THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Cordones sanitarios

«En las sociedades europeas que han sobrevivido a los cataclismos antiliberales del siglo XX y tienen por tanto memoria de su propio colapso, la retórica de la democracia militante puede convertirse en un recurso electoral»

Opinión
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Cordones sanitarios

Ballesteros | EFE

Se habla mucho estos días de campaña del célebre cordón sanitario, término procedente de la lucha decimonónica contra las epidemias que se aplica también al intento por cerrar el paso —mediante una suerte de aislamiento institucional concertado— a aquellos partidos cuya ideología se considera peligrosa para la propia democracia. Cuando se habla en España de esta posibilidad, la discusión gira en torno a Vox: ¿qué hacer? Aplicamos así a la política española una plantilla europea, diseñada a partir del remordimiento colaboracionista francés y la noción alemana de democracia militante. Pero la cosa no acaba de funcionar; el argumento no arraiga. Y no es difícil entender por qué.

En las sociedades europeas que han sobrevivido a los cataclismos antiliberales del siglo XX y tienen por tanto memoria de su propio colapso, la retórica de la democracia militante puede convertirse en un recurso electoral. O sea: ya que somos conscientes de un pasado histórico que posee una considerable fuerza emocional, la épica de la resistencia antifascista es susceptible de ser explotada por medio de un discurso heroico que nos convierte en partícipes de una tarea existencial. ¡Democracia o fascismo! Así las cosas, resulta difícil evitar la tentación de demandar un cordón sanitario solo cuando resulte conveniente para los intereses del partido. Se sigue de aquí el inevitable debilitamiento del argumento profiláctico, que pasa del plano superior de los principios morales al plano inferior del tacticismo electoral. Así es la vida: va de lo sublime a lo pedestre.

Sucede que la política del cordón sanitario solo puede aplicarse si una democracia posee suficiente credibilidad. Eso quiere decir que sus instituciones y actores han seguido una trayectoria moralmente impecable en la defensa desinteresada de los principios democráticos. Para ello, los partidos llamados a aplicar ese cordón —sea o no eficaz hacerlo, cosa que no está muy clara a la vista del crecimiento sostenido de Marine Le Pen en Francia— han ser coherentes. Lo serán si demandan la aplicación del cordón sanitario a todos los extremistas sin distinción, incluso cuando eso perjudique sus posibilidades de formar gobierno. Siguiendo la lógica de los defensores del aislamiento institucional, no hay mayor acto de generosidad política que poner los propios escaños a disposición de quien, habiendo ganado las elecciones, pudiera beneficiarse del apoyo extremista. ¡Obras son amores!

Tal como se dice en una de las geniales viñetas de Daniel Gascón, quienes defienden el aislamiento exclusivo de Vox están en realidad asegurándose de ser los únicos que podrán gobernar: ellos ponen las etiquetas. El cordón sanitario se aplicaría a Vox por razón de su extremismo, pero no se aplicaría a los extremismos de Podemos, Bildu, ERC o JxCat. ¡Ya es casualidad! Si se quiere que la idea misma del cordón sanitario resulte verosímil y pueda concitar el apoyo ciudadano, no se puede andar con distinciones bizantinas entre extremismos buenos y extremismos malos en función de las simpatías ideológicas de cada uno. No se trata de eso, claro, sino de declarar una emergencia moral cada vez que hay elecciones: mientras se cita a Camus, se piensa en los abstencionistas. Y así va pasando la vida, entre campaña y campaña, mientras nos hacemos cada día un poco más cínicos.

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