THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Causas nuevas en el caos

Decía G.K. Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Hace dos siglos se comenzó por adorar el raciocinio y ciencia.

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Causas nuevas en el caos

Decía G.K. Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Hace dos siglos se comenzó por adorar el raciocinio y ciencia.

Decía G.K. Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Hace dos siglos se comenzó por adorar el raciocinio y ciencia. Cuando el mundo se precipitó a los abismos de la tinieblas colectiva de la Primera Guerra Mundial, la razón se había agitado. Y llegaron las ideologías ateas pero pararreligiosas, supuestamente materialistas pero redentoras, mas totalitarias y brutales que el peor dios vengativo.

Estas ideologías criminales del fascismo y el comunismo se hundieron bajo las montañas de cadáveres que causaron en la primera mitad del siglo XX. Solo se mantuvo el dios egoísta y mezquino del nacionalismo por todo los rincones del mundo, mostrando sus caras a veces sangrientas, corruptas o ridículas. Después surgieron pequeños diosillos, en sectas nuevas y más o menos exóticas. Y muchos saltones y santones. Y se comenzó a adorar a literatos primero y grandes artistas, después ya a futbolistas y guitarristas, a cantantes y artistas o artistillas. Pero sobre todo triunfó con poder ilimitado el dios más persuasivo en la historia: el dinero.

Ahora estamos como siempre en la actualidad en el final aparente. Está claro que nunca hay ni habrá suficiente dinero para que todos puedan hacer alcanzables sus sueños. Y volvemos a otras causas. Como los musulmanes en sus estados fallidos renuncian a la modernidad y se vuelcan a construir un nuevo futuro en el medievo. En España se buscan causas para creer en el caos. En la España en la que tanto tiempo han mandado quienes no creen en nada. Y donde caen uno tras otros los ídolos del sueño nuevo rico de una sociedad pobre, inculta y pretenciosa. Ahora son vilipendiados como ladrones todos aquellos que han sido envidiados en el reino mayor de las envidias.

El fracaso de los partidos tradicionales es irreversible. Corruptos, mediocres e incompetentes los han convertido en aparatos del engaño y se resisten a todo que cuestione su vulgar y miserable control de los recursos. Y volvemos una vez más a las pasiones de los símbolos, al totalitarismo salvador y redentor. Unos pasean con antorchas y camisas negras por el noreste desesperados por resucitar el fascio tribal que creen los hará de golpe más ricos. Otros seducen a los confundidos con los cantos y cuentos de las soluciones contundentes y rápidas, en las que el rebaño triunfa si se somete feliz. Y llaman a adorar a viejos ídolos sanguinarios del siglo pasado. Los presentan, cargados de crímenes, como fresca alternativa. En la búsqueda de símbolos que adorar las gentes confundidas buscan en sucedáneos religiosos en los que saciar su necesidad de sentimiento primario.

En España durante unas horas, muchos encontraron uno ideal. Era una víctima total, un animal, siempre inocente, víctima del odiado poder de la derecha. Porque el perro Excalibur no era solo el símbolo de aquellos que quieren equiparar a los animales con los seres humanos. Para tratar después a los humanos como animales. Sino de todos los que buscan un símbolo suprapolítico para combatir el vacío, para expresar el odio a su enemigo, en España el gobierno, y para buscar cohesión y consuelo bajo una bandera de las de antes, cargada de sentimiento y emociones.

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