THE OBJECTIVE
Gonzalo de Mendoza

Bruselas. Un día de marzo

La vida es cuestión de un segundo. Te levantas por la mañana un día cualquiera. El cielo de Bruselas es del mismo gris corporativo que acompaña casi todas las jornadas de la capital de la Unión Europea. Treinta y cuatro personas se han levantado esta mañana indiferente sin saber que la taza, el vaso, la ducha, formaban parte de la liturgia última de sus vidas.

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Bruselas. Un día de marzo

La vida es cuestión de un segundo. Te levantas por la mañana un día cualquiera. El cielo de Bruselas es del mismo gris corporativo que acompaña casi todas las jornadas de la capital de la Unión Europea. Treinta y cuatro personas se han levantado esta mañana indiferente sin saber que la taza, el vaso, la ducha, formaban parte de la liturgia última de sus vidas.

Tocadas las nueve de la mañana, Bruselas está ya sumida en el silencio, solo roto por las sirenas de las ambulancias. Los helicópteros. En este instante soy plenamente conscientes de lo frágil que es nuestra libertad. Quizás Europa, Bruselas es un síntoma, vive de espaldas a la realidad de la amenaza terrorista. Quizás la burocracia en la que hemos convertido este proyecto de integración tiene un poder narcotizarte irresistible. Quizás hemos asumido, sobre todo en Bruselas, que la mejor manera de defender nuestros sistema de valores y nuestras libertades es el silencio ante quienes nos quieren destruir. El silencio. Ese suspiro en el que esperamos que gire en el aire la moneda, parece ser el estado de las cosas en el viejo continente.

Mientras la policía acordona el barrio europeo y miro por la ventana de mi oficina el desfilar acelerado de cada vez menos personas, pienso en los límites de la vida. En mi hija de tres años a la que no puedo ir a buscar a la guardería. En mi mujer que no puede salir de su edificio. En que esta pesadilla termine de forma tan anodina como ha empezado la mañana. Sé que no será así para ninguno de nosotros. Especialmente para las familias de quienes esta mañana gris pensaban que la taza, el vaso, la ducha, eran, sin serlo, las mismas de todos los días.

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