THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Celdas de libertad

«Quizá la nueva normalidad debiera servir para aprender que cuando todo acabe, igual sería estupendo que los hijos y los padres tuviéramos  los viernes y lunes de teletrabajo»

Opinión
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Celdas de libertad

La oportunidad… ¿se perderá? ¿Es la nueva normalidad en realidad, la vieja normalidad deformada por unas circunstancias que pasarán, olvidaremos y que no dejarán huella en nuestra estructura social? ¿o este virus será en cambio capaz de hacer que nos demos cuenta de aquello que no funciona o que funciona mejor dando paso a una nueva normalidad real, una revolución social?

Uno de los cambios más radicales que hemos tenido, por supuesto, es el teletrabajo y el telecolegio. Hemos sabido usar nuestros recursos digitales y explotarlos cambiando el paradigma dominante de atascos, tráfico, espacios compartidos y lugares comunes (en todos los sentidos). Hace ya muchos años que yo envidiaba a mi vecina inglesa que allá en Reino Unido teletrabajaba tres días por semana para poder conciliar con la vida familiar. Ahora todos sabemos lo que es eso y aunque muchos quizá prefieran seguir aparcando a sus hijos en un colegio o un jardín de infancia, otros muchos deseamos estar con ellos más tiempo y teletrabajando.

¿Pero cómo funciona para los hijos? Para los que son más mayores y más independientes, como los míos que ya tienen 11 y 12 años. Lo primero que hago es preguntarle al pequeño, el que más odia el colegio. ¿Echas de menos las clases? ¿Quieres volver al cole? Me explica que sí, que a pesar de que lo odia en general, hay algunas cosas que echa mucho de menos en el terreno personal. Jugar con otros niños, ciertas rutinas, como el comedor, pensar en sus cosas al estar fuera de casa, o charlar con profesores distintos con los que congenia, eso sin contar con la ilusión de que pase algo, algo nuevo, algo que no pasará estando en “el nido”. Al mismo tiempo, mi hijo no quiere perder este descubrimiento de la enseñanza online, en la que al fin ha descubierto que él debe organizarse las tareas, ser previsor, buscarse el tiempo y manejarse el horario en mayor medida que yendo a las clases presenciales, para poder realizar trabajos más complejos y con mayor profundidad, acordes con sus hasta ahora desaprovechadas capacidades digitales. Con el ordenador delante y en un cuarto propio –como diría Virginia Woolf– el tiempo le cunde más y el trabajo se vuelve fascinador. Se motiva y termina la tarea más rápido. Además, el colegio es una estructura que ya está organizada por otros, pero la enseñanza online es distinta, solo hay algunas clases por Google Meets y otras son proyectos o vídeos, el ideal para un niño de la era digital. Es un poco como ese concepto tan válido de la “flipped classroom”. La clase online es el reverso, es el aula al revés, más flexible, puede incluso ser una grabación que explica en profundidad y luego da paso a un test rápido de preguntas que fija los contenidos de forma visual, puede ser lo que escoja el propio alumno, algo mucho más efectivo con una generación de niños visoespaciales que hasta el día anterior al virus debían seguir trabajando rellenando fichas fotocopiadas, con todo mascado y poco motivador, como en la escuela de hace cincuenta años.

El menos independiente de mis hijos ha ganado en independencia, algo que tardó en aparecer, y que sospecho ha sucedido en muchos casos, lógico, pues las madres y padres nos hemos visto desbordados al ver la cantidad de tareas, trabajos y ceros que recibían nuestros hijos en las primeras semanas de confinamiento, pero también hemos comprendido los beneicios de una mayor libertad de elección por parte de los alumnos. La verdad es que igual que un libro digital a muchos no les parece un libro, el colegio digital, a muchos no les parece colegio. Pero una simbiosis de ambas cosas se traduce en un mayor uso de la tecnología y esta, al fin, podría ser una herramienta regeneradora, liberadora para hijos y padres. Yo llevo años luchando por que mis hijos usen el ordenador en el aula sin lograrlo. Ahora hemos visto que la mejor forma de que todos los alumnos tengan ordenador es trabajando en el suyo en casa. No volvamos a la vieja normalidad, entonces. Ajustemos y aplaudamos el acceso de aquellas familias que no pueden tenerlo o permitírselo ahora que la obligación física de la enseñanza online ha de proveer.

Hemos visto las grandes virtudes del teletrabajo y creo que no lo vamos a perder, o no del todo, pero éste solo nos da libertad de movimientos a los que tenemos hijos si también existe el telecolegio. Así que volví a preguntar a los expertos en educación: mis hijos. Ambos dijeron que el telecolegio tenía algunas cosas excelentes, como trabajar siempre con el ordenador, poder hacer vídeos sobre sociales, redactar conferencias, realizar escritura creativa, ver vídeos de ciencia, hacer actividades con esa máquina a la que nacieron pegados y que es la extensión de su pensamiento, como lo es de mi escritura: el ordenador y sobre todo, hacer deberes en el ordenador y no en el odioso cuaderno o la ficha. Ahora hacen tareas fabulosas que con un lápiz y un papel nunca acababan en el aula, ahora cogen vuelo emocional gracias a las horas de autogestión en casa y de decidir por sí mismos qué asignatura afrontar en cada hueco entre clase y clase. Arte es una de las asignaturas en las que menos cunde una hora de aula y en la que más horas de estudio y concentración ha pasado mi hijo mayor, diseñando el largo proyecto que les puso su profesor, los planos de un jardín. Horas y horas embebido, practicando la perspectiva y el arte de la horticultura sobre el papel.

Sería una pena que todo lo aprendido, el teletrabajo, el trabajo con niños en casa, ese estudio diario con acceso a nuestras herramientas habituales, ipads, ordenadores, internet para investigar, ese cuarto propio, quedaran en saco roto cuando regrese la vieja normalidad.

Quizá la nueva normalidad debiera servir para aprender que cuando todo acabe, igual sería estupendo que los hijos y los padres tuviéramos  los viernes y lunes de teletrabajo. Ellos asistirían solo tres días al colegio, con menos tráfico esos días, con menos contaminación, con libertad para viajar a nuestra segunda residencia durante cuatro días seguidos, dándonos eventualmente, tras la pandemia, la posibilidad de ser más libres cuando la situación sanitaria sea otra distinta. Quizá podríamos cambiar la rutina, ser más familia durante más días y no solo en sábado y domingo, liberarnos algo más de la atadura física de un aula, de una oficina, de un coche y de unos atascos, sacando no solo el trabajo adelante, sino un trabajo más profundo, quizá más enriquecedor, al estar más tiempo en un lugar que no solo es privado, el hogar, sino que es nuestra pequeño bastión de autogobierno.

Quizá es el momento de adaptar los hogares, su diseño, incluso, en los próximos años, igual que la vida moderna tiró el tabique de la cocina y el salón para incluir a todos en un lugar común y no relegar a nadie a los fogones. Quizá es momento de que los futuros diseñadores pasen horas sentados en su telecolegio, diseñando el hogar del futuro, con a una oficina inclusiva en casa, un rincón de trabajo y familia, inspiración y diseño, que sea común y al mismo tiempo, celda de pensamiento, pero celda de abeja, y aunque parezca un oxímoron, celda de libertad.

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