THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

De rabiosa actualidad

«A lo mejor es que ese libro que no nombro simboliza mejor que otros lo que es nuestra época: entre la pura filfa intelectual y el desastre»

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De rabiosa actualidad

Rafael Cabaliere | Instagram

Si de todas las épocas queda poco, da la impresión de que la nuestra quedará menos. Por eso la actualidad se esfuerza en ganar una batalla diaria que no quedará en los libros de Historia. Y lo hace con un despliegue de estrategias baratas que harían sonrojar a Von Clausewitz. Veamos, sin que sirva de precedente, un telediario (de la 1, por aquello de que es la estatal). Cuando llevamos cinco minutos contemplándolo, ya no sabemos si estamos ante El triunfo de la muerte, de Brueghel, en la sobrevalorada novela En la carretera, de Cormac McCarthy o en la lectura del Apocalipsis de san Juan.

Como todavía no nos hemos vuelto tarumbas del todo -estamos a punto-, sabemos que ni frente al Brueghel, ni en la carretera postnuclear, ni en las visiones de Patmos, pero: ¿podremos resistir o sucumbiremos ante los incendios de California, la propagación de la peste, los asesinatos de toda la vida y las múltiples desgracias que los realizadores de los informativos parece que buscan con lupa para mantener al personal en estado de perpetuo acojonamiento? Hace varias noches, por ejemplo, aparecieron en la pantalla las imágenes de unas inundaciones fastuosas. Aquí donde vivo acabábamos de padecer  la ira de una DANA y de repente volvíamos a ver la devastación líquida y huracanada en otra parte. Pues no: ¡era un recordatorio de una DANA que sucedió hace un año en Alicante! O sea que hasta los aniversarios de las catástrofes locales se celebran ahora en televisión.

Ese refinamiento en la crueldad con el espectador o ciudadano telegénico, ¿guarda alguna relación con el coté orientalista que asoma de vez en cuando en los rostros del gobierno? No sabemos. Lo que sí sabemos es que la ministra Celaá -la más elegante de todas ellas- se estrenó con unos cuellos chinos y unos andares a pasitos rígidos y cortos que recordaban a la emperatriz de 55 días en Pekín (donde aprendimos que el malo era su primer ministro). Esa imagen de los cuellos, que a veces parecía sacada del atrezo de In the mood for love, de Wong Kar Wai, se fue desvaneciendo y ahora la ministra Celaá prefiere los collares, aparece poco y además recibe. Pero enseguida se ha visto sustituida por otra moda oriental, en este caso japonesa. China ha sido derrotada en Moncloa y llega Japón. Me refiero al tocado samurai que se ha puesto el vicepresidente 2º del gobierno, que no sabemos si es un aviso de algo o mera coquetería aprendida en los decorados de un comedor de sushi.

El problema es que el aspaviento y el fin del mundo no se circunscribe a lo político-social sino que alcanza incluso territorios minoritarios -iba a escribir elitistas, pero no me atrevo-. Basta ver el revuelo organizado a causa del premio de poesía de una gran -me refiero a grande- editorial, premiado con una gran cantidad -me refiero a grande- de euros. Todo el paraíso poético -faisanes, halcones, jilgueros o águilas- se ha encocorado ante el fallo del jurado e incluso se ha acudido a la hipótesis de que se tratara del primer premiado por Inteligencia Artificial. O sea, que el vate fuera un robot (los versos que hemos podido leer eran, desde luego, malos, pero no sabemos cómo serán los de los robots cuando nosotros no estemos y a ellos les dé por emular a Horacio). Un cabreo así, hasta ahora, no lo habíamos visto y sospecho que forma parte de las mefíticas influencias de la actualidad más rabiosa. Pues cuéntelo en Instagram.

¿De verdad nos importa quién gane un premio de poesía de mucho dinero porque nada sabemos del poeta y sus ripios son infumables? ¿Son, los demás premios de poesía de este país, unos premios de intachable y ejemplar trayectoria y, sobre todo, de gusto exquisito a la hora de elegir ganador? Ah, claro, que en la mayoría de ellos apenas se gana dinero. Entonces, la pregunta será otra: ¿de no haber estado tan dotado el premio de marras habría sido tan criticado su fallo? ¿De qué nos escandalizamos? ¿No éramos una panda de escépticos resabiados? A lo mejor es que ese libro que no nombro simboliza mejor que otros lo que es nuestra época: entre la pura filfa intelectual y el desastre. Como los telediarios.

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