THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

Cuando sólo importaba la belleza

Cuando Paul Morand publica Venecias –1970–, desde su primera página nos dice que se siente “desencantado del planeta entero” salvo de aquella ciudad que había sido el matasellos de su vida.

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Cuando sólo importaba la belleza

Cuando Paul Morand publica Venecias –1970–, desde su primera página nos dice que se siente “desencantado del planeta entero” salvo de aquella ciudad que había sido el matasellos de su vida.

Había viajado por todo el mundo, había gozado de la intimidad de Marcel Proust y había conocido el exilio como “un sueño de pesantez parecido a la muerte”. Cuando Paul Morand publica Venecias –1970–, desde su primera página nos dice que se siente “desencantado del planeta entero” salvo de aquella ciudad que había sido el matasellos de su vida.

Se había criado “en el negro París de Zola, en los betunes de Whistler, en la negra provincia de Flaubert”: por contraste, sobre aquella Venecia que aún recordaba el oropel de Fortuny y la miseria de Corvo, Morand –muy joven– se arrojó “como sobre un cuerpo de mujer”. Muchos años después, en el hilván de la memoria, el escritor que vuelve a Venecia se siente un “viudo de Europa”, el pecio humano de un mundo en el que “sólo importaba la belleza, exactamente al revés de lo que ocurre hoy”. Quizá por eso podía permitirse –ya octogenario– pagarles un plato de pasta a los hippies: “Me cago en Venecia”, dice una turista. “Eso déjeselo a las palomas, señorita”, replica el escritor.

De Von Platen a Goethe, de Matvejevi? a Mann, de Morand a Joseph Brodsky, siempre está en el aire saber cuál es el mejor libro de la biblioteca veneciana, de esa gran biblioteca que acumula la ciudad fundada, como un ensueño de poeta –Morand, de nuevo–, sobre el agua. Brodsky equipara su agua al tiempo, y afirma que “le proporciona un doble a la belleza”. Él daría en reposar, parásito y poeta, en el cementerio de la Isola San Michele, mientras que Morand ocupa un mausoleo allá en Trieste, al otro lado, “velado por esa religión ortodoxa que todavía habla el primer lenguaje de los Evangelios”. En el agua de Venecia, Morand vio la cifra de una vida que nace entre las aguas fetales y va a morir a las aguas de la Estigia. De sí mismo dijo que su destino era llegar a todas partes cuando están apagando la luz. En realidad, no poco de su destino se cumplió al escribir Venecias.

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