THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Chéjov en Oporto

«Un amigo católico me dice cuando le envío una foto de una reliquia de San Juan Bautista: ‘es como si los ateos tuviérais un trozo de la cabeza de Shakespeare’»

Opinión
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Chéjov en Oporto

Lisandro Garcia | Unsplash

En estas vacaciones he conocido dos cosas obvias: Portugal y Chéjov. Me entran ganas de recomendar ambos a todo el mundo, como si fuera el primero en descubrirlos. Escribiré cosas muy obvias y algunas observaciones. Portugal es muy católica. Pero me parece un catolicismo politeísta: se venera mucho (en un análisis superficial y anecdótico, creo que más que en España) a los santos, lo que da una impresión de paganismo católico, con sus santos semidioses y sus momias y reliquias en cada iglesia. En una a la que entramos en el centro de Oporto hay momias recostadas de manera cómica: un santo tumbado con la cabeza apoyada en la mano, como en una escena pastoril, otro como recién levantado de una resaca mortal. Ambos embadurnados y siniestros, con coraza de guerreros de Cristo. Un amigo católico me dice cuando le envío una foto de una reliquia de San Juan Bautista: «es como si los ateos tuviérais un trozo de la cabeza de Shakespeare». Lo que me recuerda que sí hay una momia equivalente para los liberales ateos (quizá no de una figura tan importante): la de Jeremy Bentham en la University College de Londres.

Me llaman la atención (y que me perdone Silvia Castellanos, que ha escrito mucho y muy bien sobre santos en Jot Down) lo absurdas que son la atribuciones y el patronazgo de algunos santos. San Gonzalo, leo en la Catedral de Oporto, es el patrón de los viajeros, las mujeres solteras, los matrimonios tardíos o clandestinos y en general de las relaciones románticas difíciles. San Lorenzo es el patrón de todas las profesiones que usan el fuego, como los bomberos, los vendedores de carbón (?), los cocineros, los panaderos, los cristaleros y los prensadores de ropa (??). Y San Blas, de nuevo según un cartel informativo de la catedral, es el patrón de los enfermos de garganta y de los otorrinolaringólogos.

Leo relatos ligeros y humorísticos de Chéjov en este viaje y muchos me recuerdan a Scooby Doo: siempre que hay un suceso supuestamente paranormal hay una explicación racional. Un personaje vuelve a casa y se encuentra un ataúd en medio de su cuarto. «Los espíritus me han profetizado la muerte. ¿Me habrán provisto tal vez de ataúd?» Un hombre cree que en su libro de visitas firma el espíritu de alguien que se venga de él y se convence de que se comunica con él a través de un médium. «Por espacio de trece años viene un hombre, firma y no hay modo de averiguar quién es». En un relato anodino titulado «El miedo», un hombre cuenta que ha tenido tres veces miedo en su vida. «Esta aparición me turba porque no me la explico; todo lo incomprensible inspira miedo». En los tres cuentos, el desenlace desinfla las expectativas paranormales. Lo que da miedo es lo incomprensible.

Compro el periódico (el Jornal de Notícias del 19 de agosto) y en una curiosa sección de efemérides aparece lo siguiente: «1917. Quarta aparição de Nossa Senhora de Fátima, nos Valinhos, local próximo de Aljustrel, a aldeia dos três pastorinhos, Lúcia, Francisco Marto e Jacinta». Me siento naíf o un poco adanista pensando lo que ya muchos habrán pensado sobre este fenómeno: lo más probable es que a los pastorcillos que vieron a la virgen les dio simplemente un golpe de calor.

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