THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

Desde la trinchera

No sé hasta qué punto puede pararse una ciudad y después volver a su rutina con la liviandad de que allí no ha sucedido nada. Toda capital es un reloj que marcha por inercia sin necesidad de una mano que le dé cuerda; las grandes urbes poseen un mecanismo interno gracias al cual encajan las piezas incluso cuando nadie piensa en ellas. Puede que sea el secreto del caos ordenado de París, Nueva York, Madrid o Berlín, que incluso durante sus cataclismos, una vez superado el shock, vuelven a funcionar sin grandes destrozos. Por esta razón impactan las imágenes de una Bruselas desierta, repleta de calles convertidas en arterias sin sangre. Detecto una acción contra natura en su flujo invisible, como si alguien estuviera utilizando un artilugio creado para un fin en algo antagónico: el congelador tratando de freír un huevo o la bañera usada como cama, aunque esto último me lo he topado alguna vez.

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Desde la trinchera

No sé hasta qué punto puede pararse una ciudad y después volver a su rutina con la liviandad de que allí no ha sucedido nada. Toda capital es un reloj que marcha por inercia sin necesidad de una mano que le dé cuerda; las grandes urbes poseen un mecanismo interno gracias al cual encajan las piezas incluso cuando nadie piensa en ellas. Puede que sea el secreto del caos ordenado de París, Nueva York, Madrid o Berlín, que incluso durante sus cataclismos, una vez superado el shock, vuelven a funcionar sin grandes destrozos. Por esta razón impactan las imágenes de una Bruselas desierta, repleta de calles convertidas en arterias sin sangre. Detecto una acción contra natura en su flujo invisible, como si alguien estuviera utilizando un artilugio creado para un fin en algo antagónico: el congelador tratando de freír un huevo o la bañera usada como cama, aunque esto último me lo he topado alguna vez.

Parece que los comercios busquen un concepto que añadir al “cerrado por…” y se hayan quedado con la interrogación colgando del picaporte. ¿Qué decir al cliente que ni siquiera se atreve a asomarse a la ventana; que la aprensión les ha atenazado la caja registradora? ¿Cómo explicar a los niños que la semana se ha vuelto perezosa y al médico que sus pacientes han cambiado el resfriado por el mal del miedo, de modo que se han quedado en casa? Miedo. Es el catalizador de esa parálisis que bloquea las piernas mientras azuza los dedos en un móvil liberando el estrés en las redes sociales.

Mientras Bruselas tuitea no hay ni Dios en la calle salvo la policía y, eso sí, alguno rebelándose por medio de un selfie. En la guerra del siglo XXI la única trinchera posible es un móvil con acceso a internet.

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