THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

Carlos de Inglaterra o la redención por la estética

Retrato de un príncipe que habla a las plantas y pinta a la acuarela.

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Carlos de Inglaterra o la redención por la estética

Retrato de un príncipe que habla a las plantas y pinta a la acuarela.

De él se dice que tiene siempre consigo un rollo de papel higiénico; verdad o mentira, lo que sí se sabe es que uno de sus valets lleva en todo momento un pequeño asiento de retrete en cuero blanco para cuando el príncipe de Gales necesita retirarse a esas soledades que a todos nos hermanan. Es un rasgo habitual en él: la redención por la estética. Sus trajes cruzados le han hecho espejo de elegantes, pero –como el resto de su familia- no se viste solo: en cierta ocasión, cuando su asistente le dio a escoger entre una terna de corbatas, le dijo que le pagaba para que eligiera una él. No es oficio menor: en ocasiones, Carlos de Inglaterra ha tenido que lucir hasta ocho el mismo día. Quizá por eso la leyenda que se hizo inscribir sobre su vestidor –“sé paciente y resiste”- valga tanto para él como para su valet de chambre.

El príncipe se hubiera ahorrado muchas penalidades de haberse casado con Camilla Parker Bowles. Al igual que a Diana, la conoció en un partido de polo, y el saludo inicial de Camilla –“mi bisabuela era amante de tu tatarabuelo”- fue una presentación más allá de cualquier novelería. Antes de la boda, la princesa explotó en ira al saber del regalo de despedida de Carlos a su amante: una pulsera con las iniciales GF, que aludían a sus nombres en clave de Gladys y Fred pero que Diana leyó como great fuck. Esas son cosas que duelen. Curiosamente, o no, el príncipe ha sido piadoso hacia la memoria de Diana: en su segunda boda, se sirvió de una alianza de oro de Cornualla y no del tradicional oro de Gales. El seguimiento mediático de tantas desventuras ha asentado unas relaciones de desconfianza profunda entre el príncipe y ese gremio al que la reina Victoria se refería como “los caballeros de la prensa” y él, simplemente, como bloody people.

Quienes lo conocen de cerca hablan de una persona de encanto discreto, “una figura trágica”, con un encanto tan obvio como sottovoce. El príncipe, desde luego, es un carácter, un introspectivo, un solitario, con algo definitivamente paleoconservador en sus intereses: habla a las plantas, pinta a la acuarela, lee a Leopardi y apoya la difusión del cordero nacional. Anglicano devoto, manifiesta simpatías high-church que lo acercan a Roma y una inclinación de dandy cristiano por la ortodoxia. Si le interesa la homeopatía, su pasión dominante es sin embargo la de denigrar la arquitectura contemporánea, que juzga más destructiva que la Luftwaffe. Bendito sea.

Carlos Felipe Arturo Jorge, príncipe de Gales, es el heredero directo de Isabel II y, por eso mismo, en alguna discusión con su padre, el duque de Edimburgo, le ha tenido que recordar que estaba hablando con el futuro rey de Inglaterra. El príncipe Carlos es el sucesor de la Corona que por más tiempo ha servido como tal, y será el monarca de más edad a la hora de acceder al trono. Él mismo ha mostrado en numerosas ocasiones su impaciencia al respecto. En el momento de la sucesión, Carlos de Inglaterra deberá decidir con qué nombre quiere reinar: para eliminar suspicacias jacobitas, posiblemente no sea Carlos. Será, en todo caso, el cumplimiento de un destino: el príncipe de Gales se cree –con toda legitimidad- perpetuación de una Inglaterra inmemorial, inmune al tiempo. En alguna gran ocasión real, resguardado tras un ventanal del palacio de Buckingham, ha confesado llorar ante las masas que cantaban Rule Britannia.

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