THE OBJECTIVE
Paco Reyero

Cuando la ultraderecha conmueve al presidente Sánchez

El caso Delcy-Ábalos opaca asuntos trascendentes en la primera sesión de control de la legislatura

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Cuando la ultraderecha conmueve al presidente Sánchez

La oposición se obstinó con el caso Delcy y acabó estorbando la primera sesión de control en décadas; desde Castelar, al menos. Al presidente Sánchez se le vio cómodo y, a ratos, risueño y cuando llegó el momento, que fue pronto, se marchó con su Gobierno a buscar nuevos problemas a la calle. O a crearlos.

En el arranque del baile, hubo preguntas sobre Ábalos, pero no para Ábalos. Unas más romas, otras más ruidosas y aquellas otras, fuera de compás, iban despachándolas entre el presidente y el titular de Interior: “¿Se reunió el ministro de Transportes en Barajas? ¿Qué significa “he venido para quedarme y a mí no me echa nadie”? ¿Cuál de las versiones es la cierta? Ábalos sonreía y esperaba tranquilo que Sánchez -que lo ungió como un cumplidor de la ley a carta cabal- y Marlaska capotearan, con desahogo, la situación: Delcy no habría pisado el espacio Schengen ni aunque hubiera sido descubierta tomando vinos en la Cava Baja. Abascal, inspirado en Perelman, el guionista de los hermanos Marx, acabó pidiendo la dimisión de todos o al menos de alguno, ante las risotadas de los bancos del Gobierno: “Si usted (presidente) dio la orden, dimita; si la dio, su vicepresidente, que es el delegado de Maduro, dimitan ambos; si el señor Ábalos actuó por libre, mejor que se vaya y si la orden la dio Maduro se pueden ir todos juntos”. Que un asunto así se tome a beneficio de inventario señala el momento que se vive.

Así venía la mañana, cuando Sánchez se sintió conmovido por la ultraderecha y lo dijo.

Una hora y algo más tarde, llegó el momento de la interpelación de la portavoz del Grupo Popular. Cayetana alcanzó la tribuna pero ya casi la totalidad del Gobierno se había esfumado. Ábalos reposaba en su banco, con la cabeza hacia abajo. El sinuoso parlamento de Álvarez de Toledo fue organizado y preciso, al punto de que el mediterráneo y feliz ministro se acabó importunando. No hubo, por su parte, ninguna respuesta clarificadora, pero si tiempo para hablar de la cooperación internacional, de los históricos vínculos allende los mares, del número de españoles que viven en Venezuela y de los venezolanos que residen en España… Nada de lo cual respondía a la cuestión principal: “¿A qué se dedicó usted en Barajas la noche del 20 de enero?” De natural flemático, a Ábalos se le disparo la tensión y acusó a Cayetana por su origen: “noble”, “clasista”, “despreciativa”. “A todos se nos acaba notando de dónde venimos”, le dijo a la popular, que se mordía los labios en el escaño. Al menos parlamentariamente, el caso pareció desdibujado.

La mañana dejó, sin embargo, asuntos entornados: la mullida soberbia de Sánchez ante la pregunta de fogueo de Casado le permitió subir un par de peldaños, ofreciendo acuerdos de Estado (CGPJ, Financiación Autonómica, etc.) a la oposición.

El presidente ha arrinconado al PP y, con su temeridad inoxidable, lo acusa de todo: de procurar dos legislaturas perdidas, de los políticos encarcelados, de las repeticiones electorales y casi, de qué él sea el presidente del Gobierno. Para practicar el reencuentro oportunista, táctico de Moncloa con Torra, “la ley no basta”, había dicho Sánchez, pero Casado se quedó en una cita, a medias, de Kennedy para acorralarlo. La cita más completa que la leída por el presidente del PP se entiende mejor así: “Los estadounidenses son libres de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla. Pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por muy prominente o poderoso que sea, y ninguna turba por rebelde o turbulenta que sea, tiene derecho a desafiar un tribunal de justicia. Si este país llegara al punto de que un hombre o grupo de hombres, por la fuerza o la amenaza de la fuerza, pudiera desafiar largamente los mandamientos de nuestra Corte y nuestra Constitución, ninguna ley estaría libre de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato y ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos”.

Por otra parte, el presidente hizo todas las reverencias posibles a Rufián: se comprometió a luchar contra el fascismo, a recuperar el buen nombre de Lluís Companys y, en general, a lo que venga diciendo ERC. Incluso Bildu le pidió a Marlaska que significara los abusos policiales y el ministro, que había tenido varias diatribas con Vox y PP, pareció más dispuesto al entendimiento.

Precisamente fue a finales de la pasada legislatura y gracias a los votos solidarios de PP y Ciudadanos con los que el Gobierno pudo convalidar el Real de Decreto Ley 14/2019 sobre Administración Digital. El presidente (que insistimos culpa al PP de abrir la Caja de Pandora) pudo así acotar la “nación digital” que la Generalitat crea, al margen de la ley, en internet.

La portavoz de Junts, Laura Borrás, le preguntó a la vicepresidenta por el asunto de la independencia digital. La vicepresidenta demostró un gran talento para no contestar nada, pero mostrando una cara de enorme esfuerzo.

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