THE OBJECTIVE
Jordi Amat

Con 84 diputados

En la entrevista televisiva del domingo pasado, quedó claro que el Presidente Pedro Sánchez quería escudarse ante la espada interruptora de Ana Pastor con un argumento defensivo: gobierna con el apoyo seguro de 84 diputados. Esos 84 y ni uno más. Lo repitió en varias ocasiones para que el frame quedase bien claro: gobierna en minoría y gobierna negociando no con uno sino con cuatro partidos. Dicha cifra menguada –“Ana, 84 diputados” – fue el comodín que Pedro Sánchez puso una y otra vez sobra la mesa, en esa sala impoluta presidida por un Antoni Tàpies informal, para justificar lo que la periodista Pastor denunciaba como rectificaciones y que, al fin, chequeados los 100 primeros días mediante el programa antiplagio de la acción política –la hemeroteca maldita–, no sería otra cosa que una variante del “donde dije digo, digo Diego”.

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Con 84 diputados

En la entrevista televisiva del domingo pasado, quedó claro que el presidente Pedro Sánchez quería escudarse ante la espada interruptora de Ana Pastor con un argumento defensivo: gobierna con el apoyo seguro de 84 diputados. Esos 84 y ni uno más. Lo repitió en varias ocasiones para que el frame quedase bien claro: gobierna en minoría y gobierna negociando no con uno sino con cuatro partidos. Dicha cifra menguada –“Ana, 84 diputados” – fue el comodín que Pedro Sánchez puso una y otra vez sobra la mesa, en esa sala impoluta presidida por un Antoni Tàpies informal, para justificar lo que la periodista Pastor denunciaba como rectificaciones y que, al fin, chequeados los 100 primeros días mediante el programa antiplagio de la acción política –la hemeroteca maldita–, no sería otra cosa que una variante del “donde dije digo, digo Diego”.

Si tuviese mayoría absoluta haría lo que dije, dijo, pero como su mayoría es precaria gobierna como puede y a la postre dice que gobernará mientras pueda. Si puede evitarlo, negociando con los cuatro partidos que apoyaron la moción en el Parlamento, no habrá anticipadas.

Podría parecer cinismo estilizado para maquillar el viejo afán de poder (no hay política sin ese afán), pero más bien diría que es pragmatismo adaptado a las coordenadas que impone un tablero de juego que poco tiene que ver con el mundo del estable bipartidismo parlamentario donde crecimos y del que venimos. Ante el nuevo escenario, que ya forzó una repetición electoral y que es el de la estabilidad de la fragmentación, la oposición sigue desarmada, cautiva sin saberlo de los “tiempos de retórica puritana” (palabra de Daniel Capó) que nos ha tocado vivir. Pero la realidad instalada del multipartidismo, más que nunca, ha acabado con la exigencia de pureza, revaloriza al fin la actividad parlamentaria y consagra que durante los próximos años la única política posible será aquella que sepa zafarse de los falsos puros que exigen gobernar a todo o nada.

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