THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

De cuñados y zascas

No por frecuentes estas noticias dejan de sorprendernos. Hace unos días Andrea Levy habló de libros en una entrevista llegando a afirmar que la lectura de Lorca había sacado su vena más revolucionaria y reivindicativa. Para algunos esto fue una desfachatez. Corrieron a las redes sociales para lanzar una violenta arremetida contra la vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular.

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De cuñados y zascas

No por frecuentes estas noticias dejan de sorprendernos. Hace unos días Andrea Levy habló de libros en una entrevista llegando a afirmar que la lectura de Lorca había sacado su vena más revolucionaria y reivindicativa. Para algunos esto fue una desfachatez. Corrieron a las redes sociales para lanzar una violenta arremetida contra la vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular. La lluvia de insultos fue imparable. Un número significativo de ellos dejaban entrever la tradicional retahíla machista, otros una mirada al mundo tan estereotipada como insustancial. Levy se convirtió en la mujer de paja a la que era sencillo denigrar por representar al enemigo. El principal problema es que sus atacantes no eran simples trolls escudados bajo un anonimato risible. Al contrario, con mayor o menor violencia, se sumaron a la quema periodistas, políticos y personas con nombre y apellidos identificables.

El proceso, como señalaba al inicio, es habitual. Cada semana nos encontramos con un nuevo chivo expiatorio, ya sea a derecha o a izquierda, que es ajusticiado por la nueva inquisición digital que tiene una inagotable sed de caza de brujas. Esta vez le tocó a Levy, mañana podría ser cualquiera. Y es que los linchamientos digitales, como el mal gusto, es un fenómeno transversal en nuestro país. A veces, incluso, los medios de comunicación más tradicionales se suman a la fiesta, aunque después miren con autosuficiencia hacia el universo digital. Deberíamos huir de palabras como zasca o cuñado, tan presentes en nuestro vocabulario como vacías de contenido. En realidad, sólo esconden un pecado intelectual: la pereza del pensamiento. Además, aunque no lo queramos reconocer, siempre seremos los cuñados de los demás. El prototipo del troll 3.0 encajaría perfectamente con la descripción del vecino serio, amable y formal, pero que en las redes nos descubre su ego inflamado o, más directamente, su lado más psicopatológico. Ya no nos enfrentamos únicamente a perfiles anónimos dedicados al hostigamiento y a participar en campañas orquestadas para perseguir a cualquier persona. Los nuevos trolls pueden ser conocidos o familia.

Tras saber cómo habla Andrea Levy de sus lecturas, comprendemos que es capaz de participar de un diálogo inteligente desde la discrepancia. No como tantos otros que se jactan desde su pequeño rincón digital de inteligencia, cultura y bondad ideológica, pero construyen su reputación con el agravio. A Levy le recomendaría que leyera el ensayo de Jon Ronson, Humillación en las redes (Ediciones B) que recorre con inteligencia el ámbito más deshumanizador y oscuro de internet. Como señala Ronson, los perdonavidas de las redes sociales demuestran su incapacidad para el conversación, una de las principales experiencias de civilización con la que contamos. Lo único que les interesa es encontrar una cámara de resonancia exponencial entre sus secuaces. Vamos, los típicos pelmazos y faltones de barra del bar de toda la vida, pero sin preocuparse por la dimensión del altavoz público que ahora tienen. Algún día también ellos serán víctimas de la ofensa.

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