THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Desde mi ventana: El Pupas

«En el mundo diluido y políticamente correcto en el que vivimos, ser colchonero es una gran escuela de vida»

Opinión
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Desde mi ventana: El Pupas

Bernat Armangue | AP

Seguro que recuerdan el maravilloso y legendario anuncio institucional del Club Atlético de Madrid, creado por la agencia Sra. Rushmore.

Un padre conduce a su hijo al colegio. Él está sentado al volante y su hijo está situado en el asiento de atrás, en diagonal. La cámara les enfoca desde el retrovisor central del vehículo. Tras unos segundos de silencio el niño, inquisitivo, realiza la mítica pregunta:

Papá, ¿por qué somos del Atleti?

Tras mirar a su hijo con una mezcla de sorpresa y candor, ternura y perplejidad, el padre calla y la pantalla se va al negro donde aparecen dos frases, una detrás otra, sin música de fondo:

No es fácil de explicar.

Pero es algo muy muy grande.

Hoy, queridos lectores, voy a dar respuesta a esta mítica pregunta planteada por el niño del anuncio.

Pero, ojo, lectores que no sean futboleros: podéis seguir leyendo porque este no es un texto sobre el deporte o sobre el fútbol. Tampoco pienso hablar de la historia del club, ni a enumerar las glorias, títulos, ni leyendas del Atlético. Hoy me voy a centrar en los aspectos psicológicos y sociológicos (yendo directos a la conclusión) que hacen de los atléticos seres mejor preparados para la vida.

Empecemos por analizar por qué alguien en su sano juicio se hace seguidor de este mítico club. Se me ocurren cuatro razones fundamentales:

1. Por herencia familiar: la tradición se mantiene y el hijo o hija, fiel a las enseñanzas de sus padres se convierte en un atlético de pro. Esta razón es aplicable a cualquier club.

2. Por rebeldía: naciendo en una casa del eterno rival, el mediano o el pequeño se rebelan y, queriendo ser originales y distintos, trazan su propia estela y se salen de la larga sombra familiar. ¡Este es mi caso!

3. Por ser del Barça, pero residiendo en Madrid y harto de las estulticias nacionalistas de sus dirigentes caen rendidos ante el carisma del eterno rival madridista. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.

4. Por inteligencia e instinto de supervivencia: aquellos avispados que sin ser muy futboleros entienden el carisma y los beneficios que reporta defender este escudo: ser rojiblanco es cool.

Cada vez que el equipo rojiblanco nos da un disgusto deportivo, como ha ocurrido recientemente tras la eliminación a manos del desconocido Leipzig, la pregunta que encabeza este artículo vuelve a martillear nuestras indias cabezas. En este último caso, el dolor era muy reconocible, pues se daban los mismo síntomas de siempre en la víspera: las expectativas eran muy altas, la competencia fácil, los últimos resultados esperanzadores, el viento de cola, «esta vez iba a ser diferente» y de repente… ¡zasca! A morder el polvo.

Ser del Atlético de Madrid tiene unas ramificaciones sociológicas, e implicaciones pedagógicas y psicológicas muy relevantes. Como dice el anuncio, «es algo muy, muy grande». Para empezar, ser del Atleti es enigmático e inspira respeto en los demás, sobre todo en los seguidores del Real Madrid (club al que profeso gran respeto y admiración por sus gestas deportivas) porque no acaban de entender cómo personas inteligentes, exitosas y capaces pueden ser sufridores atléticos. Aunque nunca lo reconocerán, tienen la sensación de que se pierden algo. Desde la pretendida superioridad moral del forofo del equipo ganador es incomprensible apoyar a un equipo apodado el Pupas. Lo que no saben, y hoy voy a desentrañarlo en primicia, es que la identidad colchonera genera una ventaja competitiva.

Los atléticos hemos vivido pruebas vitales y experiencias que nos ayudan a edificar los cimientos de una personalidad ganadora y a prueba de bombas. Prueba de ello, y como ejemplo anecdótico, yo mismo he visto a mis hijos muy pequeños llorar en el estadio Manzanares de manera descorazonadora y con lagrimones que dejaban surco en sus pequeñas almas, tras una manita del Barça o del Real Madrid. Pero, inmediatamente después, les he visto enderezarse y generar la fuerza necesaria para enfrentarse con orgullo y resignación al temido-día-después en el colegio. ¿Qué personalidad hay que tener para ir al colegio en Madrid siendo los únicos de la clase del Atleti, después de perder dos finales de Champions contra el Real Madrid? También les he visto prepararse mentalmente para afrontar con entereza y orgullo los embistes de una manada de chavales escondidos detrás de la mentalidad de grupo. Y les he visto volver a casa tristes, pero mucho más fuertes, más seguros de sí mismos, más duros. Al ver a mis hijos enfrentarse a ese reto siempre me venía a la mente la célebre frase de Bob Marley: «No sabes lo fuerte que eres hasta que te das cuenta que ser fuerte es la única opción que te queda».

Cada batacazo deportivo es una vuelta de tuerca más en el camino hacia crear una personalidad sólida. Hacer esa penitencia en paz, sin violencia, con paciencia y resignación, con humor, y con agallas es una receta extraordinaria para forjar un espíritu especial. Ser del atlético proporciona una personalidad que enseña a encajar los golpes que te da la vida. Y, como sabemos todos los mayores, esos golpes son ineludibles y serán muchos y dolorosos. Mejor estar preparados. «Sorpresas te da la vida, ay, la vida te da sorpresas». Los atléticos sabemos levantarnos de la lona cuando la vida nos noquea tras un gancho directo a la mandíbula. Aun aturdidos por el certero y doloroso golpe, sabemos levantarnos, y aprendemos a esquivar los zarpazos de nuestros oponentes, preparándonos para recuperar fuerzas y enfrentarnos a la realidad. Un atlético es resiliente, que, según la RAE, «es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». Clavado.

Como decía en un anterior articulo (y polémico para algunos de mis apreciados lectores) en esta misma Desde mi ventana («Sufrimiento»), me interesa mucho más la gente que ha sufrido. Lo que define a una persona es cómo encaja las derrotas y cómo se recupera de ellas. Me gustan las cicatrices en carne propia. Los atléticos estamos hechos de otra pasta.

Por otro lado es extraordinariamente singular que el sentimiento atlético lo conforme la afición y no el equipo. Todas la campañas publicitarias del Atlético de Madrid son fiel reflejo de sus seguidores, del sentimiento, y jamás del aspecto deportivo ni de sus jugadores, ni de sus títulos. No es el equipo el digno de admiración, sino la afición.

Y, paradójicamente, el Atletico es por encima de todo un equipo ganador, capaz de las mayores hazañas deportivas. Es uno de los grandes de Europa y, más concretamente, está en el cuarto puesta en el ránking UEFA, por detrás solo de Madrid, Bayern y Barça. Por lo tanto, es la actitud humilde del colchonero la que contrasta con su liderazgo europeo. Es un grande con piel de cordero. Y, cuando gana una competición, que lo hace muchas veces, es un logro tan trabajado a los ojos de la afición, y labrado con tanto esfuerzo, que la felicidad que genera es máxima. Los logros conseguidos son sublimes, puro éxtasis, porque las victorias, cuando parece que cuestan, saben a gloria.

Para reforzar esta filosofía de vida y ponerla de relieve apareció milagrosamente el Cholo Simeone, el gran entrenador del Atlético (con permiso de Luis Aragonés). He seguido el rastro de sus palabras en la hemeroteca con el espíritu de recolectar sus recetas y entender cómo el creador del cholismo realiza una simbiosis perfecta de la filosofía del club. El Atleti es abanderar cualidades esenciales para la vida, como la paciencia: «Partido a partido». Significa trabajo duro: «Sigo una frase de mi amigo Nelson Vivas: sólo en el diccionario éxito está antes que trabajo». Representa esfuerzo: «El esfuerzo no es negociable». Manifiesta valor y arrojo: «Estos chicos nacieron con unos huevos muy grandes, felicito a sus mamás». Arroja humildad: «La derrota es lo mejor que nos podía pasar». Demuestra trabajo en equipo: «Es fundamental la pertenencia, sentirse involucrado, que se entreguen a pleno por el proyecto». Es liderazgo: «No sólo el jugador debe entender al técnico, el técnico también debe entender al jugador». Representa esperanza: «Nunca dejes de creer». Y es finalmente un acto de fe: «Como en las grandes batallas, a veces no gana el mejor, sino el que está más convencido».

Paciencia, trabajo duro, esfuerzo, valor y arrojo, trabajo en equipo, humildad, liderazgo, esperanza y fe: son los mandamientos esenciales para el desarrollo de una persona íntegra, fuerte e independiente. En el mundo diluido y políticamente correcto en el que vivimos, ser colchonero es una gran escuela de vida.

Como decía Robert Louis Stevenson: «La vida no es cuestión de tener buenas cartas, sino de jugar bien con una mano pobre».

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