THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Delgada línea roja

«En la percepción pública de la actuación del Gobierno habrá un antes y un después muy significativo tras estas horas en que parecía que a los niños no se les iba a dejar salir»

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Delgada línea roja

Quizá si no estuviese repasando mi Orwell en estos días no escribiría este artículo. El escritor inglés nos insta a la difícil y comprometida misión de ver lo que tenemos delante de nuestras narices, y a escribirlo después con palabras directas y precisas. Vanidoso, a mí me suele dar vergüenza hablar de lo evidente, pero, como él me empuja, me lanzo.

El Gobierno socialista cruzó una línea roja con su propuesta de que los niños pudiesen salir exclusivamente a las farmacias, los bancos y los supermercados. Lo escribí en Twitter y enseguida muchos me recordaron que el Gobierno ha estado equivocándose bastante durante estas semanas (desde las previsiones fallidas hasta las compras de material sanitario defectuoso, pasando por un sinfín de sainetes muy trágicos). Pero yo hablaba de la gota que colma un vaso. Esa siempre va precedida de cientos de gotas o inclusos de chorros más caudalosos, pero, al final, llega, y es una gota, y pequeña, y casi tonta, pero… rebosa el vaso. Hay una acción que cruza una frontera del ridículo del que ya no se regresa.

Lo prueba la vertiginosa sucesión de los acontecimientos. El Gobierno que ha hecho, a pesar de su progresismo, una máxima de la cita del Cid mozo: «Sostenella y no enmendalla» no tardó más que unas horas en retractarse. Como quería Orwell, ellos han visto lo que tenían delante de sus narices: que la gente estaba hasta las narices. Incluso Pablo Iglesias ha querido apuntarse el tanto de la rectificación, declarando con evidente deslealtad, además de oportunismo, que fue una llamada suya (ya, ya) la que hizo rectificar al ministro Illa.

Verdad que la medida venía precedida de otras muchas, y de una especialmente significativa: las declaraciones del general Santiago de la Guardia Civil hablando de defender al Gobierno de las opiniones en contra. Más allá de la dudosa constitucionalidad, lo que quedó en el subconsciente del pueblo soberano es que el Gobierno necesitaba con urgencia y alevosía ser defendido por la Guardia Civil (especialista en casos desesperados), porque algo estaba haciendo mal. Y para confirmar al subconsciente colectivo se amanecen a los dos días con la medida de los niños, que hasta los más pequeños entienden que es un disparate. ¿Ir a las farmacias, tan peligrosas, con tanta población de riesgo entrando y saliendo; y a los supermercados?

Decía yo que de este bochorno no se vuelve y ha sido, sin embargo, la primera medida del Gobierno a la que ha dado media vuelta en medio día como a un calcetín. No se vuelve, aunque te vuelvas, porque el desprestigio ya se queda puesto, como el desengaño de tanta gente humilde que quizá en otras cosas concedía aún el noble beneficio de la duda al Ejecutivo.

De sus hijos, en cambio, la gente sabe bien. Saben que es imposible tenerlos quietos en un supermercado y que una farmacia es el lugar menos apropiado del mundo con la única excepción de una sala de espera de un hospital. Y saben, además, que el Gobierno ha dado marcha atrás por su indignación e incredulidad y pasmo, a pesar de las piruetas retroactivas de Pablo Iglesias. Eso crea una segunda ola de inseguridad y desconfianza. Y una tercera tal vez de falta de disciplina social.

No sé con qué grado de precisión Narciso Michavila y otros especialistas pueden medir estas cosas. Pero estoy convencido de que en la percepción pública de la actuación del Gobierno habrá un antes y un después muy significativo tras estas horas en que parecía que a los niños no se les iba a dejar salir, como se nos había prometido y a pesar de las expectativas y esperanzas que les habían creado. A los más jurídicos nos gustaría que la línea roja se hubiese cruzado mucho antes y que hubiese sido ante cualquier extralimitación normativa; o a los más sanitarios, por tal o cual equivocación del epidemiólogo Simón; o a los más políticos por una imprudencia; o a los más económicos, por la falta de previsión…; pero ha sido por los hijos de todos, y me parece natural.

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