THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Del inútil victimismo

Los griegos se manifiestan contra Angela Merkel. Cuya visita anunciada se toma como ocasión para que muchos griegos vuelvan a lamenten su propia suerte. Como idóneo momento para exponer sus cuitas y lamentos, sin aceptar, eso no, la más mínima responsabilidad propia en la ruina de su patria.

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Del inútil victimismo

Los griegos se manifiestan contra Angela Merkel. Cuya visita anunciada se toma como ocasión para que muchos griegos vuelvan a lamenten su propia suerte. Como idóneo momento para exponer sus cuitas y lamentos, sin aceptar, eso no, la más mínima responsabilidad propia en la ruina de su patria.

No les importa saber a ciencia cierta que su clase dirigente les ha engañado y estafado vilmente durante décadas. No les afecta la realidad probada de que la corrupción en su sociedad está, no extendida, sino generalizada en todas las clases, gremios, sectores, corrientes y rincones. No quieren saber que ha sido la inmensa mentira generalizada o un tácito pacto nacional para el engaño lo que ha llevado a todo el país al final a la catástrofe. Porque la estafa era general. Y porque quienes más podían estafar y robar no tenían freno ni límite ni sentido de la mesura. Los griegos, porque de Grecia hablamos, saben perfectamente todo esto. Pero no se manifiestan aquí en esta fotografía contra los mayores ladrones ni contra la falta de honestidad, ni contra el trabajo mal hecho, ni contra la propia irresponsabilidad ni contra generaciones de políticos que los han saqueado. No. Los griegos se manifiestan contra Angela Merkel. Cuya visita anunciada se toma como ocasión para que muchos griegos vuelvan a lamenten su propia suerte. Como idóneo momento para exponer sus cuitas y lamentos, sin aceptar, eso no, la más mínima responsabilidad propia en la ruina de su patria. Acusan de ser culpable de todo precisamente a la canciller de Alemania, que ha sido quien más dinero paga desde hace un lustro para intentar evitar que Grecia tenga que abandonar la Unión Europea. Quien ha impedido que Grecia se una al grupo de países que se hallan en un triste limbo en los Balcanes Occidentales, como si la historia se hubiera parado allí, con Macedonia, Bosnia, Serbia, Albanía, Kosovo y Montenegro. No parece recomendable esa opción de futuro. Y si no es ya presente para los griegos, es en gran parte gracias a esa señora alemana a la que insultan con las peores caricaturas y coros obscenos. Culpable es “Merkel, la nazi”. Mensajes de ese grado de maniqueísmo primario forman parte del discurso. Y no solo de esa izquierda griega que, con la española, es sin duda la más primitiva y violenta de Europa. También en la derecha griega se da esa pulsión del nacionalismo balcánico que genera drama tras drama. Siempre atribuirá el origen de los males a otros, porque el alma propia, de la nación pura, es intrínsecamente buena, incapaz de mal alguno. Esa bondad que rompe para ellos la relación de causalidad entre sus hábitos y sus consecuencias. El victimismo como patología social propia o como parte de la patología social que desde el siglo XIX llamamos nacionalismo. Mucho le debemos al concepto de nación en los iniciales pasos de la democracia moderna. Pero muy pronto se pudo ver el inmenso potencial destructor de la inflación de la idea identitaria. Hoy sabemos que el nacionalismo en sus diversas versiones extremas ha competido con el comunismo en el siglo XX como causa de las peores tragedias y monstruosidades. Ahora vuelve a amenazar a la convivencia en paz y al proyecto de unificación y cohesión europea. La peste nacionalista, desde Rusia hasta España puede acabar con la última oportunidad de Europa de coger el tren de la historia. Y no quedarse atrás en un ridículo fraccionamiento que la condene a la irrelevancia y marginalidad. La tarea capital previa a toda la modernización aun pendiente está en una revolución en las cabezas. Y en un liderazgo que parece una quimera. En convencer a estos izquierdistas griegos, que desfilan por Atenas ofuscados por su propia indignación, de la grotesca inutilidad de esos ruidosos y muchas veces violentos desahogos. Estos manifestantes griegos, como símbolo de todo el delirio de soberbia europea, que con el 7% de la población mundial, pretende arrogarse derechos que no puede ni financiar ni defender. Son las vanas invocaciones a un pasado extinto. Los siglos XIX y XX no volverán. Ni siquiera en Europa.

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