THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Es la cultura política, estúpido

Cuenta lo que ya es una leyenda de la historia norteamericana que James Carville, uno de los responsables de la campaña de Bill Clinton frente a Bush padre.

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Es la cultura política, estúpido

Cuenta lo que ya es una leyenda de la historia norteamericana que James Carville, uno de los responsables de la campaña de Bill Clinton frente a Bush padre, colocó un cartel en la sede central demócrata que subrayaba los tres ejes esenciales de la batalla política: «cambio vs. más de lo mismo»; «la economía, estúpido»; y «no olvidemos el sistema sanitario». La segunda de las frases se convirtió en un lema exitoso que consiguió la inmortalidad con la victoria definitiva de Clinton frente a un republicano que había alcanzado unas cotas de aceptación históricas gracias a la Guerra del Golfo. En la política de Estados Unidos es un lugar común por su uso habitual a la hora de remarcar lo esencial.

El nuevo tiempo político español me ha hecho rememorar esta expresión. Entre los diferentes análisis no fueron pocos los que señalaron que la llegada de Sánchez a la Moncloa podía fortalecer de nuevo el bipartidismo. Quizá sea una consecuencia no buscada, pero quién lo sabe. No necesitamos más profecías por incumplir. En un momento del debate de la moción de censura grité a la pantalla de la televisión: “Es la cultura política, estúpido”. Porque, con toda probabilidad, éste sea el principal reto al que nos tendremos que enfrentar. La cultura política española ha madurado desde la llegada de la democracia. Sin embargo, las mayorías absolutas de socialistas y populares han sembrado unos vicios electorales de los que necesitamos escapar, y que se replican también en los gobiernos autonómicos. Y es que el consenso, que existe socialmente en más materias de lo que creemos, no es un valor positivo de nuestra cultura política más allá de algunas habituales apelaciones vacías o de pactos a cambio de presupuesto.

La moción se convirtió de nuevo en una caja de resonancia de retóricas de desprestigio contra el adversario, incluso de aquellos con los que se deberían buscar acuerdos políticos. Los marcos de interpretación con los que nos manejamos, que favorecen que nos interesemos por unos aspectos de la realidad y desestimemos otros, nos ayudan a estructurar simbólicamente el mundo social y político. Y también pueden incentivar lecturas sesgadas que encuadran nuestras acciones, ya que contribuyen a reforzar la comunidad emocional que comparte este encuadre discursivo y lo normaliza como la única interpretación posible. Desde esta perspectiva es imposible generar el consenso necesario para alcanzar acuerdos duraderos en cuestiones fundamentales, como la educación, la organización territorial o una posible reforma constitucional de calado.

No me arrepiento de haber exclamado “¡es la cultura política, estúpido!”. Salir de estos encuadres electoralistas es una tarea complicada porque sabemos que a nuestros políticos se les llena la boca con ideológicos cantos al sol y con promesas electorales que no podrán cumplir en su totalidad sin concesiones. Quien dé el primer paso recibirá muchos ataques y fracasará. Pero, con toda probabilidad, el último que lo haga no podrá contarlo.

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