THE OBJECTIVE
David Martínez

Cristiano o la victoria del narcisismo

Cristiano Ronaldo es uno de los mejores deportistas del planeta y probablemente el mayor narciso de la vida pública contemporánea. España, que lleva la envidia impregnada en su ADN casi tanto como el gusto por trasnochar, difícilmente perdona el éxito -no digamos ya si este es fruto del trabajo y sacrificio individuales- y tampoco tolera a los vanidosos. Esto último no es algo autóctono, sino un postulado muy extendido, pregonado por la doctrina católica desde hace siglos y recogido en lo más alto de las tablas de la ley de lo políticamente correcto.

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Cristiano o la victoria del narcisismo

Cristiano Ronaldo es uno de los mejores deportistas del planeta y probablemente el mayor narciso de la vida pública contemporánea. España, que lleva la envidia impregnada en su ADN casi tanto como el gusto por trasnochar, difícilmente perdona el éxito -no digamos ya si este es fruto del trabajo y sacrificio individuales- y tampoco tolera a los vanidosos. Esto último no es algo autóctono, sino un postulado muy extendido, pregonado por la doctrina católica desde hace siglos y recogido en lo más alto de las tablas de la ley de lo políticamente correcto.

Hemos asociado la presuntuosidad a lo nocivo, sin reparar en que presumir de ser bueno en algo a menudo va acompañado del muy sano afán por conservar esa posición o mejorarla. Y que la ausencia de reconocimiento a los logros y aptitudes penaliza el esfuerzo y el talento y lubrica el pernicioso engranaje que persigue igualarlo todo por abajo. Además, estos códigos morales imponen unas conductas que expanden el cinismo y la hipocresía, de suerte que cualquiera puede adivinar los topicazos que dirá ante los micros el próximo ganador del Tour. Caso aparte son, huelga decirlo, los alardeos sin fundamento -que no constituyen otra cosa que mera fanfarronería o estupidez- y la soberbia que lleva a despreciar al resto.

A Cristiano no se le perdona que no pare de ganar y presumir de ello. En las últimas semanas, se ha convertido en el máximo goleador de la historia de las Eurocopas, en el único futbolista que marca en siete grandes torneos de selecciones consecutivos y ha colocado el cromo que le faltaba a su álbum de logros personales: ganar un título con su país. Un país que no es Brasil, ni Argentina, ni Alemania, ni Italia, sino Portugal, cuyos mayores logros hasta el domingo eran el tercer puesto del Mundial 66 y el subcampeonato de la Euro 2004 -este también con Cristiano en el campo-.

Si Di Stéfano y Cruyff permanecen un peldaño por debajo de Pelé y Maradona en el olimpo de los futbolistas es justamente porque se les resistió la gloria nacional, misma razón pero a la inversa por la que quiere considerarse a Zidane como el quinto integrante de ese grupeto. Ronaldo ya ha ganado todo lo que podía ganar, pero es insaciable, voraz y vanidoso y continuará tratando de mantenerse en lo más alto mientras la naturaleza se lo permita. Para beneficio propio, de su club, de su país y de los que estamos convencidos de que la modestia muchas veces no es otra cosa que impostación o directamente la virtud de los que no tienen otras.

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