THE OBJECTIVE
Alejandro Centellas Alonso

Cuidado con la libertad de expresión

Los medios de comunicación – sin excepción- deben entender que, aunque lo de Charlie Hedbo ha sido una tragedia, no se puede perder la perspectiva: hay informaciones o viñetas que pueden dañar la sensibilidad de ciertas personas

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Cuidado con la libertad de expresión

Los medios de comunicación – sin excepción- deben entender que, aunque lo de Charlie Hedbo ha sido una tragedia, no se puede perder la perspectiva: hay informaciones o viñetas que pueden dañar la sensibilidad de ciertas personas

A raíz del atentado contra la redacción de Charlie Hebdo y la repulsa global contra el mismo, hoy más que nunca se habla de un concepto: la libertad de expresión. Una libertad que los últimos atentados terroristas han desafiado y que en ningún caso han conseguido derribar, sino que ha servido para multiplicar la conciencia social sobre el derecho a expresarse libremente. Que este derecho constituye una base fundamental de cualquier ordenamiento democrático es una afirmación evidente y que no precisa de ninguna aclaración.

Ahora bien, la libertad de expresión también tiene unos límites. Es decir, reclamar que todo el mundo – y principalmente los medios de comunicación- puedan ejercer su derecho a expresarse con libertad es necesario cuando hay circunstancias contrarias al ejercicio de este derecho. Lo que no es de recibo, y es algo que en los últimos días sobrevuela el ambiente, es pretender que  a cualquier tipo de declaración, comentario o documento humorístico, se ría de lo que se ría, les ampare el derecho a la libertad de expresión.

Los medios de comunicación – sin excepción- deben entender que, aunque lo de Charlie Hedbo ha sido una tragedia, no se puede perder la perspectiva: hay informaciones o viñetas que pueden dañar la sensibilidad de ciertas personas o de ciertos colectivos. O lo que es lo mismo, que en la libertad de expresión no vale todo. No entro a considerar qué cosas pueden dañar y qué cosas no, una consideración que sería inútil hacer. En lo que me centro es en la necesidad de no prostituir la libertad de expresión. Que no entremos en una psicosis donde toda publicación, aunque pudiera ofender a alguien, se la considere bajo el paraguas de la libertad de expresión y que forme parte de la reacción contra los atentados. Que no perdamos la cabeza y demos rienda suelta a nuestra imaginación sin calibrar las consecuencias. Porque como todo el mundo sabe: donde acaba la libertad de uno, empieza la libertad de otro. 

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