THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

Defectuos@s

La vida es más perversa que una película. Más enrevesada que uno de esos guiones de quiebros increíbles en sus tramas. Va un ciudadano con su coche particular y lía él solito una peli de espionaje en toda regla. A coste cero y rentabilidad máxima.

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La vida es más perversa que una película. Más enrevesada que uno de esos guiones de quiebros increíbles en sus tramas. Va un ciudadano con su coche particular y lía él solito una peli de espionaje en toda regla. A coste cero y rentabilidad máxima.

La vida es más perversa que una película. Más enrevesada que uno de esos guiones de quiebros increíbles en sus tramas.

Llevamos años entreteniéndonos con films inspirados en la seguridad de los presidentes norteamericanos, en los cuales vemos a los mandatarios al borde de un secuestro, atentado, magnicidio, golpe de estado, invasión alienígena o un sinfín de catástrofes naturales o artificiales… en suma, especulaciones de Hollywood cuya inquietud, por encima de hacernos pensar, sería rubricar pingües resultados en taquilla. Pero va un ciudadano con su coche particular y lía él solito una peli de espionaje en toda regla. A coste cero y rentabilidad máxima.

Algo tan simple como pegarse a una comitiva –igual que esa tentación macabra de seguir a un cortejo fúnebre en plena M-30, simulando ser parte de quienes velan al difunto- en la que se encontraba el vehículo que trasportaba a las hijas de Barack Obama, se ha convertido en un asunto de Estado allí donde la seguridad no puede estar en entredicho. EEUU sabe lo que significa colarse el terror por sus grietas. El desastre de una fisura inadmisible donde todo se ve y se sabe. Y su rastro ilegal se penaliza.

Sin embargo no es la ficción la que nos deja noticias inquietantes, que a veces rozan la hilaridad: un intruso tomando el té con la reina Isabel II, un esquizofrénico ejerciendo de traductor junto a Obama en el funeral de Mandela. ¿Por qué estos fallos?

Porque cualquier tecnología que controla la seguridad es ejecutada por una mano. Débil o fuerte, insegura o decidida, pero nunca infalible. De momento -a pesar de la finura con la que se avanza en terrenos como la robótica o la inteligencia artificial- no existe máquina menos precisa que la humana. Nada más imperfecto que el propio hombre.

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