THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Contrarrelatos

Dentro de unos días, se iniciará en el Tribunal Supremo la vista oral del juicio contra los instigadores del procés, circunstancia que con previsible automatismo ha renovado la atención de los medios extranjeros sobre España. Hemos leído comentarios editoriales sobre la inquisición medieval y recomendaciones de indulto, mientras el independentismo redoblaba su campaña para presentarse como víctima de un injusto delito de opinión.

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Contrarrelatos

Dentro de unos días, se iniciará en el Tribunal Supremo la vista oral del juicio contra los instigadores del procés, circunstancia que con previsible automatismo ha renovado la atención de los medios extranjeros sobre España. Hemos leído comentarios editoriales sobre la inquisición medieval y recomendaciones de indulto, mientras el independentismo redoblaba su campaña para presentarse como víctima de un injusto delito de opinión. Es una idea grotesca, que no se sostiene jurídicamente ni por un momento: basta comparar los hechos imputables con las leyes vigentes para deducir que los tribunales no podían ni pueden dejar de actuar contra los líderes nacionalistas, como por lo demás éstos sabían perfectamente. Si la ignorancia de la ley no excluye su cumplimiento, ¿cuánto no obligará a quienes por ostentar un cargo público tienen la obligación inexcusable de conocerla y aplicarla?

Esto es muy elemental. Sin embargo, jamás será aceptado por quienes se asoman a la realidad saturados de ideología; con ellos no hay nada que hacer. El problema reside más bien en convencer a quienes manifiestan simpatía por la causa independentista sin tener mayor interés en ella. O sea, a los extranjeros. De ahí que durante los últimos años se demandase sin descanso del gobierno de Mariano Rajoy la elaboración y difusión de un contrarrelato capaz de neutralizar el eficaz quejío nacionalista allende nuestra fronteras. Eficaz hasta cierto punto: no es que millones de europeos se manifestasen contra la aplicación del 155. En todo caso, se insistía en la necesidad de explicar ahí fuera que la guerra civil ha terminado, que Franco está muerto, que existe un sistema autonómico. Solo así lograría desactivarse el separatismo: privándolo de aliento exterior.

Siempre me pareció una tesis problemática, producto de la frustración ante un fenómeno frustrante. Y ahora, el lanzamiento del vídeo España real -o This is Real Spain en su versión internacional- ha puesto de manifiesto el problema que aqueja a estas operaciones de contrapropaganda. A saber: que nadie está mirando. Se ha hablado de la campaña en los medios españoles, claro, pero los segmentos mayoritarios de las opiniones públicas -que son los que aquí interesan- no tienen mayor interés en el asunto. ¿O acaso un médico de Munich va a levantar la cabeza de su sopa cuando oiga la voz de Ana Patricia Botín en su televisor? Me temo que no. Por muy buenas intenciones que tenga la campaña, el público extranjero solo presta atención cuando los medios la prestan, cosa que sucede en circunstancias extraordinarias: el 1-O, la declaración de independencia, la fuga de Puigdemont.

Tampoco es una atención demasiado intensa: la misma con la que nosotros contemplamos los acontecimientos políticos de Italia o Suecia. Es la lógica de los greatest hits: el público de masas tararea las canciones más conocidas y no escucha las de relleno. Ni siquiera si el vídeo se hubiese dedicado -de manera más coherente con el problema que trata de resolver- a desmontar las mentiras del separatismo, explicando a nuestros contemporáneos la existencia de un alto grado de autogobierno o la política de inmersión lingüística, habría funcionado mejor. Y no digamos privar de financiación a los organismos del gobierno catalán que se dedican a denigrar la democracia española con dinero público…

Ojalá me equivoque y This is Real Spain se convierta en un éxito que convenza a propios y extraños de las virtudes democráticas de nuestro país, debilitando con ello la causa independentista. Pero me parece que un genuino fenómeno de la cultura pop como Rosalía tiene más influencia sobre la impresión que causa España en el extranjero que todos los vídeos ministeriales juntos. ¡Y encima es catalana!

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