela, de los mercados.

¿Se acuerdan cuando hace nada estaba de moda Brasil? Cuando era un país destinado a convertirse en una gran potencia junto con India, China y Rusia. ¿Los BRIC’s? Los que iban a cambiar el equilibrio de fuerzas en el orden económico mundial. Pero Brasil perdió ese tren a la vista de los decepcionantes datos económicos de los últimos años. Y ahora puede perder mucho más que eso si la victoria de Bolsonaro se confirma en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Molaba que Brasil formara parte de esa nueva liga de países avanzados. Molaba que se pudiera dar un reparto geográficamente más equilibrado de la riqueza. Yo, que en los últimos quince años he viajado regularmente a ese maravilloso país, concretamente al estado de Bahía, uno de los más pobres, he sido testigo de su fenomenal transformación social. Hay quienes atribuyen ese cambio a las reformas claves que hizo Fernando Henrique Cardoso durante su presidencia, que se extendió de 1995 a 2002. O quienes la identifican con la hábil gestión que hizo Lula da Silva de esa herencia. O a la combinación de ambas. Las cifras son incontestables: el Banco Mundial cifra en 29 millones de brasileños los que entre 2003 y 2014 salieron del umbral de la pobreza (un 14% de la población). Según le oí contar al presidente de Nestlé en Brasil, en esos años al menos 20 millones de brasileños que antes no compraban productos lácteos básicos se habían convertido en consumidores de los producto de la multinacional. Y las cifras iban subiendo.

Y por eso deprime ver que pese al furor inversor extranjero, a la celebración del Mundial de Fútbol, de los Juegos Olímpicos, al descubrimiento de petróleo, a sus impresionantes recursos naturales y a las portadas entusiastas de The Economist y demás prensa del establishment, el país, o más bien sus gobernantes, hayan desaprovechado esa perfecta alineación de los astros para traicionarlo todo. Empezando por el Partido de los Trabajadores (PT) que estuvo en el poder quince años. Periodo en el que se consiguió reparar parte de la enorme brecha social del país. Pero esta gran conquista del Gobierno del PT se ha visto ensombrecida por los múltiples casos de corrupción en los que se ha visto envuelto (Lava Jato, Petrobrás, Odebrecht…). Investigado por desviar miles de millones de dólares de dinero público, el escándalo ha culminado con la entrada en prisión de su aún muy popular líder, Lula da Silva. ¿Puede esto explicar la llegada al poder de un tipo que representa lo más zafio del populismo de derechas: racista, autoritario, machista, nostálgico de la dictadura y descreído del cambio climático (en un país que alberga la tercera parte de las reservas naturales del mundo) hasta el punto de proponer que Brasil se salga del Acuerdo de París…? Bolsonaro es todo lo que esa sociedad no representa y sin embargo es la opción ganadora.

Brasil atravesó una recesión entre 2015 y 2016, años en el que la economía se contrajo un 3,8% y 3,6% respectivamente. En 2017 creció sólo un 1%. El paro está en el 12%, la inflación en el 4,5%, el déficit público en el 7,8% y la deuda pública en el 84% del PIB. El valor del real llegó a caer más del 50% aunque en los últimos meses se ha recuperado. Y la tasa de homicidios ha subido hasta cifras escandalosas: 30,8 homicidios por cada 100.00 habitantes, un 29,9% más que en 2016. En comparación, Estados Unidos tuvo 5 homicidios por cada 100.000 habitantes. Lo que da cuenta de la inquietante descomposición social.

Siempre he pensado en todo lo que se podría hacer en esa sociedad con el disparate de dinero que, por ejemplo, se gasta en seguridad privada, inútil una vez abandonado el objetivo de la cohesión social. En Brasil hay cuatro guardias privados de seguridad por cada agente público, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo. ¿Y si ese dinero se destinara a programas de integración social? ¿No ganarían todos? ¿Y qué tal el dato devastador de los recursos públicos desviados a la corrupción? 220.000 millones de dólares en toda Latinoamérica en 2017 (el 6% del PIB de las cuatro grandes economías de la región), según la citada institución.

Definitivamente, estas no serán las elecciones en las que se plantearán estas disyuntivas, pero sí son las que pueden marcar un retroceso grave en la conquista de derechos y en la calidad de la democracia de Brasil. Y lo que sí sé es que los brasileños no se lo merecen.

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