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David Mejía

Casado, mando en plaza

«Casado hizo una llamada enérgica al socialdemócrata avergonzado, presentando al PP como último baluarte del constitucionalismo»

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Casado, mando en plaza

Manuel Bruque | EFE

Pablo Casado fue comprensivo con las más de mil personas que se quedaron a las puertas de la plaza de toros de Valencia. Además de regalarles abrazos y selfies, pronunció unas palabras de empatía que resumían el camino a recorrer para quien aspire a ser presidente del PP: él también se había quedado en la calle muchas veces, había cogido autobuses de madrugada para llegar a mítines, incluso había repartido propaganda. Una vez dentro, ante las 9.000 personas enmascaradas que abarrotaban la plaza, Casado arrancó.

Dijo dos mentiras evidentes, y eso le honra (hay cosas que no pueden decirse con intención de engañar). La primera, que el PP es una piña. La segunda, que se enorgullece del legado de José María Aznar y Mariano Rajoy. La primera no necesita desmentido, la segunda se encargó de desmentirla él mismo cuando anunció, hacia la mitad del discurso, las medidas que tomaría para frenar el rodillo nacionalista: ley de lenguas, EBAU nacional, MIR educativo, inversión en inspecciones, penalización de la convocatoria de referéndums, cierre de embajadas… Quien promete intolerancia frente a lo que sus predecesores toleraron no está honrando su legado. Y bien está. También rompió consigo mismo: con tono grave aseguró que el 1 de octubre de 2017 «se hizo lo que se tenía que hacer», y volvería a hacerlo si fuera necesario.

No nombró a Ciudadanos, ni a Vox, pero se dirigió a sus votantes. Se presentó como bastión del liberalismo del orgullo patrio, prometiendo fundar un Museo de Historia Nacional y reivindicando la importancia civilizatoria de la Hispanidad. La estrategia es perder complejos para ganar votos, pero no será fácil: el votante de Vox demostró el 4M que es más fiel a sus siglas que el votante de Ciudadanos.

Casado hizo también una llamada enérgica al socialdemócrata avergonzado, presentando al PP como último baluarte del constitucionalismo. Para ello forzó la genealogía del partido, emparentándolo con la reconciliación española y la creación del proyecto europeo, con Suárez y Adenauer, componiendo un relato en que el fundador Fraga persiste como padre de la Constitución pero no como ministro de Franco.

De sus palabras se deduce que Casado quiere ser el partido de la gente normal. De la gente que no quiere, en palabras de Rajoy, «cosas raras»; ni que los ministros le dicten qué hay que comer, ni cuánto hay que viajar, ni a qué hora hay que hacer la colada.

Casado demostró conoce a su potencial electorado. Su único problema es que ese electorado también lo conoce a él.

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