THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

De la corrupción al enfrentamiento civil

La corrupción política se ha revelado como el peor enemigo de la democracia moderna. Porque corroe a la misma por dentro, pervierte toda la conducta de la administración del Estado y de las fuerzas responsables de defender a la sociedad. Porque lleva a la violación sistemática de las leyes por parte de muchos encargados de vigilar su cumplimiento. Pero también y muy fundamentalmente porque deslegitima al Estado en su autodefensa contra enemigos de la democracia y libertad. No solo debilita a las fuerzas de defensa del Estado por la infiltración de la delincuencia común y política que la corrupción promueve. Deja además al Estado y sus representantes bajo permanente sospecha y sin el apoyo de la sociedad en la lucha contra la delincuencia y lo proyectos totalitarios antidemocráticos. Por eso la falta de reacción de los principales partidos políticos españoles (PP, PSOE, CDC…) contra la corrupción en las pasadas décadas es una causa capital del surgimiento de alternativas totalitarias en España, al margen de las separatistas nacionalistas siempre habidas. Y por eso es tan grave la responsabilidad de Mariano Rajoy y su gobierno en estos pasados cuatro años en los que siempre ha ido a remolque de los acontecimientos policiales y judiciales. Sistemáticamente ha menospreciado la reacción social ante los escándalos de corrupción. Sistemáticamente ha trivializado los abrumadores indicios de tramas inmensas de corrupción, véase Valencia. Y ha perseguido y marginado mucho más cualquier diferencia política y cuestionamiento de su autoridad que las sospechas de corrupción. Su soberbia en el trato de algunos casos y especialmente en el de su amigo Luis Bárcenas, cuando tras su mensaje solidario con el detenido debió sin duda dimitir, han sido determinantes para un desprestigio general del Partido Popular.

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De la corrupción al enfrentamiento civil

La corrupción política se ha revelado como el peor enemigo de la democracia moderna. Porque corroe a la misma por dentro, pervierte toda la conducta de la administración del Estado y de las fuerzas responsables de defender a la sociedad. Porque lleva a la violación sistemática de las leyes por parte de muchos encargados de vigilar su cumplimiento. Pero también y muy fundamentalmente porque deslegitima al Estado en su autodefensa contra enemigos de la democracia y libertad. No solo debilita a las fuerzas de defensa del Estado por la infiltración de la delincuencia común y política que la corrupción promueve. Deja además al Estado y sus representantes bajo permanente sospecha y sin el apoyo de la sociedad en la lucha contra la delincuencia y lo proyectos totalitarios antidemocráticos. Por eso la falta de reacción de los principales partidos políticos españoles (PP, PSOE, CDC…) contra la corrupción en las pasadas décadas es una causa capital del surgimiento de alternativas totalitarias en España, al margen de las separatistas nacionalistas siempre habidas. Y por eso es tan grave la responsabilidad de Mariano Rajoy y su gobierno en estos pasados cuatro años en los que siempre ha ido a remolque de los acontecimientos policiales y judiciales. Sistemáticamente ha menospreciado la reacción social ante los escándalos de corrupción. Sistemáticamente ha trivializado los abrumadores indicios de tramas inmensas de corrupción, véase Valencia. Y ha perseguido y marginado mucho más cualquier diferencia política y cuestionamiento de su autoridad que las sospechas de corrupción. Su soberbia en el trato de algunos casos y especialmente en el de su amigo Luis Bárcenas, cuando tras su mensaje solidario con el detenido debió sin duda dimitir, han sido determinantes para un desprestigio general del Partido Popular.

Con terroríficos efectos para la estabilidad política de España, su seguridad, sus libertades  convivencia pacífica y su bienestar, todos hoy amenazados. Esa soberbia con el desprecio a la indignación e infravaloración de la ira despertada en la sociedad fue multiplicada por las gentes de su entorno y de su vicepresidenta, que han perpetrado una política mediática perfectamente letal para su partido. Porque es una evidencia que la han utilizado para sus agendas personales propias. Especialmente la vicepresidenta y su gente. Por intereses torticeros propios permitieron que a lo largo de la legislatura se haya impuesto gracias a las televisiones una única narrativa en España violentamente sesgada en contra del PP y en favor de opciones radicales como Podemos y fuerzas separatistas. Así, han quedado casi en la irrelevancia los inmensos casos de corrupción de los demás, de socialistas y separatistas, algunos superiores en volumen a los propios del PP, por su mínima presencia mediática frente a la masiva omnipresencia en los medios de la corrupción del PP. El resultado está a la vista. La agitación contra el PP llega a niveles de criminalización general por parte de unas fuerzas que ya utilizaron la violencia del acoso en 2004 y en muchas más ocasiones después con su subcultura rojifascista del escrache. La corrupción en el PP ha alcanzado unos niveles de obscenidad que repugnan a la sociedad. Mientras la muy similar corrupción de separatistas y socialistas en Cataluña o Andalucía, cada uno donde más poder ha tenido, pasa casi inadvertida y en ningún caso cuestiona la legitimidad democrática de esos partidos. La violencia verbal y el odio generados en los medios, con complicidad de sectores del gobierno del PP, contra el propio PP y la derecha y en permanente apología de la acción directa de la izquierda, son el caldo de cultivo perfecto para que en esta España desestabilizada y polarizada estalle el enfrentamiento civil. Muy alto nivel moral y político tendrían que tener los líderes de derecha e izquierda para evitarlo. Y no lo tienen.
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